El valle estaba completamente a oscuras, iluminado solo por la luna y las estrellas que brillaban en el cielo.
No se oía ningún ruido en la gran cabaña de piedra. Estaba desierta a esas horas. Tanto los adultos como los niños dormían.
Todos menos nosotros.
Camuñas y yo íbamos de puntillas.
Acercándonos.
Tratando de no hacer ruido.
Nos asomamos por un extremo de la cabaña.
Nadie a la vista.
—¿Somos los primeros en llegar? —pregunté, extrañado.
—Shhhhhhhhhhhh —dijo Camuñas—, que nos van a oír.
—¿Quién? —dije—. Si no hay nadie.
—Por si acaso —zanjó él.
Miré mi reloj: las doce en punto de la noche.
A esa hora habían convocado la reunión de los Futbolísimos.
—Es muy raro que no estén aquí los dem… —empecé a decir.
Pero no pude terminar la frase.
Porque en ese momento, una voz que venía del cielo bramó:
—Estamos aquí arriba, espabilados.
Pegamos un brinco del susto.
Levantamos la vista.
Asomado desde el techo de la cabaña, vimos a Toni, sonriendo.
—Subid, que sois los últimos en llegar —dijo.
Camuñas se acercó a la pared.
—¿Habéis trepado por las piedras? ¡Mola! —exclamó, y empezó a subir como si fuera el hombre araña.
—Nada de trepar, espabilados —contestó Toni—. Hemos subido por la escalera metálica.
Desde lo alto, se asomó también Marilyn.
—No hagáis el bruto —dijo la capitana—. Subid por ahí.
Señaló una esquina de la cabaña, en la que se podía distinguir una escalera.
Enseguida, comencé a subir por ella.
Camuñas estaba agarrado como una lapa a la pared.
—Pues yo creo que ya puestos, voy a subir por aquí, uffffffff —musitó.
Intentó seguir trepando, pero al levantar la mano…
¡¡¡CATAPLOF!!!
Se cayó de culo.
Por suerte no estaba muy alto.
—Me he caído porque no se ve nada —se lamentó, incorporándose—. De día, esa pared la subo yo en un momentito.
—Claro, claro, lo que tú digas, siempre optimistas, equipo Alegría —sonrió Toni—. Vaya castañazo te has metido, ja, ja, ja.
Finalmente, Camuñas me siguió por la escalera.
Ambos subimos con cuidado.
Un momento después, los dos estábamos arriba.
Aquello no era un techo normal y corriente.
Era una especie de azotea con bordillos.
Se podían ver un par de antenas de televisión, una chimenea, y una trampilla que debía comunicar con la parte interior de la cabaña.
—Hola —dijo Ocho al vernos llegar—, estábamos muy preocupados por vosotros.
—Ya pensábamos que os había pasado algo terrible, que os había atrapado un lobo o un animal nocturno o que os habíais caído al río —afirmó Angustias.
—Yo también pensaba cosas malas, creo que se me está pegando la angustia desde que estoy en el equipo negro —admitió Tomeo.
—¿Qué nos va a pasar? —respondió Camuñas—. Hemos venido directos desde la tienda de campaña y aquí estamos.
Un poco más allá estaba también Anita.
—Este lugar es precioso —dijo—, desde aquí arriba se ve todo el valle y las montañas al fondo con las estrellas en el firmamento, es precioso.
—No te pongas cursi —pidió Toni.
—Es que en el equipo azul somos muy sensibles —suspiró Anita—. Me lo noto.
Al fondo, sentado en una vieja hamaca medio rota, estaba Parker Parkenson.
A su lado, de pie, Helena con hache.
—Ya estar todos —dijo Parker—. Ahora empezar meeting secret… reunión secreta de Futbolísticos.
—Futbolísimos —le corrigió Camuñas, ajustándose su gorra.
Paker Parkenson también se ajustó su gorra. Su número 1 brillaba con fuerza en la oscuridad.
Camuñas se dio cuenta y se apartó.
—Estamos aquí porque ha pasado algo muy gordo —dijo Helena.
—Ya, el robo del Trébol de Oro —contesté—. Lo que no entiendo es qué pinta Parker Parkenson en una reunión de los Futbolísimos.
—Muy buena pregunta —me secundó Camuñas.
—No empecéis otra vez con eso —dijo Helena—. Parker solo quiere ayudar.
