Roncero desde Yokohama | Tomás Roncero
Raúl Bravo, rey de Akihabara
Estar en Tokio y no visitar Akihabara, la ciudad de la electrónica, es como aparecer por Segovia y olvidarte del cochinillo y del Acueducto Romano. Eso debió pensar la facción más inquieta de la plantilla madridista, dado que 12 de las unidades del pelotón blanco (Helguera, Guti, Salgado, Flavio, Morientes, César, Celades, Portillo, Bravo, Miñambres, Rubén y Carlitos Sánchez) se metieron en Laox, una especie de jungla de las nuevas tecnologías audiovisuales en la que yo terminaría vomitando y sin oxígeno (al más puro estilo José Luis López Vázquez en La Cabina). Pero los jóvenes de ahora son así de sofis y les encantan estos juguetitos que parecen diseñados por el diablo. Teléfonos móviles con pantalla digitalizada para que puedas ver a la persona con la que hablas (¡qué horror!), pantallas de televisión de plasma (sic), DVD de última generación, disc-man, videoconsolas, cámaras de vídeo ultramodernas que ni siquiera han llegado a Europa... El que estuvo soberbio es Raúl Bravo. Quería una de esas video-cámaras que te filman todo casi sin que salgas de la ducha, pero el precio resultaba prohibitivo para el chaval. "¡No, problem!", espetó el de Gandía. Ofreció su camiseta del Real Madrid y los dependientes, que la veían como una reproduccón sagrada de Buda, se la quedaron orgullosos a cambio de un considerable descuento. Chico listo.
¿Y Florentino? Pues andaba junto a Amancio, Butragueño, Fefé, Enrique Sánchez y resto de capos de la expedición (sólo Valdano, griposo, se quedó en el hotel) para ver Kyoto. Una ciudad con más de 1.900 templos que mantuvo entretenida a la corte presidencial durante todo el día. Por cierto, Kyoto era el nombre del primer karaoke que un japonés puso en Madrid, junto a la calle Félix Boix. Un merecido homenaje al padre de Operación Triunfo.