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El misterio del campamento de verano

Roberto Santiago

imagen portada capitulo futbolisimos el misterio del campamento de verano

Las cuatrillizas estaban en el centro de la cabaña.

Cada una llevaba un balón con el color de su equipo.

Todos las observábamos con expectación.

—Una vez hecho el recuento de los votos, ya tenemos una prueba ganadora, ¡qué emocionante! —dijo Jolly.

—Me da pena, porque solo podemos hacer una prueba hoy —suspiró Polly—. Y a lo mejor hay gente que ha votado otra, ay. Qué día tan triste, con la lluvia…

—Con la que está cayendo, a lo mejor deberíamos suspender las pruebas y quedarnos todo el día en la cabaña —propuso Molly.

—¡No digas tonterías! —gruñó Dolly—. Venga, al lío, ¡ya estamos tardando! ¿Queréis saber qué prueba ha tenido más votos?

—Sííííííííííííííí… decidlo de una vez… —respondimos.

Las cuatrillizas se miraron y exclamaron a la vez:

—¡Tirolinas! ¡Yincana! ¡Waterpolo! ¡Fútbol!

¿¡EH!?

Cada una había dicho una cosa distinta.

—Vamos a ver, niñas, ¿qué queréis decir? —protestó el abuelo Benemérito—. ¿Qué prueba tenemos que hacer?

—Perdón, perdón, es que resulta que ha habido un cuádruple empate en las votaciones —dijo Molly—. Es muy extraño. Nunca había pasado.

—¡En el campamento del Trébol todo es de cuatro en cuatro, ja, ja, ja! —sonrió Jolly.

—Pero ¿fútbol se podía votar? —preguntó Felipe—. Creía que eso solo era para la final.

—Ya, eso sí —admitió Dolly, encogiéndose de hombros—. Aunque no fuera una opción, ha tenido muchos votos. Y, al final, ha habido empate a cuatro.

—Cuando no hay reglas claras y la gente vota una opción que no existe, el universo es un caos y yo lo veo todo negro —dijo Angustias, resoplando.

—Negrísimo —corroboró Molly, agarrándole de la mano.

Esos dos cada vez estaban más compenetrados.

—Entonces, ¿qué prueba hacemos? —preguntó Ocho, nervioso.

Las cuatrillizas se miraron una vez más.

Y volvieron a exclamar:

—¡Tirolinas! ¡Yincana! ¡Waterpolo! ¡Fútbol!

—Sois como un disco rayado —musitó Toni.

—Como alcaldesa, tengo experiencia en tomar decisiones —intervino Laura—. Teniendo en cuenta que llueve a mares, descartaría la yincana en canoa y el waterpolo en el río. Creo que las tirolinas tal vez sea lo menos peligroso.

—Pero cómo vamos a tirarnos por unas tirolinas con esta tormenta —señaló Anita, mirando a través de la ventana.

Se podía oír el viento.

Y los árboles parecían a punto de salir volando por los aires.

Por si fuera poco, un relámpago iluminó el cielo.

Aguantamos la respiración y, unos segundos después, un trueno terrible descargó sobre el valle.

—Quedémonos aquí dentro todo el día, por favor —pidió Angustias.

—Eso, y vamos a merendar —propuso Tomeo.

—Pero si acabamos de desayunar —dijo Marilyn.

—Ya, bueno, por si acaso —contestó Tomeo.

—Lo siento, yo también estoy aterrorizada, pero tenemos que salir —dijo Molly, mirando a Angustias—. Son las normas del Trébol.

De un salto, Parker Parkenson saltó sobre una mesa de madera.

Allí, de pie, dijo:

—Yo votar por zip lines… cómo llamar vosotros… sí: carolinas…

—Tirolinas —le apuntó Helena.

—Eso, ¡tirolinas! —levantó la mano Parker Parkenson—. ¿Quién más querer tirolinas?

—¡Yo me apunto, me encantan las tirolinas! —dijo Helena—. Aunque salgamos volando, ja, ja, ja…

—Está bien, voto a las tirolinas —concedió Marilyn.

—Pues venga —dijo Ocho.

Poco a poco, todos fueron levantando la mano.

—Yo había votado yincana, pero voto tirolinas —dijo Toni—. El caso es salir ahí fuera y liarla, ¡el equipo rojo va a arrasar!

—Pues tirolinas —dijo Dolly.

—No sé qué diablos es eso, pero allá vamos, ¡adelante, tirolinas! —gruñó Benemérito.

Incluso Camuñas votó tirolinas.

