—Voto a… o sea… voto a… —titubeó Camuñas.
Los tres le miramos, expectantes.
Camuñas cerró los ojos.
Y señaló al tuntún.
A un lado.
Y a otro.
Nervioso.
Sin ver nada.
Bajo la lluvia.
Nosotros nos quedamos muy tiesos, observando cómo el dedo de Camuñas cada vez iba señalando a uno de los tres.
Hasta que de golpe se quedó parado.
—¡YA! —dijo.
Camuñas abrió los ojos.
Estaba señalando a…
—¡A Pakete! ¡Voto a Pakete! —gritó.
—Pero ¿me votas porque quieres o por casualidad? —pregunté.
—Qué más da, lo importante es que te voto —respondió—. Hala, ya eres capitán.
—Tú nunca ser portero titular en equipo amarillo —le dijo Parker Parkenson, molesto.
—Ya veremos —replicó él.
—Lo veía venir —suspiró Helena—. Al final has votado a tu amiguito.
—No tengo que dar explicaciones —musitó Camuñas.
—¡Fenomenal todo! ¡Yuhuuuuu! —exclamó Jolly, acercándose—. ¡Pakete capitán, qué responsabilidad!
—Tampoco es para tanto, solo tengo que darle a la manivela cuando quiera parar, ¿no? —dije.
—Bueno, eso y tomar decisiones sobre la marcha —afirmó Jolly—. La estrategia es muy importante.
Alicia intentó animarnos.
—No os preocupéis por la lluvia, ni por los balones, ni por el tiempo que tardéis. Vosotros solo pasadlo bien.
—Ya, bueno, pero habrá que intentar ganar —recordó Helena.
—Sí, claro, pero sin estresaros —dijo Alicia—. Somos el equipo Alegría. Lo más importante es sonreír y disfrutar, pase lo que pase.
—Si tú lo dices…
Contemplé aquel enorme barranco delante de nosotros.
Con el río.
Y el prado enorme.
Y el pinar.
Íbamos a lanzarnos por la tirolina más grande del mundo.
Los cuatro enganchados por unos cables.
Teníamos que tratar de llegar al otro extremo lo más rápido posible.
Además, debíamos coger la mayor cantidad de balones mientras volábamos.
Y todo eso colgados a decenas de metros del suelo, con el vacío a nuestros pies.
Ya sé que éramos los amarillos y que lo nuestro era la alegría y todo eso, pero…
Ufffffffffffffff.
Los participantes nos preparamos. Nos fuimos poniendo los cascos, las coderas, las rodilleras y otras protecciones.
—Si os despeñáis desde lo alto, estas cosas no servirán de nada, ayyy… —se lamentó Angustias.
—No digas eso, que me da una pena horrible —pidió Anita.
—Además tú no tienes que subir, ¡no protestes! —le recordó Toni.
A lo mejor era solo una sensación, pero me parecía que todos se habían metido en su papel muy a fondo según el equipo que les había tocado.
Angustias estaba más angustiado de lo normal.
Anita más triste que nunca.
Toni más enfadado…
Y así todos.
Bueno, todos menos yo.
No conseguía ponerme alegre.
A pesar de que estaba con Helena y Camuñas en el equipo Alegría.
Decidí no pensarlo mucho.
Ahora tenía que concentrarme en la prueba.
—¡Empieza el equipo negro! —anunció Molly—. Estamos muy asustados, no sé por qué grito, je, je, je.
—¡Gritar es bueno para ahuyentar el miedo! —dijo Ocho—. Por las noches, cuando pienso en monstruos o fantasmas, grito y de repente se van… ¡Uuuuuuuuuh! ¡Uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuhhh!
Todos los integrantes del equipo negro se pusieron a gritar:
—¡Uuuuuuuuuuuh! ¡Uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuh! ¡Uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuh!
Ocho era el capitán del grupo.
A su lado, tres niñas: dos inglesas y una china.
Los cuatro subieron a la plataforma.
