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Miami Dolphins

El fichaje de Suh por Miami fue la tumba de Joe Philbin

El defensive tackle llegó a la NFL como la guinda que necesitaba el equipo para ser aspirante al anillo pero solo ha precipitado el despido del entrenador.

Suh, genio y figura. Si quisiera jugar como sabe... Pero prefiere hacer lo que le viene en gana en cada momento.
Mike EhrmannGetty Images/AFP

El verano pasado los Dolphins tiraron la casa por la ventana. Ficharon a Ndamukong Suh. 113.375.000 dólares por seis temporadas. 25,5 millones solo por firmar. Suh estampó su rúbrica y automáticamente se convirtió en salvajemente multimillonario. También automáticamente se convirtió en un pasota.

El plan no parecía malo de entrada. “Tenemos una plantilla que parece un velatorio y tal vez la resucitemos si traemos a un tipo que no solo es una estrella, sino que además tiene una personalidad arrolladora”, debieron pensar. Aunque quizá el término arrollador no sea el que describa más correctamente la personalidad de Suh.

El problema es que la tristeza que inundaba el vestuario de los Dolphins tenía su origen en un entrenador que sin duda tiene un profundo talento ofensivo, pero que también tiene una grave ausencia de carisma. Solo hizo falta que ‘Hard Knocks’ siguiera en verano de 2012 la pretemporada de Miami, para descubrir dos cosas: la primera, que Lauren Tannehill, la mujer del quarterback del equipo, es una señora de toma pan y moja. La segunda, que Joe Philbin tiene una ausencia absoluta de gracia. Cero por ciento. El vacío más absoluto. El tipo no puede ser más soso. Así que no resultaba sencillo imaginar qué sería capaz de inventar para arrastrar a sus jugadores y conducirlos a la batalla con ardor guerrero y la sangre inflamada.

La consecuencia era inevitable. La plantilla de los Dolphins ha sido durante la etapa de Philbin una procesión de almas en pena. La Santa Compaña pero a lo bestia. Daba la impresión de que los jugadores podían echarse a llorar en cualquier momento. Y las ganas de esforzarse brillaban por su ausencia.

Y ahí entraba el factor Suh. “Si tenemos un buen estratega (Philbin) y un tipo que exalte los ánimos de la plantilla (Suh), la máquina puede funcionar”. Lo cierto es que era una idea insensata, pero la desesperación es el mejor incentivo para tomar decisiones temerarias.

Lo curioso es que Suh nunca ha sido un líder, ni ha querido serlo. Más bien al contrario: ha sido un jeta. Un fresco que ha hecho siempre lo que le ha salido de los mismísimos, y que ha marcado territorio siempre buscando enfrentamientos con la autoridad. No es fruto de un espíritu rebelde, sino de una caradura como el cemento. La facha de un matón. “Yo soy el más grande de la clase y a mí nadie me dice lo que tengo que hacer porque le sacudo”.

Y fue lo que hizo en los Lions, desacreditando a Jim Schwartz hasta conseguir que perdiera su autoridad (se ha llegado a decir que le hizo llorar de desesperación en el vestuario) y dejándole siempre a los pies de los caballos. ¿Qué con Jim Caldwell fue diferente y pareció reformado? Tal vez haya que pensar que Suh estaba en su último año de contrato y tenía la obligación de jugar como sabe de verdad. Haciendo creer a los ingenuos que estaba reformado. Que el problema no era él, sino Schwartz. Es más, yo creo, sinceramente, que Suh solo ha jugado bien al football americano en 2014, y que jamás lo ha hecho al nivel estratosférico para el que está dotado.

Durante sus primeros cuatro años en la NFL, Suh alternaba jugadas grandiosas con penalizaciones ridículas de niño caprichoso. De tipo egoísta que solo piensa en si mismo. Infinidad de veces vimos a la defensa de Detroit hacer una serie perfecta que se perdía miserablemente cuando Suh daba un golpe tardío, se encaraba con un atacante o, simplemente, hacía una tontería para provocar un pañuelo amarillo y llamar la atención. Sus compañeros le miraban incrédulos y Schwartz se desesperaba en la banda, pero a él le daba lo mismo si una serie en la que el rival era frenado terminaba en touchdown por culpa de sus desplantes. Y lo malo es que lo que estoy contando no era algo que sucediera puntualmente. Se repetía con una regularidad germánica. En ocasiones varias veces por partido.

Y no olvidemos que el año pasado la defensa de los Dolphins fue de lujo. Y que Suh no llegó para resucitarla, sino como la guinda. Menuda guinda.

Suh no es un vago como lo era Albert Haynesworth. Es un niño consentido. Un estúpido. Un golfo que además tiene en el banco tanto dinero que nadie podrá evitar que haga lo que le de la gana. Ya ha encendido la mecha que se ha llevado por delante a un entrenador que nunca debió llegar a Miami y eso puede parecer bueno, pero es posible que no haya estallado toda la dinamita. Me temo que los Dolphins no habrán terminado con su pesadilla de tristeza hasta que Suh salga por la puerta. Y a estas alturas no parece que haya ningún ingenuo dispuesto a quedarse el problema.

Pagar 113.375.000 dólares por un matón para que se cargue a tu entrenador no es un buen negocio. Y menos si el matón se queda a vivir en tu casa.