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El misterio del campamento de verano

Roberto Santiago

imagen portada capitulo futbolisimos el misterio del campamento de verano

A la mañana siguiente, muy temprano, nos convocaron a todos los participantes del campamento.

Nos sentamos niños y adultos en la hierba, formando un gran círculo.

Delante de las tiendas de campaña.

En el medio, de pie, estaban las cuatrillizas.

Cuchicheaban entre ellas.

Por lo visto, iban a anunciar qué castigo nos ponían.

Esperábamos impacientes, preocupados.

—Las reuniones antes de desayunar son muy malas para la salud —dijo Tomeo, nervioso.

—Si no os hubierais escapado, nada de esto estaría pasando —murmuró Laura—. ¿A quién se le ocurre?

—Fue por una buena causa —se disculpó Ocho—, queríamos ayudar con el robo.

—Ni buena causa ni nada, he propuesto a los organizadores que os expulsen del campamento —gruñó el abuelo Benemérito.

—Pero… pero… abuelo, ¿cómo dices eso? —replicó Ocho.

¿Sería posible que nos fueran a expulsar de El Trébol?

Helena me dijo al oído:

—A lo mejor el abuelo Benemérito quiere que nos expulsen porque es el ladrón. Para salir de aquí cuanto antes con el Trébol de Oro.

La miré sorprendido.

Tal vez Helena tenía razón.

Pero aquel trofeo era muy grande y muy pesado.

¿Dónde lo habría guardado el ladrón, fuera quien fuera?

—A ver, Benemérito, cuando dices que has hablado con los “organizadores”, ¿a quién te refieres? —preguntó Alicia.

—Pues a las cuatrillizas, que yo sepa no conocemos a ningún otro organizador aquí —contestó él.

Felipe resopló, agobiado.

Aquello no pintaba bien.

Con la ilusión que nos había hecho cuando nos eligieron para participar en El Trébol.

Sin embargo, desde que habíamos llegado al campamento nada salía bien.

—Ya hemos tomado una decisión —anunció Jolly, con una gran sonrisa.

—Escaparse por la noche sin permiso es muy triste —dijo Polly.

—Y muy arriesgado, podía haberos pasado cualquier desgracia —añadió Molly.

—Y va contra las normas del campamento. ¡Ahora veréis! —remató Dolly.

Observamos a las cuatrillizas temerosos.

—Nos van a expulsar —se lamentó Angustias.

—¡Lo primero que habíamos pensado fue en expulsar del campamento a todos los que participaron en la escapada a medianoche! —gruñó Dolly.

—Lo sabía —sollozó Angustias.

—Pero luego nos hemos dado cuenta de que sería injusto para los demás —sonrió Jolly—. Los otros participantes tienen derecho a seguir con la competición.

—Además, no todos los que se escaparon tuvieron la misma culpa —dijo Polly—. Hay alguien que tiene una cosa muy importante que decir.

Se hizo el silencio.

Y se puso en pie Parker Parkenson.

—Yo no querer salir de tienda a mitad de noche. I didn´t want! —aseguró—. Ellos decir: reunión medianoche, midnight… ser idea de ellos… yo pedir perdón, sorry.

Me levanté de un brinco.

—¡Pero si la reunión la convocaste tú! —exclamé indignado.

Parker Parkenson se encogió de hombros.

—Equipo Soto Alto escapar de tienda… Yo solo seguir… Pedir perdón, sorry, sorry —repitió Parker, poniendo cara de bueno.

Aquello era el colmo.

Se metía en los Futbolísimos.

Convocaba una reunión del pacto secreto.

Y ahora nos echaba toda la culpa a nosotros.

Miré a Helena, que a su vez miraba a Parker atónita.

No dijo nada.

No le defendió, pero tampoco le acusó.

¡Ya no podía más!

—¡Parker Parkenson es un mentiroso y un chulito y un metomentodo! —solté.

Un murmullo recorrió el prado.

—Pakete, no hables así de un compañero —intervino Alicia.

Agaché la cabeza, avergonzado.

—Parker Parkenson es el único que ha pedido perdón por escaparse y que ha confesado todo lo que pasó —explicó Jolly—. Por esa razón, queda libre de cualquier castigo.

—Si es por eso, yo también pido perdón, lo siento mucho —dijo Toni.

—Toma, y yo —añadió Marilyn—. Pido perdón por mí y por todos mis compañeros.

—¡Demasiado tarde, granujillas! —gruñó el abuelo Benemérito—. Ahora ya no vale. ¡Exijo un castigo ejemplar para estos niños!

—Pero, abuelo, ¿tú de parte de quién estás? —dijo Ocho.