Desde allí, los engancharon a la tirolina con arneses que revisaron varias veces.
—¡Ánimo, mucha suerte! —dijo Angustias—. Si no os volvemos a ver, ¡os recordaremos siempre!
Ocho resopló y se agarró a la manivela que tenía a su lado.
Molly encendió un cronómetro gigante en una pantalla de la plataforma.
Seguía lloviendo a mares.
Sin embargo, nadie se atrevió a proponer de nuevo que se suspendiera la prueba.
—¡Tres… dos… uno! —contó Molly en voz alta—. ¡ADELANTE!
Las cuatrillizas empujaron una gran palanca y…
¡La tirolina salió disparada!
De inmediato, el cronómetro se puso en marcha.
—¡Uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuh! —gritaron los cuatro a la vez.
Iban muuuuuy deprisa.
De pronto, ¡la tirolina se detuvo!
—¿¡Ha pasado algo!? —preguntó Molly desde la plataforma.
—¡He parado porque íbamos demasiado rápido! —respondió Ocho.
—¡Se trata de eso, de ir lo más rápido posible! —dijo Molly, desconcertada.
—¡Es que me estaba mareando! —se justificó Ocho.
En ese instante, un gran espectáculo surgió de entre los árboles.
Un montón de balones negros salieron impulsados con fuerza y comenzaron a surcar el cielo.
—¡A por ellos! —dijo Ocho.
Volvió a accionar la manivela.
Tratando de que su tirolina se acercara a alguno de los balones que pasaban por allí arriba.
Pero tanto las tres chicas como el propio Ocho estaban agarrados con las dos manos al cable y no se atrevían a soltarlo.
—¡Coged vosotras los balones, que yo estoy con la manivela! —dijo Ocho.
—It´s very difficult! —exclamó una de ellas, muy asustada, tiritando.
—I have my eyes closed so as not to see the void! —suspiró la otra chica inglesa.
—Dice que tiene los ojos cerrados para no ver el vacío —tradujo Anita.
—Pero… ¡así no vamos a coger balones! —protestó Ocho.
La niña china también gritó algo que no entendimos.
También iba muy atemorizada.
Ocho puso de nuevo en marcha la tirolina.
Avanzaron un par de metros y pararon.
Así una y otra vez.
Iban a trompicones.
aY encima no cogían ningún balón.
El cronómetro seguía avanzando.
—¡Uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuh! —gritaron.
Poco a poco, se fueron alejando.
Dejamos de oír lo que decían.
Durante todo el trayecto siguieron al mismo ritmo.
Un ritmo muuuuuuuy lento.
Con constantes paradas.
Con más gritos.
Aunque los balones negros pasaban volando muy cerca de ellos, fueron incapaces de atrapar ni uno.
Arrancaban y se detenían una y otra vez.
Fue un auténtico desastre.
Se fueron alejando y los perdimos de vista bajo la lluvia.
Un minuto.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Cinco minutos...
¡Hasta que al fin se detuvo el cronómetro!
—¡Han llegado! ¡Están abajo sanos y salvos! —informó Molly.
Se oyeron unos tímidos aplausos de sus compañeros de equipo.
—Ha sido patético, me entran ganas de llorar —dijo Angustias.
Tiempo definitivo del equipo Negro:
5 minutos. 28 segundos. 4 décimas.
Balones atrapados: 0
—No es un tiempo muy allá —admitió Molly—. Vamos, que es horrible, quedaremos los últimos, ay.
Acto seguido, se preparó el equipo rojo.
Las cuatrillizas remontaron los cables hasta la plataforma de inicio.
—¿¡Habéis visto a esos pardillos!? —bramó Dolly—. Tenéis que hacer… ¡todo lo contario! ¡Id rápido! ¡Y coged muchos balones!
Marilyn era la capitana del equipo rojo. Fue la primera en tomar posición, junto a la manivela.
—Solo pararé si veo muy clara la posibilidad de atrapar un balón —asintió.
A su lado se colocó Toni.
