Epstein: Un genio en la sombra
Las oficinas de las franquicias profesionales de las Ligas Mayores también tienen sus estrellas y Theo Epstein es una de las que más brilla.
En el verano de 1986 todo el planeta estaba maravillado por la exhibición de Diego Armando Maradona en el mundial de México. Como en las historias de Astérix, podemos decir que todo no, que hubo gente que permaneció al margen. En el verano de 1986, los gemelos Theo y Paul disfrutaban en su casa de Brookline, a kilómetro y medio de Fenway Park, de la estupenda temporada de los Red Sox. Parecía que ese año, por fin, se acabaría la maldición del Bambino, pero un error en el sexto partido de las series mundiales de Bill Buckner terminó con el anillo en el barrio de Queens y con los pequeños gemelos tristes.
Uno de esos chicos, Theo, se esforzó con los libros y además de ser editor del periódico de la universidad, se graduó en estudios americanos en la promoción de 1995 de la prestigiosa Yale. El diploma no colmaba sus expectativas y al día siguiente de graduarse, cogió un avión y aterrizó en la escuela de derecho de la universidad de San Diego. En la soleada California pasó dos veranos como pasante en los Orioles y otro en el departamento de relaciones públicas de los San Diego Padres. Él mismo reconoce que en esa época no se aplicó mucho y que cursó materias que le permitían, previo acuerdo con los profesores, no acudir a clase.
Los Padres fueron la verdadera escuela de formación de Epstein gracias al general manager Kevin Towers. Con él viajó, hizo contactos y aprendió cómo se comporta la gente de negocios. También pudo demostrar su buen ojo cuando recomendó la contratación de David Eckstein. La respuesta que obtuvo y le intimidó, fue que ese chico era un mosquito. Dos años más tarde, Eckstein era el shortstop de los Angels que ganaban el clásico de otoño. Como director de operaciones de los Padres tenía un sueldo de 35.000 dólares. Un bufete, que quería entrar en la liga, le ofreció 140.000 y ante esta situación y un creciente interés de los Blue Jays, Towers le dobló el salario.
Corría el año 2002 y tras el enésimo chasco de los Red Sox, los de Boston querían contratar como general manager a Billy Beane pero no lo lograron. Para sorpresa de todos, se lanzaron a por Epstein. En ese momento, con 28 años, se convirtió en el gerente más joven de los Medias Rojas y de la historia del béisbol. Uno de los efectos de Epstein en la liga es que cuando fue contratado, ninguno de los 30 gerentes de la MLB era graduado de la Ivy League; esta temporada, además de Epstein, son 10 más.
En Boston, Epstein y su equipo trabajaron 100 horas semanales, estudiaron las estadísticas de 30 años de la NCAA, se reunieron con neurocirujanos para tratar de saber si el cerebro de un bateador excepcional poseía alguna característica especial y, sobre todo, hicieron algo que en Boston era poco habitual, aprovechar el draft.
En 2004, tras el milagro realizado en cuatro días de octubre, los Red Sox rompen la maldición del Bambino y ganan las series mundiales. Epstein empieza a notar el fin de su etapa cuando acude al funeral de un empleado del club y al ver el ataúd, con el logo de la franquicia, le dice a su mujer que no quiere ser enterrado en un ataúd de los Red Sox.
En 2011, Tom Ricketts pidió permiso para hablar con Epstein y convenció al ejecutivo para mudarse a la ciudad del viento. Nadie mejor para hacer campeones a los Cubs que aquel que rompió la maldición del Bambino. Con dos anillos en los dedos, Epstein y su guardia pretoriana reconstruyeron el sistema de ligas menores de los Cubs como primera tarea. Los inicios no fueron fáciles; en Boston nunca perdieron más de 76 partidos en una temporada, mientras que los tres primeros años en Chicago las derrotas llegaron a 101, 96 y 89. A pesar de esto, y bajo la tutela de Joe Maddon, el año pasado dieron un salto de calidad notable siendo una de las revelaciones de la temporada. Este año, con un equipo insultantemente joven, son los favoritos número 1.
Si los Cubs logran, bajo el mandato de Epstein, la victoria en el clásico de otoño, no estaremos hablando de un más que seguro futuro inquilino del salón de la fama, estaremos hablando del mejor directivo de la historia del deporte profesional.