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La Copa Davis del General Riego

Esta pasará a la pequeña historia de nuestro deporte como la Copa Davis del General Riego, más que por el despiste de la organización, por la reacción un tanto airada de Gómez Angulo primero y de su Gobierno después. Recuerdo que en 1967 pasó algo parecido, en Praga, en partido de la selección de fútbol, y no se armó tanto revuelo. Y eso que estábamos en pleno franquismo y las autoridades de entonces sí podrían haber considerado el Himno de Riego como una ofensa. Pero prefirieron tomarlo como un despiste y hasta la crónica del Arriba fue benévola con el incidente.

Por eso me ha extrañado la reacción tan exagerada ante este caso. Primero, que algo así puede ocurrir, y en España ha ocurrido algunas veces; segundo, que el asunto se solucionó sin más daño que una demora de quince minutos, y que la organización ya pidió disculpas oficiales; y tercero, caray, que tampoco nos tocaron La Cirila o el Porompompero, sino el anterior himno de España y que en una España reconciliada no debería ser visto como una ofensa. Me temo que a Gómez Angulo se le vio el plumero en forma de unos reflejos condicionados que debería revisar.

El deporte juega mucho con los nacionalismos y con los localismos. Compiten los países y compiten las ciudades. Y como el nacionalismo es un material inflamable, en el deporte siempre conviene tener a la mano la idea de que se trata de juego y de concordia. Consideremos el deporte como la prolongación de la guerra por otros medios, como decía guasonamente Ramón Mendoza, y no lo derivemos a la política, porque la continuación de ésta, como nos ilustró Clausewitz, es la guerra y ese círculo no lo quiere cerrar nadie. Sólo queremos pasarlo bien y que España gane la Ensaladera.