Espadas en alto

Ciclismo | Vuelta a España

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jesús rubio

Laiseka ganó. Sin diferencias entre los favoritos. Hoy, descanso.

Roberto Laiseka se santiguó, alzó los brazos y volvió a santiguarse, sin aspavientos, sin gritos ni dedicatorias, con cierta solemnidad. Más que alegría parecía sentir alivio, como si más importante que la victoria fuera el hecho de que no había sido atrapado y como si más importante que todo eso fuera cruzar la meta entero, sin rasguños. Luego, en el podio, se dejó achuchar por las chicas sin demasiado entusiasmo, levantó la copa y, sin esbozar ni media sonrisa, se largó.

En el pelotón tiene fama de cascarrabias, pero es probable que sólo sea una pose que de tan repetida se haya convertido en su carácter habitual, ese descreimiento que fingen ante los pardillos los que tripiten curso aunque, en el fondo, sucede a veces, adoren el colegio. Imagino que ese amor es lo que mantiene a Laiseka en el pelotón a sus 36 años.

Se podría decir que más que un ciclista es un escalador puro, categoría que le asocia al esfuerzo máximo pero que también le acerca al triunfo (tres etapas en la Vuelta y una en el Tour). Lo de parecer antiguo, además de por su cara enjuta y sus canas, quizá tenga mucho que ver con esa especialidad de solitarios y sufridores.

Si lo hubiéramos analizado un poco habríamos llegado a la conclusión de que si Laiseka estaba allí, con los favoritos, era por algo. Su edad no le permite derrochar esfuerzos y la experiencia le ha enseñado a leer las carreras y a interpretar sus sensaciones. Y ayer eran buenas. Probó fortuna a 39 kilómetros de meta, a 8 y, por último, cuando faltaban sólo tres para la llegada. Fue entonces cuando abrió hueco.

Los gallos.

Entretanto, y después de un generoso tiroteo, los favoritos se vigilaban por si alguien tenía todavía munición. Sastre lo había intentado con decisión y Heras, con el impulso de su equipo, había tensado la cuerda para descolgar a Menchov, pero el ruso cada día que pasa parece mejor. Mancebo, que hizo la goma y se recuperó (o sea, como siempre), acabó por marcar el ritmo del grupo, no está claro por qué. Él es quien suele llegar más entero a la última semana y ahora debería echarse a un lado para que se peleen otros.

Superados los Pirineos, sólo quedan dos llegadas en alto (Lagos y Pajares) para asaltar el primer puesto. Y todavía resta una crono de 38 kilómetros. Viendo lo infructuoso del ataque frontal, los candidatos deberían pensar en las emboscadas. El líder acusará la fragilidad de su equipo.

Laiseka aventajó en 15 segundos a sus perseguidores y siguió alimentando esa leyenda de campeón tardío, de ciclista de novela, gruñón e incomprendido. Su victoria vale para salvar la actuación de su equipo, el Euskaltel, una decepción que ya dura demasiado tiempo. Aitor apareció a 10:55.

A 55 segundos del vencedor llegó otro grupo, encabezado por Perdiguero. Me detengo en él porque si Laiseka representa el clasicismo, Perdi es la bandera de la modernidad. Divertido, extravagante y provocador, el suyo podría ser otro ejemplo de explosión retardada. A sus 32 años, y después de consagrarse en San Sebastián, da la impresión de que todavía tiene algo escondido en la manga. Y pudiera ser el Mundial de Madrid. Eso sí que sería una risa, Perdi.