El debut soñado de Kenta Maeda con los Dodgers
El japonés jugó muy bien desde el montículo: en seis entradas no permitió carreras y concedió cinco hits ante los Padres de San Diego.
Cuando estaba en segundo de carrera hicimos una cena por aquello del paso de ecuador. Cenamos en un restaurante chulo y yo me puse, como siempre, corbata roja. Me acuerdo que cenamos pato y había barra libre. Después de la cena, habilitaron una carpa con disyóquey, reguetón del duro y música maquinera. El caso es que fuera de la carpa había un jardincito con mesas y sillas, y ahí que nos salimos unos colegas a tomar aire. Las paredes de la carpa eran transparentes y pudimos ver, con todo lujo de detalles, como un compañero de clase, A., se enrollaba con otra compañera de clase. El descojone fue antológico y recuerdo que aplaudimos bastante la triunfada del chaval, que había llegado nuevo ese año y era bastante ‘crack’ en la mayoría de asignaturas.
Yo no sé si al pitcher Kenta Maeda le han aplaudido alguna vez por enrollarse con una chica, pero el miércoles protagonizó la mejor historia de este arranque de temporada para los Dodgers.
Resulta que Maeda jugaba su primer partido oficial con los Dodgers y su primer partido oficial en Grandes Ligas después de ocho años como lanzador del Carp de Hiroshima. El japonés jugó bien desde el montículo: en seis entradas no permitió carreras y concedió cinco hits ante los Padres de San Diego. La sorpresa llegó desde el plate. Parte alta de la cuarta entrada y sale Maeda a batear por segunda vez. La cuenta se pone en cero bolas y dos strikes, pero Maeda decide jugársela. Abanica y golpea la bola. La pelota se eleva y se va, se, se va, se va… Sayonara.
“Is this real life?”, dijo el comentarista de San Diego de la televisión.
Sí, sí, era la vida real. Kenta Maeda, un pitcher japonés, se estrenaba en Las Mayores con un jonrón. La última vez que un lanzador de los Dodgers anotaba un vuelacercas en su debut sucedió hace 116 años. Cuando la pelota aterrizó en las manos de un aficionado en las gradas, sus compañeros estallaron de júbilo. La mayoría no daba crédito. Cuando ‘MaeKen’ llegó al banquillo, se llevó varios abrazos, muchas collejas y mil sonrisas socarronas. Como si hubiera ligado con la más guapa del bar.
Instantes después, el japonés hablaba con Adrián González no sé en qué idioma, porque el pitcher no habla inglés y va con traductor hasta al vestuario. Pero el mexicano habló el lenguaje universal de gestos y, mirando a cámara, levantó el brazo y señaló el bíceps del nipón bromeando sobre su fuerza. En verdad, la hazaña no es nueva para el dorsal 18: durante su trayectoria en Japón ha conectado dos cuadrangulares.
Lo difícil empieza ahora. Los Dodgers, suspicaces sobre su estado de salud, le ofrecieron un contrato de $25 millones por ocho años cargado de incentivos por si le asaltan las lesiones. Además, el pitcher ha estado acostumbrado a lanzar una vez por semana en el imperio del Sol Naciente y no cada cinco días, como se hace en la Major League Baseball.
Dudas hay, claro. Pero el arranque de temporada de los Dodgers ha sido demoledor en sus tres primeros partidos. Barrieron y blanquearon a San Diego por 15-0, 3-0 y 7-0. Clayton Kershaw no va a sorprender a nadie a estas alturas de la película, pero después de perder a Zack Greinke en la agencia libre, la presión sobre los lanzadores dos y tres en la rotación de los Dodgers era bastante alta. La afición de Los Ángeles es pasional, demandante y, en ocasiones, escéptica. Por eso, cuando Arizona saltó la banca para llevarse a Greinke en invierno, muchos hinchas se llevaron las manos a la cabeza. Scott Kazmir y Kenta Maeda se sumaron a la rotación comandada por Kershaw.
Y entre lo bien que les han ido las cosas a los lanzadores de la novena angelina, y lo mal que le ha ido a Greinke en su debut con los Diamondbacks, en Los Ángeles nadie se acuerda del serpentinero diestro. En solo cuatro entradas, Greinke permitió nueve hits, tres jonrones y siete carreras.
Es verdad que esto acaba de empezar y que las conclusiones precipitadas tienen la desventaja de que son precipitadas, pero seamos sinceros: es mejor arrancar el año bien que hacerlo mal. Y es mejor pasárselo bien en una cena con los de clase que pasárselo mal, aunque haya reguetón del duro y música maquinera. Porque al final, de lo que te acuerdas es de las anécdotas. Como aquella vez en la que un pitcher japonés debutó con un jonrón.