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AFC Sur desde dentro

Algo huele a podrido en los Indianapolis Colts

El despido de Pep Hamilton, coordinador ofensivo de los Colts, esconde bastante más que lo que indica el motivo oficioso: la regresión de Andrew Luck

El quarterback de Indianapolis Colts, Andrew Luck, está atravesando su peor año como profesional en la NFL.
Sam SharpeUSA Today Sports

Si alguno de los lectores aquí presentes se dedica a la comunicación sabrá de la importancia de la narrativa. Es decir, de ordenar los hechos alrededor de un relato más o menos ordenado y coherente que les dé sentido y que ayude al observador a entenderlos. La narrativa detrás del despido de Pep Hamilton es clara: Andrew Luck ha dado varios pasos atrás en su progresión y es necesario buscar la chispa que reactive su crecimiento.

Como toda buena narrativa, además, hay argumentos sólidos que la respaldan. Pep Hamilton ya fue el responsable de la formación de Andrew Luck en Stanford, donde ejerció como entrenador de quarterbacks. Los Colts le ficharon en 2013, tras la marcha de Bruce Arians a Arizona, con la idea de que su entendimiento con Luck sería rápido y favorecería su progresión. Con un éxito rotundo: el ataque de los Colts estuvo entre los mejores de la NFL y exprimió hasta la última gota de las fortalezas de joven quarterback mientras escondía o, al menos, limitaba, sus más evidentes debilidades. Esto es: toma de decisiones errática y una tendencia preocupante a retener demasiado el balón en sus manos.

Ese éxito se ha desvanecido por completo en 2015. Luck está haciendo el peor año de su carrera (y esto incluye sus años universitarios) y los susurros sobre su regresión se han convertido ya en titulares de portada. Además, Hamilton parecía empeñado en ignorar la principal fortaleza del ataque de los Colts, la hurry up offense, ese ataque desenfrenado y vertical que deja sin resuello a la defensa. Y eso a pesar de que el general manager Grigson y su equipo han rodeado a Luck de receptores rápidos y capaces de abrir hueco en pocas yardas, y de una de las mejores parejas de tight ends de la liga en caso de que fuera necesario descargar el balón rápido y por el centro.

No hacían falta más evidencias. Era hora de dejar paso a otro coordinador ofensivo, en este caso Rod Chudzinski, que permitiera a Luck dar el siguiente paso y aprovechar las capacidades del equipo. No en vano Chudzkinski es conocido por sus ataques verticales: lo más habitual es verle lanzar al menos a dos wide receivers y un tight end en vertical hasta recorrer al menos 10 o 15 yardas al inicio de cada jugada. Además, si Chudzinski consiguió llevar a Derek Anderson a la Pro Bowl qué no conseguirá con una materia prima de primer nivel como Andrew Luck.

Nada más que hablar. La narrativa es perfecta. Todo tiene sentido. La lógica es perfecta y la decisión acertada.

Excepto que, como en toda aparentemente buena narrativa que en lugar de explicar la realidad, la oculta, siempre quedan pequeños flecos. Y sobre todo siempre hay quién está dispuesto a poner la lupa sobre ellos. El primero de esos flecos tardó apenas un día en salir a la luz: Ryan Grigson, el general manager, parece haberse convertido en una especie de reencarnación de Robert Irsay, el padre del actual propietario de los Colts Jim Irsay.

Robert se hizo enormemente famoso en 1974, casi recién llegado a la franquicia entonces con sede en Baltimore, porque durante un partido bajó a la banda para decirle al entrenador, Howard Schnellenberger, que había llegado el momento de cambiar al quarterback. Schnellenberger decidió no hacer caso, y aquello lo pagó con su despido nada más terminar el partido.

Jim Irsay, con fama de ser bastante más vago que su padre, no ha necesitado ni siquiera eso. Incluso las labores de entrometerse en las funciones del head coach las ha delegado en Grigson, que según esa garganta profunda llevaba ya tiempo dictando las alineaciones e incluso las jugadas que Hamilton debía utilizar. ¿Cuánta culpa era del coordinador y cuanta del máximo responsable deportivo? El mismo responsable deportivo, además, que más que rodear a su quarterback de talento (como dice la narrativa) hizo cosas como traspasar una primera ronda por Trent Richardson.

Pero hay más. Cuando Bruce Arians hizo las maletas y se marchó a Phoenix, Pagano no tuvo la posibilidad de elegir a su sustituto. Hamilton fue una imposición de Grigson. Ahora es Pagano el que le ha puesto en la calle. Y su sustituto, Chudzinski, es un viejo amigo de Pagano: coincidieron en la Universidad de Miami entre 1995 y 2000 y, aunque en lados opuestos del balón, se les conoce desde entonces una fuerte amistad. Cuando Chudzinski fue despedido como head coach de Cleveland, Pagano le fichó como “asistente especial” encargado de “proyectos especiales”. Sin que nadie tuviera muy claro el qué.

Ahora, tampoco han tardado mucho en aparecer rumores asegurando que si Pagano ha despedido a Hamilton es para intentar ganar así tiempo y evitar un despido que parecía inminente y que podía haberse producido tan pronto como el próximo lunes, 9 de noviembre, aprovechando que los Colts tendrán dos semanas libres coincidiendo con la semana de descanso. Al fin y al cabo, ahora Pagano podría argumentar que es consciente de los errores y ha tomado las medidas necesarias para solucionarlos, y que para eso hace falta tiempo.

En resumen, y sin limitar la responsabilidad de Pep Hamilton en el mal inicio de temporada de Andre Luck: el coordinador ofensivo bien podría haber sido víctima de una guerra soterrada en los despachos del Lucas Oil Stadium, que amenaza con socavar las estructuras de la franquicia hasta los cimientos. Que la temporada en Indianapolis terminará con una larga lista de despidos parece evidente. Y es necesario que así sea, o es posible que los tiempos del viejo Robert Irsay vuelvan también en otro sentido: él compró en 1972 una de las franquicias dominantes de la NFL durante los 60 y la transformó en un habitante habitual del sótano de la clasificación hasta el advenimiento de los Polian y Peyton Manning a finales de los 90.