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La joven Maria Sharapova ha conquistado Londres con su insolente juventud (17 años) y su tímida belleza, aderezada por una melena rubia y unos atrevidos modelitos. De un blanco inmaculado, eso sí, como mandan los rígidos cánones de un torneo –el de las fresas con nata y la insoportable lluvia- que pervive ajeno al paso del tiempo. De ninguna otra manera se explica que la central de Wimbledon y la pista número uno, también albergada dentro de un estadio, no estén techadas hace tiempo. ¡Que llamen a Don Florentino!

Son muchas las Sharapovas, Hantuchovas, Zvonarevas y resto de jóvenes promesas llegadas del este europeo y afincadas en la cálida Florida, que llevan tiempo animando el circuito y las retransmisiones y audiencias televisivas. A golpe de atléticos cuerpos enfundados en ceñidos modelitos y de sonoros y agresivos golpes desde el fondo de la pista (¡bendito día el que aprendan a volear!, sea dicho de paso). La elegante y mítica Chris Evert –la novia de América- y la musa argentina Gabriela Sabatini –le eterna número tres-, abrieron décadas atrás un camino hoy convertido en autopista, víctima del furor publicitario, por la reina de Internet: Anna Kournikova.

Sin embargo, estética aparte, la ganadora de la edición de 2004 del más prestigioso y veterano de los Grand Slams, no admite comparaciones con actual novia de Enrique Iglesias. Sus golpes son más potentes, su juego más consistente y su mentalidad competitiva, amasada por las manos expertas de Nick Bollettieri, infinitamente superior. Si no se tuercen las cosas, ni alguna lesión lo impide, la nueva lolita de la WTA, nacida en Nyagan (Siberia) e hija de un ex empleado de Abramovich, llegará lejos. Al menos hasta hacerse un hueco duradero entre las mejores.