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El imperfecto trabajo de Dave Roberts

Rich Hill lanzaba el juego de su vida. Siete innings perfectos ante los Miami Marlins. Y entonces apareció Dave Roberts, mánager de los Dodgers y aparentemente enemigo de la historia.

Ciudad de México
Rich Hill, pitcher de los Dodgers.
AFP

Con una ventaja de 5-0 y apenas 88 lanzamientos en su cuenta particular, Hill navegaba un camino inseguro hacia la inmortalidad. Solo seis hombres separaban al veterano de 12 temporadas de escribir su nombre junto al de los otros 23 lanzadores que habían lanzado un juego perfecto.

Las condiciones no podían ser mejores. Yasiel Puig y Justin Turner habían preservado la tirilla inmaculada con exquisitos lances defensivos, Joc Pederson había disparado dos jonrones y, nuevamente, el conteo de lanzamientos no hubiera espantado a nadie. Excepto a Roberts.

Antes del encuentro, Roberts y el coach de pitcheo, Rick Honeycutt, habían establecido un máximo de 90 pitcheos para Hill quien hacía apenas su tercer apertura desde que abandonó la lista de lesionados. Pero si existen momentos para salirse del libreto, un juego perfecto es sin duda uno de ellos. O eso se podría pensar.

No Roberts, quien se apegó a su guion y la fórmula le funcionó exactamente dos outs, hasta que Joe Blanton permitió la línea de Jeff Francoeur a jardín izquierdo que puso fin a cualquier posibilidad de que su manager se pusiera el uniforme de genio.

Roberts argumentará que la temporada es un maratón y no un sprint, que la carrera de sus jugadores es más importante que la historia. Pero Hill no viene de una operación de trasplante de ligamentos, viene de sufrir una ampolla, y el veterano que presume foja de 37-26 en su carrera estaba, difícilmente volverá estar en una situación así.

La decisión de Roberts hubiera sido (un poco) más justificable si se tratara de Clayton Kershaw, Julio Urías o un alguien completamente imprescindible o que tiene a su favor las posibilidades de volver a estar en esa situación. Hill definitivamente no entra en ninguno de esas categorías.
Lo peor es que el joven manager ya lo había hecho anteriormente, el 8 de abril para ser precisos, cuando sacó al novato Ross Stripling de un juego sin hit luego de siete innings y un tercio. En ese sentido se entiende, Stripling estaba en 100 pitcheos en su debut en Grandes Ligas. Juegos sin hit combinados ha habido varios, perfectos ninguno.

La noche del sábado, Roberts quiso arreglar algo que no estaba roto. Un juego perfecto habría sido la inyección de confianza perfecta para que los líderes del Oeste de la Liga Nacional enfrentaran la recta final de temporada. Y los Dodgers, entre todos, no tienen el lujo de perder confianza, después de todo son un equipo que ha ejecutado por encima de las expectativas y nivel de talento durante toda la campaña. Esa confianza sufrió un duro golpe.

Se vio en el rostro incrédulo de Hill, en la seria charla de Kershaw con Honeycutt y en el molesto semblante del capitán Adrián González, quien demandó una explicación del mismo Roberts. Los Dodgers pueden darse el lujo de perder un partido, o un lugar en la historia. Pero si los Dodgers comienzan a perder confianza, y juegos, habrá que recordar este día.

Roberts debe ahora realizar su mejor trabajo como piloto para mantener el barco con rumbo fijo y evitar el iceberg que él mismo creó.