El fútbol de rivalidad es como el de Copa

El fútbol de rivalidad es como el de Copa

¡Qué buen partido el de Sevilla! ¡Y qué bien le sienta la rivalidad a la Liga! Siempre he encontrado que los partidos de rivalidad le dan al fútbol ese aire de tensión máxima que echamos en falta en la Liga, y que constituye el encanto principal de la Copa. En el fútbol de rivalidad no vale echar cuentas, no vale escatimar una carrera, no caben mimos, ni cuentos. Los partidos de rivalidad se viven desde días antes (no digamos si es en Sevilla) y los jugadores salen al campo resueltos, concentrados, conscientes de que está en juego mucho más que unos puntos.

Así es el fútbol: con pierna dura pero sin mala intención, con jugadores de talento que imponen su calidad en los pocos resquicios que encuentran, con intensidad de lucha por cada balón, en cada rincón del campo, con goles, sean buenos, regulares o magníficos (malos no hay). Con ambiente en las gradas y con un arbitraje bien acompasado al ritmo del juego, como el que vimos anoche. A estos partidos no les viene bien un arbitraje demasiado puritano. Les va bien un arbitraje como el de anoche. Pitando, sí, pero dejando que fluya el fútbol, sin anteponer el autoritarismo.

Un partido con nombres propios. Pero con nombres propios que estaban sobre el campo, no fuera de él, con declaraciones y memeces. Nombres como Joaquín, Reyes, Denilson o Antoñito, jugadores de encanto, muy propios para aquella ciudad. Un partido también con alternativas de juego y de dominio, fases para ilusionar o para hacer temblar a todos, y cierta ración de caos. Así es el fútbol de la máxima rivalidad y así fue este Sevilla-Betis que todavía se podrá consumir en una estela de discusiones, a la espera del de la segunda vuelta, que yo ya estoy deseando que llegue.