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La Liga empezó anoche para el Real Madrid. Ese último cuarto de hora de Villarreal marcará un antes y un después en el año del Centenario. Los goles postreros de Munitis y Raúl tendrán un efecto demoledor sobre las conciencias de sus rivales en la lucha por el título. Fue un triunfo de casta, la mejor virtud en tiempos de crisis y dudas. Tres puntos de oro que reactivarán el orgullo del campeón a una semana del gran duelo, de ese Madrid-Barça que de pronto se ha iluminado ante la perspectiva de ver al acorazado blanco surcando de nuevo las aguas de la competición. Dijo Jorge Valdano hace poco que lo importante es que los equipos que han demarrado (Depor, Valencia, Celta, Barça...) te vean por el retrovisor. Pura psicología.

Al campeón ya le adivinan su sombra por ese retrovisor liguero que, como el algodón, no engaña. Los que daban al Madrid por muerto desconocen la historia y las señas de identidad de este club blindado ante los naufragios y las situaciones irresolubles. Ayer no mejoró en exceso el juego, pero con nueve bajas, Helguera (en su debut en el campeonato) formó con Pavón una dupla solvente en la zaga, mientras que los Raulitos mostraron la grandeza de este deporte. El jovencito, R. Bravo, se apoderó de la banda izquierda como si fuese Roberto Carlos. Todo lo hizo bien. El veterano, R. González, estuvo en la madriguera hasta que asomó la cabeza para matar. Ese es el gran Madrid. Ha vuelto.