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Humillación demencial

Nunca escarmiento. Me había prometido olvidarme por un tiempo de la eterna y crispante crisis de mi querido/sufrido Madrid de basket pero, pese a todo, me resistía a arrojar la toalla. De hecho, en vez de acudir a mi cita galáctica con el Bernabéu me encerré en un despacho con dos monitores de televisión y repartí mi atención y mis pupilas entre el Raimundo Saporta y el Madrid-Racing del PPV. Lo fácil sería decir que entre las bicicletas de Ronaldo, las asistencias de Raúl, los paradones de Casillas y la magia de Zidane dejaría sólo las migajas de mi atención para los intentos baldíos de Reyes (el mayor), Herreros o Mumbrú por arrancarme una sonrisa. Agua. Ni con Estudiantes enfrente, el enemigo por antonomasia de toda la vida, es capaz este impostor team de mostrar una pizquita de orgullo o de coraje. ¡Cobardes!

Imbroda, que vino aquí para rescatar la ilusión del pueblo y está a punto de provocar un homenaje popular para compensar al denostado Scariolo, sabe que la cornada de ayer es tan mortal como la de Paquirri en Pozoblanco. El madridismo clásico no soporta ver en caída libre al equipo más laureado de Europa. Que las bandas del Este te saqueen la casa tiene un pase, pero no invitarles a un café antes de marcharse. ¿Explicará alguien algún día la influencia del agente Gorka Arrinda en este proyecto suicida? Este Madrid es una colección de muertos vivientes, con un entrenador que ha perdido la confianza de su vestuario y una afición hastiada que se revolvió contra los suyos. La Demencia se murió de risa (¡Humillación!) y sólo mirar por el retrovisor a Portillo y Guti me rescató de la depre. Catarsis. Ya.