—Yo querer ayudar a Futbolísticos —repitió Parker.
Camuñas ya ni siquiera le corrigió.
Daba igual.
—Yo ver a una persona mucho sospecho de robo —siguió Parker Parkenson, bajando la voz—. Querer contar a vosotros.
—¿Qué has visto exactamente? —soltó Toni.
Parker cruzó una mirada con Helena.
Y contestó:
—Cuando todos llegar a piedras después robo… something very suspicious happened.
—“Ocurrió algo muy sospechoso” —tradujo Anita.
—Lo más sospechoso fue que las cuatrillizas no estaban —dijo Marilyn.
Parker negó con la cabeza.
—Yo ver a una persona mucho nervous… nervioso —aseguró Parker.
—¿¡Eso es todo!? —protesté—. ¿Has convocado una reunión secreta porque alguien estaba… nervioso? ¡Todos estábamos nerviosos!
—No, no, no —dijo Parker—. Alguien estar muuuuucho nervous… y más: esa persona esconder guantes manchados de barro. ¡Y llevar capucha gris, no capucha de color equipo suyo!
—¡Un momento! ¡Yo vi al ladrón desde lo alto! —exclamó Camuñas—. ¡Llevaba una capucha gris!
—A mí me pareció verde —recordé.
—¡Era gris! —insistió Camuñas.
—Esa persona que yo ver… había cambiado de capucha —dijo Parker—. Mucho sospechoso.
—¿Qué más da que alguien cambiara de capucha? —dijo Tomeo—. No me estoy enterando.
—Lo que Parker quiere decir es que desde la tirolina vimos a una persona arrastrar un bulto hacia los árboles con una capucha gris —explicó Helena—. Y luego al llegar a las piedras… ¡había alguien con una capucha gris! Es mucha coincidencia.
—Pero ¿quién era esa persona? —preguntó Marilyn.
Todos observamos expectantes al inglés.
—Dilo ya, por favor, me va a dar algo —pidió Tomeo.
Parker Parkenson se incorporó.
Miró a su alrededor, como si quisiera asegurarse de que nadie más le oía.
Y dijo:
—Abuelo Benemérrrrito.
—¿¡QUÉ!? —exclamó Ocho—. ¿¡Crees que el ladrón es mi abuelo!?
—Yo no acusar a ninguno persona —se excusó Parker—. Yo solo contar a vosotros lo que yo ver.
—Parker no quería decírselo a los adultos, porque es tu abuelo —explicó Helena—. Prefería hablarlo con nosotros.
—Mi abuelo es un cascarrabias, pero no robaría el Trébol de Oro —afirmó Ocho, muy serio—. Está muy mayor. Ni siquiera quería que viniéramos al campamento.
—Pero bien que se ofreció voluntario para acompañarnos —recordó Helena.
—When nosotros llegar después de prueba, abuelo esconder guantes con mucha barro —insistió Parker.
—Había llovido y todos íbamos llenos de barro —dijo Ocho.
—¿Y por qué no llevar capucha roja de equipo suyo? —preguntó Paker—. Why? Por qué?
—Yo qué sé, no tengo ni idea —dijo Ocho—. Se lo podemos preguntar a mi abuelo, seguro que tiene una explicación…
—La verdad es que desde que llegamos al campamento, tu abuelo está… diferente —sugirió Marilyn.
—Él solo quería venir para ayudarnos —protestó Ocho.
—Yo creo que deberíamos poner al abuelo Benemérito el primero en la lista de sospechosos —apuntó Camuñas.
—¿Qué ser “lista”? —dijo Parker.
—Es una costumbre que tenemos cuando investigamos: hacemos una lista de sospechosos, a list of suspects —contestó Helena.
—Tú no lo sabes porque no eres de los Futbolísimos, claro —dije.
—Entonces, ¿vamos a investigar? —dijo Angustias—. Yo creo que no deberíamos meternos… y además estamos en equipos diferentes, todo va a ser un lío, ay, ¡seguro que todo sale mal!
—Por lo menos hagamos la lista de sospechosos, es mi parte favorita —insistió Camuñas.
—Yo creo que las cuatrillizas son sospechosas del robo —propuso Marilyn—. Desaparecieron de repente…
—¿Otra vez con eso? Pero si ellas son las organizadoras —puntualizó Anita.
—Eso no tiene nada que ver —sugirió Toni—. Pueden ser organizadoras y al mismo tiempo ladronas.
