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Cuando hace cuatro temporadas el Deportivo tocó fondo y terminó la temporada en la duodécima plaza, Augusto César Lendoiro tuvo la sabiduría de aceptar su error, los riesgos de su proyecto faraónico y las debilidades de esa Torre de Babel en que se convirtió un equipo sin fronteras. Hasta 16 futbolistas nacidos fuera del territorio español se agolpaban en un vestuario en el que se mezclaban siete lenguas, con el consiguiente desconcierto para una afición a la que le costaba aferrarse a un ídolo con cara y ojos reconocibles.

Eran los tiempos en los que los goles los firmaban el francés Martins, el brasileño Luizao o el Loco Abreu. Antes había sido Bebeto el dueño de la producción ofensiva del acorazado gallego, y después fue Rivaldo el héroe de los Riazor Blues antes de que el Barcelona se lo quitase de una forma rastrera y oportunista. Así no había manera de crecer. Lendoiro se dio cuenta a tiempo.

Por eso es necesario reivindicar la jerarquía de gente como Diego Tristán (posiblemente uno de los cinco mejores delanteros de Europa), Fran, Víctor, Amavisca y Valerón. Todos son futbolistas made in Spain, que no han necesitado un currículum internacional ni haber nacido en Sao Paulo o Marsella para ser valorados. El Depor escribe sus goles en un idioma reconocible por todos. Por eso son serios candidatos al título de Liga.