Un clamor se apoderó de la cabaña.

—¡Tirolinas, tirolinas, tirolinas!

Estaba claro que Parker Parkenson era el líder. No solo de nuestro equipo, sino de todo el campamento.

Jolly sonrió y anunció:

—Por unanimidad, la primera prueba del campamento será… ¡carrera de tirolinas! ¡Yuhuuuuuuuuuuu!

Hubo aplausos, gritos y risas.

Y muchos nervios.

A continuación, las cuatrillizas sacaron unas bolsas de deporte y repartieron equipaciones a todos los presentes.

Pantalón y medias blancas para todos.

Y camisetas amarillas, azules, rojas o negras, según el equipo que nos hubiera tocado.

—¡También tenemos chubasqueros de colores y botas para la montaña! —dijo Jolly.

Los del equipo Alegría nos enfundamos las equipaciones y, por encima, unos chubasqueros de color amarillo muy chulos.

—Mí encanta amarillio —dijo Parker Parkenson, entusiasmado.

Laura se puso su chubasquero negro y trató de poner orden.

—Yo esto lo veo un poco irregular, deberíamos esperar a que escampe —dijo—. Ya sé que todos hemos votado, pero si alguien se cae de una tirolina o hay un accidente, ¿qué pasa? ¿Quién se hace responsable?

—Seguro que no hay accidentes, mujer, no seas aguafiestas —sonrió Alicia.

—Uy, sí que hay —afirmó Polly, con su tristeza habitual—. En las pruebas del Trébol siempre hay accidentes, más aún con esta tormenta.

—Yo os avisé en el pueblo de que esto tenía pinta de ser muy peligroso —recordó Benemérito—. Ahora no os quejéis.

—Ya, abuelo, pero es que vamos a hacer carreras de tirolinas bajo la lluvia y el viento, eso no lo sabíamos —se lamentó Ocho.

—Bua, cosas peores hacía yo a vuestra edad —dijo Benemérito—. Me pasaba el día corriendo por el monte detrás de las cabras y nunca me ocurrió nada. Bueno, si exceptuamos cuando me abrí la cabeza y me tuvieron que llevar al hospital, o cuando me partí la pierna y caí rodando por una colina, o aquella otra vez…

—Vale, vale, creo que ya lo hemos pillado, muchas gracias por tu experiencia —le interrumpió Jolly—. Animaos, todo saldrá bien, os aseguro que será muy divertido.

—Y los responsables son los adultos de cada equipo —indicó Dolly, mirando a Laura—. Para eso habéis venido, no para quedaros ahí de mirandas.

—Pero nosotros no tenemos ni idea —protestó Laura—. No conocemos estas montañas, ni sabemos qué hacer en caso de accidente.

—¡Seguro que se os ocurre algo! —zanjó Dolly—. ¡En marcha!

—¡En marcha! —repitió Jolly—. ¡Yuhuuuuuuu!

Abrieron la puerta de la cabaña y todos salimos al prado.

Afuera… diluviaba.

Era una lluvia tan intensa que apenas se veía nada.

—¡Es un día precioso, la lluvia es vida! —exclamó Jolly.

—Ahí te has pasado un poco, nos estamos calando —matizó Alicia.

Seguimos a las cuatrillizas por la explanada.

Al trote.

Si alguien nos hubiera visto, habría alucinado.

Unos cuarenta niños con chubasqueros de cuatro colores, corriendo bajo la lluvia en medio de un valle perdido entre las montañas.

Los adultos también llevaban chubasqueros del color de su equipo. Nos seguían a cierta distancia.

Como llevaba lloviendo desde muy temprano, el suelo estaba empantanado. A cada paso, las botas se hundían en el barro.

Nos estábamos poniendo perdidos.

Pero la verdad es que… ¡molaba!

¡Chof!

¡Chof!

¡¡¡Chof!!!

Nunca había corrido entre las montañas, pisando el barro, rodeado de otros niños, en medio de una tormenta descomunal y con el permiso de los mayores.

Atravesamos una pradera muy extensa.

Pasamos junto a unas piedras muy grandes que alguien había colocado allí en medio, unas encima de otras. Sobre ellas, había un objeto que brillaba con fuerza.

Era un… ¡Trébol de oro!

Tenía el tamaño de un gran trofeo, como la copa de la Champions.

—¡Oooooooooooh! ¡Es enorme… y precioso! —dijo Marilyn, admirada.

Todos nos detuvimos a contemplarlo.

Los días anteriores no lo habíamos visto, o tal vez es que no estaba allí.