—¡De parte de la verdad! —contestó el abuelo—. ¡Y la verdad es que os merecéis que os expulsen del campamento!

—Otra vez con lo mismo —dijo Tomeo.

—No vamos a expulsar a nadie —zanjó Polly—. El castigo tiene que ser proporcionado, aunque sea muy triste.

Molly levantó los brazos y anunció:

—Hemos decidido que los nueve integrantes de Soto Alto ¡pierdan todos los puntos en la competición!

Enseguida empezaron otra vez los murmullos.

Nadie entendía aquel castigo.

—Perdón —dijo Helena levantando la mano—. Los de Soto Alto pertenecemos a distintos equipos, ¿a quién le van a quitar los puntos exactamente?

—Esa es la cuestión —respondió Molly, como si ya lo tuvieran pensado—. No podemos quitar puntos a inocentes por vuestra culpa.

—Por ese motivo, ay… —siguió Polly.

—¡Hemos decidido cambiar todos los equipos! —exclamó Dolly—. ¡Y al que no le guste que se aguante!

—Cambiar los equipos… ¿cómo? —preguntó Marilyn, sin comprender.

—De la única forma posible para que se haga justicia —contestó Jolly—. ¡Desde hoy, los equipos ya no serán por colores! ¡Volvemos a los cuatro equipos originales!

—¿Cómo?

—¿¡Qué!?

—¿¡¡¡Por qué!!!?

—¡No entiendo nada! —dijo el abuelo Benemérito.

—Pues está muy claro —replicó Dolly—. A partir de este momento, todo el mundo debe cambiar de equipo. ¡Todos a su equipo original!

—¡Los cuatro equipos vuelven a ser: el Soto Alto, el Manchester City, el Boca Juniors y el Tao Feiyu! —siguió Jolly, por si alguien no lo había comprendido.

—Como castigo es muy extraño —protestó Benemérito.

—No te quejes, así volvemos a estar todos juntos —le dijo Laura.

—¿Y eso es una buena noticia? —rezongó el abuelo—. ¡Yo prefería estar en el equipo rojo y no con todos estos flojos! ¡Éramos invencibles!

Angustias y Molly se miraron.

—¿Ya no soy del equipo negro? —preguntó Angustias, angustiado.

—No, pero puedes seguir angustiándote conmigo —dijo ella.

—Muchas gracias —respiró Angustias.

Parker chocó la mano con sus compañeros del Manchester City.

Parecía encantado de regresar a su antiguo equipo.

Yo crucé de nuevo una mirada con Helena.

Por un lado, estaba contento.

Seguiríamos juntos.

Y todos los de Soto Alto volvíamos a estar en el mismo equipo.

Pero por otro…

El abuelo tenía razón, era un castigo muy extraño.

—¡Y ahora, un repaso a las puntuaciones! —dijo Dolly.

—Ya sabía yo que esto debía tener un lado malo —dijo Marilyn—. El equipo rojo íbamos en cabeza, seguro que ahora ya no.

—Efectivamente, Soto Alto no queda muy bien en la clasificación por ahora —advirtió Polly.

—Hemos repartido los 24 puntos de los equipos azul, rojo, amarillo y negro entre cada uno de sus participantes —explicó Molly—. Y los hemos asignado a sus nuevos equipos.

—La clasificación, de momento, queda así… —señaló Jolly.

Se encendió una pantalla con el marcador:

1º. Manchester City. 7 puntos.

2º. Boca Juniors. 7 puntos.

3º. Tao Feiyu. 5 puntos.

4º. Soto Alto. 5 puntos.

—Ah, pues ni tan mal —dijo Camuñas—. Nos castigan y encima tenemos más puntos.

—Yo he perdido puntos, enterado —protestó Toni—. Antes tenía diez puntos e iba primero, ahora tengo 5 puntos y voy el último.

—Bueno, unos habéis subido y otros habéis bajado, como la vida misma —intentó mediar Laura.

—Lo importante es que el Soto Alto vuelve a estar unido —dijo Felipe.

—Me da que esto no ha terminado aquí —comentó Alicia.

—¡Por supuesto que el castigo no ha terminado! —gruñó Dolly.

—Ya lo hemos dicho antes —continuó Polly—. ¡El Soto Alto Fútbol Club recibe una sanción y pierde todos sus puntos, ay!

El marcador cambió de inmediato.

1º. Manchester City. 7 puntos.

2º. Boca Juniors. 7 puntos.

3º. Tao Feiyu. 5 puntos.

4º. Soto Alto. 0 puntos.

