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Las fuerzas del mal no descansan

Supongo que les suena Robinho. En este periódico les hemos hablado de él. Es una de las jóvenes estrellas del nuevo Santos, el viejo equipo de Pelé. Robinho lleva el nueve y es una maravilla, tanto si conecta con el diez, Diego, como si se la juega por sí mismo. Es un prodigio de habilidad. Tan especial es su juego que ha puesto en alarma a los árbitros. Corre entre ellos la bolilla de que regatear tanto y tan bien es humillar. Uno ha llegado a mostrarle tarjeta amarilla por ese motivo, según reflejó en acta. Otro le advirtió antes del partido de que si abusaba de su habilidad le amonestaría.

Lo cuenta hoy Ricardo Setyon en la sección de internacional. Cuando leí la crónica me frotaba los ojos. Recordé que cuando empecé a ir al fútbol Amancio estaba en plenitud. Le pegaban mucho y algunos, que a mí me parecían muy brutos, decían. "Es que con esa forma de jugar le tienen que pegar. Es que regatea mucho". Con los años se crearon las tarjetas amarillas, entre otras cosas para proteger a los habilidosos. El empujón final lo dio el Mundial 66 en el que Pelé fue golpeadísimo hasta la lesión. En aquel Mundial estaba en plena apoteosis el siniestro Nobby Stiles.

Y hay tarjetas desde el Mundial del 70. A mis ídolos de cuando yo era un joven aficionado les llegaron tarde. Hablo de Amancio, Ufarte, Collar, Javi Clemente (sí, Javi Clemente, al que retiró un tantarantán traicionero)... Muchas veces lo he lamentado, por ellos, y por mí, como espectador. Pero resulta que el tiempo y la extraña perversión de conceptos que anida con facilidad en las cabezas arbitrales retuerce ahora hasta un grado increíble el objetivo inicial de las tarjetas. Cualquier día amonestan a Roberto Carlos por correr muy deprisa. Las fuerzas del mal no descansan.