El caso es que aquel trébol dorado de cuatro hojas brillaba incluso bajo la lluvia.

Te podías quedar hipnotizado mirándolo.

—Es el trofeo que se llevará el equipo ganador: ¡el auténtico Trébol de Oro! —explicó Jolly, orgullosa.

—Pero… pero… ¿por qué lo habéis colocado ahí en medio? —preguntó Angustias, escandalizado—. ¡Se lo puede llevar cualquiera!

—¡Nadie se atrevería a robarlo! —aseguró Dolly—. Ese trébol es mágico: trae buena suerte para el resto de su vida al equipo que gane, pero si alguien lo coge sin permiso, ¡le traerá mala suerte para siempre!

Lo observamos con una mezcla de fascinación y curiosidad.

—Esto… lo de oro… supongo que es una forma de hablar, ¿verdad? —apuntó Laura—. Será de algún metal y lo habrán bañado en oro.

—Nada de eso, es de oro macizo cien por cien —respondió Polly—. Pesa muchísimo. Es tan bonito y queda tan bien, me da pena que se lo tengan que llevar cuando acabe el campamento.

—Debe valer mucho dinero —dijo Camuñas.

—En parte por eso es tan famoso el campamento del Trébol —dijo Dolly—. Cada año se entrega un trébol de oro a los ganadores, ¡no hay ningún sitio donde se haga algo parecido! ¡Me explota la cabeza solo de pensarlo!

—¿Y quién paga todo eso? —pregunté.

—Eres muy curioso, Pakete —dijo Dolly, mirándome—. No quieras saber todo, este campamento es mágico y está lleno de leyendas muy antiguas.

Por unos instantes, nos quedamos allí plantados, mirando en silencio el Trébol de Oro.

Desprendía un brillo y una energía muy especial.

Ahí nos quedamos hasta que un relámpago iluminó el valle y…

¡BRRRRRRRRRRRRRRROMMMMMMMMMMMMM!

Un trueno gigantesco hizo temblar el suelo.

—¡Vamos, hay que seguir, es todo taaaaaaan emocionante! —dijo Jolly.

Volvimos a trotar.

Sobre el barro.

Entre los árboles.

—Dicen que ponerse debajo de un árbol es peligroso cuando hay tormenta eléctrica, nos puede caer un rayo —suspiró Angustias.

—Pues cuando subáis a las tirolinas, vais a flipar, ja, ja, ja —contestó Dolly.

La verdad es que no parecía la mejor idea del mundo subirse a unas tirolinas durante aquella gran tormenta, pero a esas alturas yo había decidido dejarme llevar.

Aquel campamento era un sitio… diferente.

Capítulo 4 de El misterio del campamento de verano de los Futbolísimos

Subimos por una ladera muy empinada, cada vez con más árboles.

—Es un bosque caducifolio —explicó Anita—. La mayoría de los árboles que hemos dejado son de hojas caduca, como los robles o las hayas.

—¿Es que nunca descansas, listilla? —replicó Toni.

—Escucha y a lo mejor puedes aprender algo, ignorante —contestó ella.

Seguimos subiendo un buen rato.

Estábamos tan empapados que ya casi no me daba ni cuenta de lo mucho que seguía lloviendo.

Hasta que, al fin, llegamos a lo alto de una colina.

—¡Bienvenidos a las tirolinas del Trébol! —exclamó Jolly, levantando los brazos—. ¡Las más grandes del mundo!

Delante de nosotros, surgió un espectáculo monumental.

Había una enorme plataforma sobre un precipicio, a la que había que subir por una especie de pasarela.

De la plataforma salían un montón de cables metálicos que bajaban por el valle y se perdían al fondo.

La tirolina pasaba por encima de un lago y descendía hacia un pinar.

Ni siquiera se veía el final.

—Mide exactamente tres kilómetros de largo —explicó Jolly—. Como treinta y cinco estadios de fútbol.

—Eso es mucho —dijo Ocho, haciendo el cálculo mental.

—Menos mal que yo no tengo que subir —suspiró Molly—. Tengo vértigo y me mareo un poco, jeje…

—¡Al lío! —dijo Dolly—. La prueba se llama «carrera de tirolinas», así que ya os podéis imaginar que se trata de llegar a la meta en menos tiempo que los rivales. En este caso, es una carrera contrarreloj por equipos, ¡a tope!

—Pero no solo consiste en ir deprisa, eso puede hacerlo cualquiera —sonrió Jolly—. Durante el trayecto, también hay que… ¡atrapar balones!

