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Previa del Broncos - Patriots

La última noche de desenfreno de Peyton Manning y Tom Brady

Soy un recolector de sensaciones, y la experiencia me dice que un Peyton-Tom de playoffs es augurio infalible de cosecha grande de emociones.

19 de enero de 2014. Peyton Manning y Tom Brady se saludan tras la final de conferencia en la que se impusieron los Denver Broncos.
Mark J. Rebilas

Denver Broncos vs New England Patriots en vivo

Durante muchos años, más de una década, los Peyton-Tom han sido los partidos más esperados del año. Sin importar si eran de temporada regular o playoffs, de alguna manera, para muchos era la Super Bowl oficiosa. Un encuentro fuera de concurso. La alineación perfecta del mejor football americano donde los dos mejores quarterbacks, acompañados de los dos mejores conjuntos, los dos mejores entrenadores, los dos mejores… paraban el mundo.

Después de dieciséis ediciones, que se dice pronto, creo que nadie tiene ninguna duda de que éste será el último Peyton-Tom. Incluso es complicado bautizarlo así ¿XVII Peyton-Tom? ¿Con imagen corporativa y números romanos? Esta vez quizá no cuele. Vamos a dejarlo en Broncos-Patriots con ambos quarterbacks en las alineaciones iniciales.

Parece imposible imaginar que un Peyton-Tom no sea el partido del año. Ni siquiera de la jornada. Es más, para muchos es incluso una final de conferencia devaluada, dentro de una Americana descosida por las lesiones. Así que el Broncos-Patriots casi se presenta como el telonero del auténtico partidazo del domingo entre Panthers y Cardinals.

Sin embargo, no puedo evitar sentir un cariño especial por este último encuentro entre dos mitos irrepetibles. Quizá no coincidan en ningún momento del duelo sobre el emparrillado, pero su sola presencia sobre el mismo césped eleva la categoría de un acontecimiento deportivo hasta extremos inalcanzables para ningún otro evento. Y da lo mismo si ambos están cojos, mancos o ciegos, si Peyton se vuelve a sacar de la manga otro “Omaha!” de cuerpo a tierra y resurrección milagrosa, si Brady decide entrar en resonancia con su rival y amigo, y se pone a fabricar aviones de papel, si el viento se lleva las pelotas ya desinfladas de tanto uso… Todo eso no importa. De hecho, nunca ha importado. Yo veré ese partido de rodillas, postrado ante el monitor, porque tras cada pase, picudo o completo, genial o tremendo, volarán por mi cabeza cientos de momentos mágicos, de jugadas irrepetibles y de instantes que están en la cima dentro de lo más selecto e inefable de la historia de este deporte.

No sé quien va a ganar, y en el fondo me importa un bledo. Incluso me importa muy poquito quienes son los otros ciento cuatro jugadores que saltarán al campo, las tácticas, estrategias, jugadas de engaño, inventos, repercusiones y demás parafernalia. Esto no es un partido de football americano. Es otra cosa. Un momento, un monumento, un instante en la retina. Y para que quede para siempre no necesito ni siquiera que Tom o Peyton jueguen bien. Solo me interesa que ambos estén juntos en una final de conferencia por última vez en la vida. Para mí, y creo que para muchos, será como una despedida íntima después de un intenso amor de verano, cuando sin hablar, solo con la mirada, te despides hasta pronto cuando sabes que será para siempre.

En una temporada de football hay 267 partidos. 267 oportunidades para hacer análisis sesudos, estudios pormenorizados y observaciones técnicas audaces. 267 ocasiones para usar la cabeza para disfrutar de un deporte mágico. Creo que no se pierde nada si, por una vez, en uno solo de esos 267 choques brutales, dejamos de lado el football americano, la ciencia que lleva consigo, la importancia de una victoria o un título, y reducimos el juego a un absurdo, que es convertir un deporte de equipo en un duelo personal entre dos deportistas que nunca coinciden en el campo. Vaciando nuestra mente de todo lo accesorio, aunque en realidad pueda ser lo sustancial, convirtiendo el universo en un vacío en el que solo están Peyton y Tom como objeto de deseo.

Quizá os parezca una visión enfermiza, casi fetichista, excesivamente romántica y hasta repipi de nuestro deporte favorito, pero yo no me siento a ver football americano para ver touchdowns ni victorias. Ni siquiera grandes jugadas. Soy un recolector de sensaciones, y la experiencia me dice que un Peyton-Tom de playoffs es augurio infalible de cosecha grande de emociones.

Así que, al contrario de lo que piensa la mayoría de la humanidad, estoy encantado de que Kubiak deje en la banda a Oswailer, impostor irrelevante en la ceremonia, por mucho que en mi opinión sería un arma más peligrosa si esto fuera un partido. Desconozco los motivos que han llevado al entrenador a una decisión tan insensata. Pero le agradezco en el alma que la haya tomado, porque un acontecimiento grande, un momento histórico, pase lo que pase, incluso asumiendo la debacle absoluta, no debe ser manchado por la inmundicia de un caduco éxito deportivo. El suceso que vamos a vivir trasciende esa naturaleza. Va de otra cosa.

Por algo será que mi momento favorito de cualquier partido de football americano fue un bostezo. Y curiosamente, tuvo lugar en un Tom-Peyton de playoffs, cuando ambos reinaban como dioses en una NFL perfecta.