NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

La permanente grosería de Luis Aragonés

Hace muchos años que conozco a Luis Aragonés. La vida nos ha puesto cerca. He tenido con él un trato escaso y correcto. Algunos amigos a los que aprecio y valoro sinceramente le han tratado mucho más y me aseguran que es un hombre bueno e inteligente. Hablo de De la Morena, J.J. Santos o Enrique Ortego, por poner algunos ejemplos. Les tengo que creer, aunque mi impresión directa no me produzca ese entusiasmo. Como entrenador sé que tiene la virtud de hacer grupo. Los jugadores que maneja en general le aprecian. Su palmarés es largo y discreto tirando a bueno.

Lo que me desagrada es su puesta en escena. Su continua y gratuita costumbre de ser borde, de elevar el tono, de despreciar a los periodistas en las conferencias de prensa (en general jóvenes de primer empleo a los que abruma desde su sitial), escenas como la que protagonizó con el pardillo de Turienzo, o las propias explicaciones cínicas que luego facilitó sobre el caso. Hay en su actitud un aire de chuleta madrileño pasado de fecha que no sé a qué viene, que es feo y desagradable y que se reitera tanto que está acabando por convertirle en la mosca en la sopa del fútbol español.

Cualquiera tiene derecho a ponerse nervioso y borde de cuando en cuando. Pero nadie tiene derecho a ser desagradable por sistema, y menos en un mundo como el del deporte, que se pretende ejemplar y hasta educativo, y que así debe ser. Además, un entrenador es, entre otras cosas, imagen del club. Es la cara que más se ve, la voz que más se escucha al cabo de la semana. Y Luis, con sus cosas, no creo que facilite a Miguel Ángel Gil y demás la venta de buena imagen del Atlético, porque cada poco cubre a su club con una lluvia de caspa. ¡Qué ganas tengo de que cambie en eso!