—Pues yo opino que ha sido un ladrón de fuera del campamento —dijo Anita—. Alguien que aprovechó la lluvia y que estábamos todos ocupados con la prueba, para robar el Trébol de Oro. Es un objeto muy valioso.
—Apunto —dijo Camuñas—. El abuelo Benemérito, las cuatrillizas, un ladrón desconocido…
—¿Y si fuisteis vosotros? —nos señaló Ocho.
—¿¡Nosotros!? —exclamó Camuñas—. ¡Si estábamos en lo alto de la tirolina!
—Ya, ya, pero ¿por qué os detuvisteis tanto tiempo? —preguntó Ocho—. A lo mejor estabais tramando algo… O sois cómplices del robo…
—Nos paramos precisamente porque vimos el robo —dije.
—Es muy raro —repitió Ocho—. Ibais lanzados, a punto de ganar la prueba y de repente, zas, os quedáis parados un rato larguísimo.
—Y dale, ya te lo ha explicado Pakete —intervino Camuñas—. Fue porque vimos que alguien había robado el Trébol de Oro…
—Y porque vimos al ladrón internarse en el bosque —añadió Helena.
—Bueno, vimos a una persona arrastrando un bulto —maticé—. Tampoco sabemos seguro si era el ladrón.
—Ahora ni siquiera estáis seguros de lo que visteis, ¡ja! —dijo Ocho—. Si ponéis a mi abuelo como principal sospechoso, a un pobre anciano que no quería ni venir al campamento, entonces… Yo exijo que vosotros también estéis en la lista.
—Ocho tiene derecho a proponer un sospechoso… o cuatro —intercedió Anita.
—Está bien: Parker, Helena, Pakete y yo, a la lista de sospechosos —admitió Camuñas.
—No veo que estés apuntando nada —protestó Ocho.
—Es que no tengo libreta ni móvil ni nada para apuntar —se justificó Camuñas—. Es una lista mental, como si dijéramos. Lo estoy apuntando todo en mi cabeza.
—Ni siquiera tenemos una lista de verdad, ay —se lamentó Angustias.
—¿Algún otro sospechoso? —dijo Camuñas.
Nos miramos pensativos.
Si lo analizábamos con calma, lo más extraño de todo era eso de que el abuelo Benemérito llevaba una capucha de otro color.
¿Por qué se habría cambiado?
¿Y cuándo?
Bueno, eso y que había escondido unos guantes manchados de barro cuando llegamos.
Aunque Parker Parkenson no me caía muy bien, creo que tenía razón.
A falta de más pruebas, el abuelo de Ocho era el sospechoso número uno del robo.
—Mí gusta mucho Futbolísticos —sonrió Parker—. Gracias por dejarme entrar.
—No, no —saltó Toni—. Tú no has entrado en los Futbolísimos. Simplemente has venido a una reunión.
—Y no puedes contar a nadie que existe el pacto secreto —le recordó Camuñas.
—Claro, yo no contar, ja, ja, ja —dijo Parker.
—¿Por qué se ríe? —preguntó Tomeo.
—Ni idea, a lo mejor se cree que el pacto secreto es una broma —contestó Ocho—. Los ingleses tienen un humor muy raro…
—El siguiente paso es que investiguemos —dijo Helena—. Mañana por la mañana, cuando el abuelo Benemérito salga de la tienda de campaña, hay que registrar su mochila y su saco de dormir.
—Yo no voy a registrar nada, ya os aviso, me cuesta respirar solo de pensarlo —avisó Angustias, que empezó a hiperventilar.
—Lo lógico es que ese registro lo hagan Toni y Marilyn, que son del equipo rojo, igual que el abuelo —sugirió Helena.
—¿Nosotros, por qué? —negó Toni—. Dormimos en tiendas diferentes. Sería mejor que nosotros distraigamos al abuelo, y que otros entren a la tienda.
—Perfect! Yo registrar tienda! —se ofreció Parker.
—Yo voy contigo —dijo Helena.
Ya estaban otra vez, los dos juntitos a todas partes.
—Yo también voy —dije.
—Toma, y yo, me encanta investigar —afirmó Camuñas.
—No podemos entrar tantos en la tienda —replicó Helena—. Mejor nos dividimos por grupos. Marilyn y Toni distraeréis al abuelo. Pakete y Camuñas os quedáis vigilando. Y Parker y yo entramos en la tienda a buscar pruebas, pistas, lo que sea.