—Me flipa lanzarme al vacío —dijo, haciendo la señal de la victoria.
Otras dos niñas inglesas tomaron posición a su lado.
Dolly puso el cronómetro a cero y se acercó a la palanca.
Los cuatro rojos parecían muy compenetrados. Se colocaron en la tirolina con las piernas extendidas y la cabeza agachada.
—Es una posición aerodinámica para coger mayor impulso —explicó Anita, que no se perdía detalle.
—Tres… dos… uno… —contó Dolly—. ¡VAMOS, ROJOS!
El cronómetro se accionó.
Y la tirolina salió disparada.
A toda velocidad.
Desde el primer instante, se vio que iban muchísimo más deprisa que los negros.
Bajaban lanzadísimos, ayudando con la posición de sus cuerpos.
Balones rojos fueron disparados desde los cañones que había entre los árboles.
—¡No voy a parar! —avisó Marilyn—. Si podéis, coged alguno al vuelo. Si no, nada, seguimos adelante.
Los demás asintieron sin rechistar.
Unos metros más adelante, Toni se estiró y… ¡cogió un balón!
¡Sin detenerse siquiera!
La chica inglesa que estaba en un extremo… ¡atrapó otro balón rojo!
Era impresionante.
Avanzaban a toda velocidad.
Y, por si fuera poco, iban cogiendo algunos balones.
Esta vez los perdimos de vista muchísimo antes.
Nos quedamos todos en silencio.
Contemplando el valle.
Sobre el que caía aquel manto de agua.
1 minuto.
2 minutos.
Y…
Y…
¡Se detuvo el cronómetro!
—¡Ya han llegado! —dijo Dolly, pegando un bote—. ¡Toma, toma, toma! ¡Son unos máquinas!
Tiempo del equipo rojo:
2 minutos. 55 segundos. 8 décimas.
Balones atrapados: 5.
Por lo tanto, se les descontaron… ¡50 segundos!
Tiempo definitivo:
2 minutos. 5 segundos. 8 décimas.
—¡Es un récord mundial! —exclamó Dolly—. ¡Desde que llevo aquí, nunca había visto nada igual!
El equipo rojo se ponía en cabeza con mucha diferencia.
—Es el turno del equipo azul —dijo Felipe—. Lo haremos lo mejor que podamos, aunque me daría mucha lástima quitar el récord a los rojos, están muy contentos…
—No te preocupes por eso, barbas —replicó el abuelo Benemérito—. Yo no quería venir a este campamento, os lo avisé. Pero una vez aquí… ¡os vamos a machacar! ¡Os vamos a hacer trizas! ¡¡¡Vamos a ganar todas las pruebas!!!
—Vale, vale, no es necesario gritar tampoco —dijo Felipe.
Anita, como capitana del equipo azul, fue la primera en subir a la plataforma.
La siguieron los otros tres miembros: un niño chino, un inglés y una argentina.
—Es tan rebonito este valle, tan bucólico, ¿viste? —dijo la argentina—. Podríamos quedarnos aquí disfrutando del paisaje sin más.
—Estoy de acuerdo, pero tenemos que competir —dijo Polly con suavidad—. Si no os molesta, enganchaos bien los arneses, no queremos que nadie se caiga y ocurra una desgracia. Solo de pensarlo me entra una pena…
La verdad es que el equipo azul era muy… triste.
Muchísimo.
Polly levantó la mano sin ganas.
Y dijo a media voz:
—Tres, dos, uno… bueno, pues eso, ya sabéis lo que toca.
El cronómetro se puso en marcha.
Y la tirolina salió… muy despacio.
Sin ninguna prisa.
—Voy a parar un momentín para contemplar este valle monumental —dijo Anita, accionando la manivela.
—¿Quieren perder a propósito? —preguntó Camuñas, moviendo la cabeza.
—No, es que son tristes —confirmó Alicia.
No parecían competir en una carrera.
Más bien iba de paseo.
Parando de vez en cuando.
Aun así, el niño chino atrapó un balón azul.