Capítulo 8 de El misterio del campamento de verano de los Futbolísimos

—Aún quedan tres pruebas, podéis recuperaros, venga, ¡mucho ánimo! —dijo Jolly, tratando de ser positiva.

—Yo ya no me entero, me he perdido hace rato con esto de los puntos —musitó Tomeo, rascándose la cabeza.

—Está muy claro —resumió Anita—. El castigo es que a todos los que nos escapamos anoche nos ponen juntos para poder quitarnos los puntos. Es la única forma de hacerlo, tiene sentido.

—¿Siempre lo entiendes todo a la primera? —dijo Toni.

—Creo que sí —contestó Anita, sin inmutarse.

Después de aquello, se rompió el círculo y todos nos levantamos.

Los miembros de cada equipo hablaban entre ellos.

Los chinos del Tao Feiyu susurraban y señalaban el marcador, parecían estar ya haciendo planes.

Los ingleses del Manchester City felicitaban a Parker, su jugador estrella se había librado del castigo.

Los argentinos del Boca Juniors se abrazaban unos a otros, como si estuvieran muy emocionados.

Y nosotros… Bueno, nosotros estábamos desconcertados.

—Lo importante es que estamos juntos —dijo Marilyn.

—Exacto —apostilló Helena—. Somos el Soto Alto, y siempre vencemos las dificultades.

—Pero tenemos cero puntos —afirmó Toni.

—Y ya no podremos llevar la equipación negra, me encantaba —suspiró Angustias.

—Y el Trébol de Oro sigue sin aparecer —recordé yo.

—Y encima Parker Parkenson ya no está en nuestro equipo —añadió Camuñas.

—Yo creía que preferías no tenerlo en tu mismo equipo —dijo Ocho—, así vuelves a ser portero titular.

—Ya, eso sí, pero la verdad es que es muy bueno —reconoció Camuñas—. Y tiene esa gorra con el uno dorado, me flipa.

—En el Soto Alto no necesitamos más porteros —dijo Anita.

Helena miró de reojo a Parker Parkenson, que se reía con sus amigos del Manchester.

—¿Vas a echar de menos a tu amiguito? —le pregunté.

Ella me miró.

Y negó con la cabeza, muy seria.

—No comprendes nada, Francisco García Casas —me contestó.

Y se alejó.

—¡Toma ya! —exclamó Camuñas—. ¡Es la primera vez que Helena no te llama Pakete! ¡Eso sí que es fuerte!

Mi amigo tenía razón.

Que yo recuerde, era la primera vez que Helena con hache me llamaba así.

Francisco García Casas.

Mi nombre completo con los dos apellidos.

Eso solo podía significar que estaba muy enfadada.

—¿Ya podemos desayunar? —preguntó Tomeo—. Creo que me está bajando el azúcar, me lo noto.

Nos disponíamos a ir a la cabaña.

Sin embargo, Dolly se subió a un cajón de madera y pegó un grito:

—¡Quieto todo el mundo! ¡Aún no hemos terminado con el castigo!

Nos quedamos paralizados.

—¿Aún hay más? —preguntó Tomeo, desesperado.

Dolly miró a sus hermanas.

Y sonrió.

¡Era la primera vez que veía a Dolly sonreír!

Eso sí que era una novedad.

Algo tramaba.

Estaban ocurriendo demasiadas cosas extrañas.

—Soto Alto, si queréis permanecer en el campamento, ¡debéis superar la prueba del trébol de cuatro hojas! —exclamó Dolly, satisfecha.

—¿Qué prueba es esa? —preguntó Alicia.

—Muy sencillo —dijo Dolly, volviendo a sonreír—. Tenéis que encontrar un auténtico trébol de cuatro hojas.

—Pero ¿eso existe? —preguntó Marilyn—. Yo creía que era una leyenda.

—Claro que existen —explicó Anita—. Los tréboles de cuatro hojas son muy poco comunes. Según las estadísticas, de cada diez mil tréboles que hay en la naturaleza, uno tiene cuatro hojas.

—¡Eso es poquísimo! —protestó Camuñas—. ¡Tendríamos que revisar miles de tréboles para encontrar uno!

—Os aseguro que en el valle hay más de un trébol de cuatro hojas —dijo Jolly—. Solo tenéis que buscar bien.

—Son muy bonitos —murmuró Polly, ensoñadora.

—Y muy frágiles —añadió Molly.

—¡Equipo de Soto Alto, tenéis hasta las nueve y cuarenta y un minutos de la noche, cuando se pone el sol, para encontrar un auténtico trébol de cuatro hojas! —bramó Dolly—. Si a esa hora no lo habéis encontrado, ¡seréis expulsados del campamento!

