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Gil piensa resistir al frente del Atlético

El más complejo proceso judicial de la historia del fútbol español dio ayer un paso decisivo. Gil debe devolver las acciones del Atlético de Madrid, con las que se hizo con ocasión de la transformación del club en Sociedad Anónima. Se hace sentencia una sospecha general: Gil adquirió el Atlético enseñando un dinero que luego retiró. Con la complicidad, negligencia o despiste de la administración, para la que no hubiera sido bueno que su recién estrenada ley de Sociedades Anónimas Deportivas produjera, como primer efecto, la precipitación del Atlético a Segunda B.

Hay más aspectos en la sentencia, pero el que interesa básicamente a los aficionados al fútbol es el que se refiere a la propiedad del club. ¿Y qué va a pasar ahora? En principio nada, porque Gil recurre ante el Supremo y piensa resistir. Y porque en caso de que, dentro de dos años, pierda en aquella instancia, aún confía recuperar sus acciones mediante la condonación de una deuda que el club aún mantiene con él, reconocida por el interventor. El miedo es que su resistencia haga aún más difícil el funcionamiento del club, que lleva años instalado en una tenaz provisionalidad.

El mejor argumento en defensa de Gil es que sin aquella maniobra suya de última hora, trece años atrás, el Atlético hubiera sido relegado a Segunda B. Fue él, y sólo él, quien evitó aquello. Desde esa perspectiva merece ser mirado con la mayor indulgencia. Y tras las muchas horas de trabajo que él y su hijo se han dejado en el club es un derecho natural su resistencia. ¿Y qué debe hacer el aficionado? Vivir con normalidad. Ir al campo, pinchar el pay per view y recordar que el Atlético es, sobre todo, un depósito colectivo de afecto, ilusiones y recuerdos compartidos. Esa es su fuerza como club.