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El último madridista

Cuando arrancó este podrido Mundial el 31 de mayo, diez madridistas lucían el palmito en las pasarelas de Corea y Japón. Nueve de ellos han ido quedándose por el camino. Zidane, Makelele, Figo y Geremi en primera instancia, arrastrados por los fracasos sonados de Francia, Portugal y Camerún. Posteriormente, la ‘Armada Invencible’ de Camacho (y digo eso porque España regresó de Corea sin haber perdido un solo partido) se vio obligada a adelantar su retorno a casa por culpa del egipcio de sonrisa mafiosa y el impostor ese de Trinidad y Tobago, tan miope como corruptible. Casillas, Helguera, Morientes, Hierro y Raúl se quedaron fuera de la semifinal de los impostores que disputaron alemanes y coreanos en Seúl. Sólo queda un superviviente del naufragio, un futbolista de una pieza, ejemplar: Roberto Carlos.

Ayer se sinceró con Pedro Pablo San Martín en Tokio y le confesó que quiere ganar el Mundial para Brasil... y para los madridistas. No es un brindis al sol. Le creo. Robertinho es un tipo emotivo, que enfoca la vida a base de emociones. Sólo desvirtúa su enorme mérito ese entorno de agentes que en ocasiones equivoca el verbo de los futbolistas. Pero Roberto Cracklos ha vuelto a dar una lección. Ha sabido superar una complicada lesión reservando el Pesquera para la última recta de la temporada. Primero, fue cómplice del asesinato del Bayer Leverkusen en la final de Glasgow, asistiendo a Raúl y a Zidane en los dos golazos de La Novena. Después, se ha adueñado del carril izquierdo de Brasil para ser ese cohete que convierte su banda en una lanzadera transformándose en Camacho y Gento a la vez. Roberto es un ganador. El último madridista.