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Dos hombres y un destino

Mozambiqueño uno, jiennense el otro. Recién llegados, o casi, a los dos grandes clubes madrileños, para meterse en los zapatos de dos mitos de las respectivas casas, Del Bosque y Luis. La vida les obliga a cruzarse en un miércoles frío del diciembre madrileño, con la pasión de la ciudad en sus cogotes. El fútbol también hace extraños compañeros de viaje. Viéndoles juntos se percibe una vieja solidaridad de gladiadores. Son como gente que domina ciertos códigos muy propios. Saben que bajo el aparente enfrentamiento hay lealtad, principios del oficio. Y si es posible, amistad.

Aunque parece serio y pedante, Queiroz tiene su sentido del humor. Cuando alguien le preguntó si le iba a costar dormir la víspera del partido, citó a Firmani, el que fuera entrenador del Cosmos, que ante igual pregunta contestó: "¿Cómo voy a perder el sueño, si en mi equipo tengo a Pelé, Beckembauer, Chinaglia y Carlos Alberto?" Así se siente Queiroz, poseedor de cartas fuertes, aunque no deja de corroerle la idea de que cuando hay bajas la plantilla se queda corta. Sería feliz si tuviera a Makelele y a Ayala, o al menos a Milito. Pero tanta felicidad sería inmoral.

Menos tiene Manzano, pero se apaña. En el club ha obtenido la confianza que necesitaba, pasó el bache, ha ganado seis de los últimos siete partidos, tiene a Ibagaza en juego y el Niño se acopla con Nikolaidis. Hace algunos años, cuando Gil cambiaba un entrenador cada quince días, leí unas declaraciones muy sensatas de su hijo, Miguel Ángel: "Lo hemos probado todo menos la paciencia". Paciencia es lo que ofrece este hombre, que se hizo entrenador viajando entre Jaén y Talavera, del instituto al club y regreso, así cada día. Dos hombres y un destino. Un destino llamado derby. Será mañana.