Y la argentina, otro.
Fueron desapareciendo despacio, lentamente, al fondo.
Su estilo era muy diferente a los dos anteriores equipos.
Observamos el cronómetro con inquietud.
Un minuto.
Dos minutos.
Tres minutos.
Cuatro minutos.
¡Y se detuvo!
—Han llegado a meta sin complicaciones —informó Polly.
—Son estupendos —aseguró Felipe, orgulloso.
A pesar de su ritmo, habían logrado una mejor marca que el equipo negro.
Tiempo del equipo azul:
4 minutos. 43 segundos. 2 décimas.
Balones atrapados: 2.
O sea, 20 segundos de descuento.
Por lo tanto, tiempo definitivo:
4 minutos. 23 segundos. 2 décimas.
Se colocaron de forma provisional en segunda posición.
A bastante distancia de los rojos, pero por delante de los negros.
Camuñas, Helena, Parker Parkenson y yo nos miramos.
Había llegado nuestro turno.
Fuimos subiendo hacia la plataforma.
—¡Vamos, equipazo! ¡Sois los mejores! —nos aplaudió Alicia.
Nos colocamos los arneses y entramos en la tirolina.
Jolly nos ayudó a enganchar los cables con doble vuelta de seguridad.
Estábamos listos.
—¿Qué opináis? —pregunté—. ¿Me detengo cuando vea un balón cerca? ¿O mejor no paramos, sea como sea?
Mis compañeros tampoco lo tenían muy claro.
—Tú querer ser captain, ahora tú decide —contestó Parker Parkenson—. Esa es la tu responsability.
Nos preparamos para el lanzamiento.
En el último instante, Helena me susurró:
—Guíate por tu instinto, Pakete. Confiamos en ti.
—¡Tres… dos… uno…! —exclamó Jolly—. ¡Allá vamos! ¡Yuhuuuuuuuuuuuuuuu!
Salimos disparados, impulsados con fuerza.
Noté el viento y el agua en el rostro.
Enseguida ganamos velocidad.
Era una tirolina espectacular, más larga y con más pendiente que ninguna otra que hubiera visto en mi vida.
Me sentí como si estuviera volando.
El valle a nuestros pies.
El aire silbando.
Un montón de balones amarillos empezaron a aparecer entre las copas de los árboles.
Dudé si debíamos detenernos para intentar atrapar alguno.
—¡Yo ser mejor portero mundo! —exclamó Parker Parkenson—. ¡Yo coger balón sin nosotros parar!
—¡Ey, que yo también soy portero! —se picó Camuñas—. ¡Ahora veréis!
Lo que ocurrió a continuación fue impresionante.
Sin detenernos, Parker y Camuñas… ¡fueron cogiendo un balón tras otro!
Con ambas manos.
Solo con una.
Parándolo con los pies.
Fuimos acumulando una barbaridad de balones amarillos.
—¡Me encanta tener dos porterazos en nuestro equipo! —exclamé.
—¡Por fin te veo contento! —gritó Helena, sonriéndome.
Tenía razón.
Desde que llegamos al campamento, estaba muy desanimado.
Sin embargo, en aquel momento…
—¡Somos el equipo amarillo! ¡Yuhuuuuuuuuuuuuuuu! —gritó Helena.
—¡Yuhuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu! —gritamos los cuatro.
Seguíamos bajando a toda velocidad por los cables.
Y, además, habíamos atrapado una docena de balones.
A este ritmo, tal vez podíamos ganar la prueba.
—¡Vamos, vamos, vamos! —dijo Camuñas.
—We are the champions! —gritó Parker Parkenson.
Incluso Parker me cayó bien.
—¡Eres un gran portero! —le dije—. ¡Y tú también, Camuñas!
Los cuatro nos reímos.
Estábamos embalados.
Imparables.
Entonces, bajé la vista y, entre la lluvia… ¡vi algo!
Algo que me dejó en shock.
Agarré la manivela.
¡Y paré de golpe la tirolina!