—No entiendo, ¿qué balones? —preguntó Marilyn.

—Ya lo veréis, son unos balones que disparan unos cañones automáticos —aclaró Dolly—. En cuanto salga el primer participante, se pondrán en marcha.

—¿Hay que atrapar los balones mientras estamos ahí arriba colgados en el vacío? —dijo Angustias, temblando.

—Es muy bonito —aseguró Polly—. Los balones vuelan, los participantes vuelan, todo es muy hermoso y bucólico y…

—Y muy peligroso —dijo Molly—. Yo no soy partidaria de esta prueba, si alguien se cae desde la tirolina… no lo quiero ni pensar.

—Qué cosas dices —intentó sonreír Jolly—. Las medidas de seguridad son extremas: doble arnés, casco, protectores corporales… Nunca se ha caído nadie.

—Pero si esta tirolina gigante la vamos a estrenar este año —protestó Molly—. ¡No ha dado tiempo a que se caiga nadie todavía!

—Ya, bueno, por lo que sea no ha habido ningún accidente —insistió Jolly—. Ahora hay que elegir a los titulares. Para esta prueba, tendrán que subir cuatro participantes por equipo, ¡me encanta!

—¿Los cuatro a la vez? —dijo Toni—. Yo prefiero ir solo, a mí me gustan los desafíos individuales.

—Esta es una prueba de equipos —explicó Jolly—. Los cuatro iréis amarrados en la misma tirolina. Tenéis que poneros de acuerdo para llegar a la otra punta cuanto antes, y a la vez atrapar la máxima cantidad de balones posible.

—La puntuación es muy sencilla —siguió Polly—. Es una carrera contrarreloj, como en los campeonatos ciclistas. El equipo que llegue en menos tiempo gana.

—Pero por cada balón que atrapéis, se descuentan diez segundos —dijo Molly—. Eso es importantísimo. Si, por ejemplo, un equipo atrapa seis balones, se le descuenta un minuto entero.

—O sea, que se trata de llegar lo más rápido posible —resumió Dolly—. Sin embargo, a veces, compensa ir un poco más despacio y atrapar balones. La estrategia la decide cada equipo sobre la marcha.

—¡Yo quiero subir! —dijo Marilyn.

—Pues yo le cedo mi puesto a cualquiera —dijo Angustias, resoplando.

Allí arriba, delante de la tirolina más larga del planeta, teníamos que decidir qué cuatro participantes representarían a cada equipo.

—Parker Parkenson es un fijo para cualquier prueba —dijo Alicia, como entrenadora—. Tiene personalidad, fuerza y es un líder.

Todos asintieron, como si estuviera clarísimo.

—Thank you, yo dar todo por equipo —contestó él—. Si poder opinar, a mí gustar Helena con la hache también subir en tirolina.

—Por mí encantada —dijo Helena.

—Qué bien, además hacéis muy buena pareja —sonrió Jolly.

Hubo risitas y algún aplauso.

Lo que faltaba…

—A los demás todavía no os conozco mucho —intervino Alicia—. Pero para esta primera prueba, además de Parker, me gustaría que participasen Helena, Camuñas y Pakete. Son del Soto Alto, como yo, y sé que van a estar muy compenetrados.

—Un poco de favoritismo veo yo ahí —intervino Rosaura, la mujer argentina—. Debes dar cabida a todos, entrenadora.

—Prometo que en las próximas pruebas iré alternando a los demás —dijo Alicia—. Pero para esta, dejadme que la alineación sea la formada por estos cuatro: Parker Parkenson, Helena con hache, Camuñas y Pakete.

El resto aceptó.

—Yo no me he enterado muy bien de lo que hay que hacer —reconoció Camuñas—. Pero intentaré hacerlo lo mejor posible.

—Vamos a ir los cuatro enganchados con un arnés a la tirolina —dijo Helena, señalando la plataforma—. Se trata de que lleguemos a la otra punta lo antes posible. Y al mismo tiempo, de que atrapemos la mayor cantidad de balones posibles.

—Los balones… ¿de dónde saldrán? —preguntó Camuñas.

—Ni idea —contestó Helena—. Han dicho que los dispararán unos cañones, tendremos que estar muy atentos.

Los cuatro nos preparamos.

Nos pusieron cascos, coderas, rodilleras y otros protectores.

—Si nosotros caer, esto no servir de nada, ja, ja, ja —dijo Parker Parkenson.

—Eso es verdad, ja, ja, ja —sonrió Helena.

No sé de qué se reían.

Me puse un poco nervioso.

