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La universalidad del Real Madrid es algo más que un enunciado pomposo aprovechando el volcán propagandístico de su histórico Centenario. Es una realidad constatable cada día que pasa hasta el punto de que obliga por igual a sus directivos, técnicos y jugadores, a inmacular sus comportamientos al haberse convertido en el espejo público de miles de voluntades que mimetizan cada gesto de sus ídolos hasta convertirlos en sus referente ideológicos y morales.

El mejor ejemplo nos viene de Ucrania, donde los informativos abren con el cuento de hadas que su compatriota Andriy Kuzmenko está viviendo en Madrid. El niño estuvo a punto de perecer abrasado en una exhibición aérea ataviado con los colores del mejor equipo del siglo XX. Por eso, el Madrid ha hecho bien en diseñar para Andriy una semana que jamás olvidará. Hoy visitará el Bernabéu cuya primera visión es tan impactante como despertarte de la siesta en las cataratas de Iguazú. Bajará al vestuario y chocará sus palmas con Casillas (que tomen nota los ilusos, Iker es su preferido por encima del planet Ronaldo), verá el partido del 18-D, se comerá un cocido en el Madrid de los Austrias y chistorra de luxe en el Donostiarra, tocará la mano reformada de La Cibeles, pasará por la puerta de Alcalá como Ana Belén y regresará a Kiev, la tierra de Shevchenko, convencido de haber vivido un auténtico Cuento de Navidad. Eso es universalizar un club.