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No crean que me alegra ver al Barça así. Incrustado en el pelotón de los meritorios (en su caso, en el de los torpes), con más derrotas que victorias en su tortuosa Liga (10/9), con dos entrenadores (Van Gaal no deseado, como los hijos que llegan de penalti, y Antic haciendo de milagrero luchando estérilmente como el Llanero Solitario) y dos presidentes dando la nota (Gaspart se fue contra su voluntad, ¡lástima!, y Reyna se comporta como un squatter que se atrinchera en el poder). Pero faltaba la guinda estadística que amargase más la existencia a una afición castigada que repasa en casa los vídeos del dream team para no caer en una depresión absoluta.

La realidad es implacable. Jamás había estado el Barcelona a 24 puntos del Real Madrid, su enemigo por antonomasia y el rival que mueve los latidos emocionales de todos los fieles a la religión culé. Aceptarían estar a esa distancia galáctica (perdón por el calificativo) si el Madrid se la pegase ante el Manchester y perdiese la Liga a manos de Real Sociedad o Deportivo. Pero el caso es que mi estimado Urruti, que en paz descanse, jamás habría imaginado un escarnio de semejante calibre. El Barça se arrastra en la clasificación como Tyson en los cuadriláteros. Su pegada ya no intimida a nadie. El Madrid, imperial, mira para atrás y no lo encuentra. A 24 puntos. ¡Qué bárbaro!