Por un lado, iba a ser una experiencia increíble deslizarse por esa tirolina.

Pero, por otro, me asustaba un poco. Y, además, Parker y Helena no paraban de decir tonterías.

—Cuando yo empezar en fútbol, mi apodo ser the bird, el pájaro —comentó Parker Parkenson—. Porque yo volar en portería. Hoy… volver a ser pájaro, ja, ja, ja.

—Somos el equipo amarillo… los pájaros, ja, ja, ja —remató Helena.

No podía soportarlos.

Intenté relajarme.

Debía concentrarme en la prueba.

Los cuatro miembros de cada equipo nos acercamos al pie de la pasarela.

Seguía lloviendo muchísimo, parecía que no iba a parar nunca.

En el equipo azul, vi a Anita, a un niño chino, otro inglés y una argentina.

En el equipo negro, allí estaba Ocho junto a tres niñas que no conocía de nada.

En el equipo rojo, Toni, Marilyn y dos ingleses.

Y en el equipo amarillo, Parker Parkenson, Camuñas, Helena y yo.

Las cuatrillizas anunciaron el orden de participación:

—Empezarán los negros, es la tradición —dijo Molly—. Mucha suerte, equipo.

—Después seguirán los rojos —dijo Dolly.

—Luego, los azules —continuó Polly.

—Y los últimos, los amarillos —sonrió Jolly.

Los dieciséis jugadores respiramos hondo.

Aquella enorme tirolina imponía.

—Antes de empezar, solo una cosa más, prestad atención porque no lo voy a repetir —explicó Dolly—. Cada equipo tendrá una manivela en la parte derecha para detener la tirolina.

Nos fijamos atentamente: había una manivela colgando de la tirolina, enganchada a los cables, se veía perfectamente.

La idea de quedarse parados, ahí arriba, sobre el vacío me resultó inquietante.

—Esa manivela es fundamental —dijo Molly—. Podéis detener la tirolina todas las veces que queráis. Puede ser muy útil para atrapar balones, pero recordad que si os paráis… perderéis tiempo.

—Tendréis que buscar el equilibrio entre ir rápido y coger balones —razonó Polly—. No es fácil.

—Y lo más importante —añadió Jolly—. ¡La manivela solo la puede usar el capitán del equipo! Más que nada porque el capitán es el que irá enganchado a la derecha de la tirolina y los demás no llegarán.

Nos miramos unos a otros.

—¡Exacto, ya sé que lo estáis pensando! —nos animó Jolly—. ¡Ahora tenéis que elegir al capitán de cada equipo!

—Tendrá la responsabilidad de parar y poner en marcha la tirolina cada vez que lo considere, activando la manivela —recordó Molly.

—Tenéis que votar entre cada equipo para decidir quién es el capitán —dijo Polly.

—Vamos, vamos, no hay tiempo que perder —apremió Dolly.

Los amarillos nos miramos.

Demasiadas decisiones aquella mañana.

—Yo mí ofrecer para capitán —dijo Parker Parkenson—. Yo acostumbrado a gran responsabilidad.

—Pues yo también me ofrezco para capitán —dije por impulso.

Me salió así, sin pensar.

Supongo que estaba un poco cansado de que Parker fuera protagonista de todo.

Helena nos miró a ambos.

—Helena con la hache, tú votar a mí for capitán, por favor please, tú ya sabes —sonrió Parker Parkenson.

—Somos amigos y compañeros desde siempre, Helena, supongo que me votarás a mí —dije.

Helena nos miró a ambos.

—Me caéis muy bien los dos, pero… —dijo ella, pensativa—. Me ofrezco yo como capitana, creo que lo haré muy bien.

Eso sí que no me lo esperaba.

Ahora resultaba que éramos tres candidatos.

Camuñas se ajustó la gorra.

—A mí me da igual, yo paso de ser capitán —afirmó.

—Genial, entonces tú decides —le dijo Helena—. Tu voto es el definitivo.

Camuñas nos observó a los tres, dudoso.

—¿De verdad no me vas a votar a mí? —dije—. Soy tu mejor amigo.

—Yo te ofrecer trato —le soltó Parker Parkenson—. Si tú votar a mí, yo dejar que tú portero titular en partida de fútbol.

—Pues yo creo que deberías votarme a mí —aseguró Helena—. Me conoces y sabes que siempre ayudo al equipo. Lo haré mejor que nadie. Tomaré las decisiones correctas.

Camuñas negó con la cabeza y resopló.

Parecía aturullado.

—Está bien —dijo al fin—. Voto a…