Y volvió a sonreír por tercera vez.

—Pero ¿por qué nosotros? —preguntó Marilyn.

—Muy sencillo, porque vosotros os escapasteis a medianoche —contestó Dolly—. Es parte de vuestro castigo.

—Los demás equipos podéis ir a desayunar —dijo Jolly—. Tenéis el día libre. Haremos juegos en el río, siesta, merienda y otras cosas divertidas.

Todos celebraron la noticia con gritos y aplausos, y se marcharon a la cabaña.

—Good luck, Soto Alto! —se despidió Parker Parkenson.

Y desaparecieron de nuestra vista.

—¡Jo, es una injusticia! —se lamentó Tomeo, desesperado.

—No haberos escapado, grrrrr —gruñó el abuelo Benemérito.

Dolly agitó las manos y dijo:

—Soto Alto, os daremos una mochila con bocadillos y agua para todo el día. ¡Más vale que empecéis a buscar ya! ¡El trébol de cuatro hojas os espera!

Y sonrió por cuarta vez.

Puffffffff.

Eso de encontrar un trébol de cuatro hojas era muy difícil.

Observé el valle delante de nosotros.

Era enorme, gigantesco… ¿Dónde buscar exactamente?

—Deberíamos dividirnos por grupos —propuso Helena con hache—. Cuanto antes nos pongamos en marcha, mucho mejor.

—Eso, démonos prisa —dijo Alicia—. Toni, Helena y Marilyn, conmigo. Vamos a buscar hacia el río.

—Camuñas, Ocho y Angustias, conmigo —dijo Felipe—. Vayamos al bosque.

—Yo me quedaré aquí como observadora general —propuso Laura—. Hala, Pakete, Tomeo y Anita, con el abuelo Benemérito hacia la montaña. ¡Todos en marcha!

Lo que faltaba, encima me tocaba con el abuelo gruñón.

—¿De verdad te vas a quedar aquí mirando? ¿No vas a ayudar a buscar el dichoso trébol? —le preguntó Alicia a Laura.

—A ver, yo buscaré un poco por las tiendas de campaña —respondió Laura—. Pero sobre todo haré de coordinadora general, es una labor muy importante también, je, je, je.

—Podéis pasar por la puerta de la cabaña a recoger las mochilas —dijo Jolly—. ¡Os deseo mucha suerte!

Nos separamos por grupos.

Cogimos las mochilas.

Y nos encaminamos hacia las montañas.

—Menuda tontería buscar un trébol de cuatro hojas —protestó el abuelo Benemérito.

—Dicen que es un símbolo de la buena suerte —murmuré.

—¡Buena suerte sería que no os hubierais escapado! —gruñó el abuelo—. ¡Buena suerte sería que no hubiéramos venido nunca a este campamento! ¡Buena suerte sería que fuerais un poco más espabilados! ¡Vamos, buscad el trébol y callaos, no quiero oíros!

Tomeo iba comiéndose el bocadillo.

Anita se ajustaba las gafas y parecía observar todo con detalle.

Y yo trataba de concentrarme, mirando a mi alrededor, el trébol podía estar en cualquier parte.

Apenas llevábamos unos minutos caminando, cuando Tomeo dio un brinco y exclamó con la boca llena:

—¡Lo hegg encondradddo! ¡Un tdréboll deg cuaddro hodjas!

¿¡YA!?

Se agachó señalando algo.

Nos acercamos corriendo.

Y contemplamos aquello que señalaba.

—Pero muchacho… ¡si eso es una flor amarilla! —dijo el abuelo.

—Tiedne cuadtrgo hodjas —insistió Tomeo, tragando.

—Los tréboles son verdes, de verdad que no puedo con vosotros —resopló el abuelo Benemérito—. Vamos, venga, no os paréis a lo tonto.

—Perdón —se disculpó Tomeo.

—No pasa nada, buen intento —dije.

—Y es muy bonita —le animó Anita—. Se llama oxalis. Mucha gente la confunde con un trébol.

Después de aquello, continuamos caminando.

Atravesando aquel valle interminable.

Subiendo hacia la montaña.

Había arbustos y flores de todas clases.

También muchos tréboles de tres hojas.

Pero ninguno de cuatro hojas.

El tiempo iba pasando y no encontrábamos nada.

Empezábamos a estar agotados.

Y un poco desesperados también.

Más arriba, oímos el ruido del agua.

Dejamos atrás unas rocas y delante de nosotros apareció un arroyo precioso.

Llevaba muchísima agua.

Y lo más sorprendente:

¡Había alguien bañándose en sus aguas cristalinas!