—¿Y los demás? —preguntó Anita.
—Los demás disimuláis, como si no pasara nada —contestó Helena.
—A mí disimular se me da fatal —reconoció Angustias—. Enseguida me pongo nervioso y se nota que estoy ocultando algo.
—Pero si no tienes que hacer nada —dijo Marilyn—. Solo comportarte con normalidad.
—¡No es tan fácil comportarse con normalidad! —protestó Angustias—. No tendríais que haberme contado nada. Si me pregunta alguien, lo diré todo: que estáis registrando las cosas del abuelo, todo… No puedo evitarlo.
—¿Nos delatarías? —dijo Toni.
—No resisto la presión, a la mínima, confieso, ya lo sabéis —dijo Angustias, resoplando.
—Buenos, pues esperemos que no te pregunte nadie —dijo Marilyn.
—Ya lo tengo: Tomeo, Ocho y Anita, vuestra misión es acompañar a Angustias para que nadie le pregunte y que no nos delate —indicó Helena.
—No sé si me gusta esa misión —suspiró Tomeo.
—A mí me parece fatal que registréis las cosas de mi abuelo —dijo Ocho.
—Entonces, ¿suspendemos la misión y así podemos dormir tranquilos? —preguntó Angustias.
—Sois todos mucho graciosos, ja, ja, ja —respondió Parker.
Helena se subió de pie a la vieja hamaca.
Y dijo:
—Prestadme un poco de atención. Somos los Futbolísimos. Hemos hecho viajes increíbles. Hemos resuelto misterios que los adultos no conseguían averiguar. Hemos ganado torneos mundiales. ¡Y ahora vamos a descubrir quién ha robado el Trébol de Oro! ¿Estamos?
—Sí… sí… vale… —contestamos, poco convencidos.
—¡No os oigo! ¿¡Vamos a descubrir quién es el ladrón!? ¿¡Sí o no!? —exclamó Helena.
—¡Que sí! —aceptamos.
—Vale, pero como Angustias se chive, yo no me hago responsable —murmuró Tomeo.
—¡Nadie se va a chivar! ¡Todo va a salir bien! ¡El plan va a salir perfecto! ¿Por qué? Porque somos… —bramó Helena—. ¡Venga! ¿¡Quiénes somos!?
—¡Los Futbolísimos! —contestamos a coro.
—¡Los Futbolísticos, yeah! —dijo Parker Parkenson.
Nos preparamos para bajar de la cabaña.
Decididos a investigar y a seguir el plan que había trazado Helena.
Cuando de pronto…
¡BLAM! ¡BLAM! ¡BLAM!
¡La trampilla de la azotea empezó a moverse!
Alguien la estaba empujando desde abajo.
¡Nos quedamos todos paralizados!
¿Quién podría ser?
¿Las cuatrillizas?
¿El fundador del campamento del que tanto hablaban y al que nunca habíamos visto?
¿Un fantasma?
Que conste que yo no creo en fantasmas. Pero estaba muy oscuro. Y allí en mitad de aquel valle recóndito, todo parecía posible.
Para colmo, se oyó a lo lejos el aullido de un lobo.
¡Auuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuh!
—Quiero llorar —murmuró Tomeo, temblando de miedo.
—Yo ya estoy llorando —gimió Angustias.
Teníamos la vista fija en la trampilla.
¡BLAAAM!
¡BLAAAAAM!
¡¡¡BLAAAAAAAAAAAM!!!
Después de varios goles, se abrió.
Y por ella apareció…
—¡Abuelo! ¿¡Qué haces aquí!? —exclamó Ocho.
Exacto.
Delante de nosotros, surgió… ¡el abuelo Benemérito!
Nos observaba con cara de pocos amigos.
—La pregunta es… ¿¡qué hacéis vosotros aquí a medianoche!? —gruñó él.
—Es que… o sea… hemos venido a… tomar el aire —titubeó Ocho.
—Hace noche mucho bonita, great! —aseguró Parker, sonriendo.
El abuelo Benemérito avanzó unos pasos.
Puso los brazos en jarra.
Y exclamó:
—¡Nunca debimos venir a este campamento, ya os lo advertí! Robos, competiciones peligrosas, lluvias torrenciales… aquí nada es normal. ¡A partir de ahora estáis castigados! ¡Castigadísimos!