Ediciones
Resultados
Síguenos en
Hola

Los Futbolísimos Los Futbolísimos Los Futbolísimos Los Futbolísimos

El misterio del campamento de verano

Roberto Santiago

imagen portada capitulo futbolisimos el misterio del campamento de verano

—Pero… pero… pero… ¡HELENA! ¿QUÉ HACES AHÍ DENTRO?

—Shhhhhhhhhhhhhhhhh —contestó ella.

¡Helena con hache estaba dentro de la caravana!

¡Escondida en un armario!

—No pensarías que iba a dejar que te fueras solo —aseguró.

Seguía sin comprender qué hacía allí, pero me hizo mucha ilusión verla.

Muchísima.

—Yo creía que estabas enfadada conmigo —dije.

—Y lo estoy —dijo ella—. No tendrías que haber empujado a Parker Parkenson. Tú no eres así.

—Ya, tienes razón, lo siento mucho —murmuré.

Al fin, salió de aquel armario y se plantó delante de mí.

Miró a un lado y a otro.

—La verdad es que mola bastante esta autocaravana —dijo.

Todavía no me lo podía creer.

¡Helena estaba allí!

—He venido porque tenemos que hacer algo muy importante —dijo.

—Desde luego, estoy de acuerdo, tenemos que hacer algo, faltaría más… —dije muy serio—. Perdón, ¿qué tenemos que hacer?

Miré a Helena desconcertado y añadí:

—¿Te refieres al robo? ¿A la competición? ¿A mi expulsión del campamento? Es que son tantas cosas que ya me lío.

—¡Me refiero al robo! —exclamó ella—. Somos los Futbolísimos y no podemos dejar las cosas así. Escucha, tengo una pista muy gorda.

Helena no pudo continuar, en ese momento se oyó un grito de mi padre:

—¿¡Viene ya el agua!?

—Vamos, Francisco, que es para hoy —añadió mi madre.

—Sí, sí, ya voy —contesté, nervioso.

Helena señaló el interior del armario, allí estaba el agua.

Cogí un par de botellas y se las acerqué a mis padres a través de una pequeña puerta que comunicaba con la cabina del conductor.

—Si no os importa, voy a cerrar aquí —dije.

—¿Te encuentras bien, cariño? —preguntó mi madre.

—Sí, sí, es solo que quiero descansar un rato —contesté.

—En un rato llegaremos a una explanada entre las montañas —indicó mi padre—. Podemos hacer noche allí.

—Vale, lo que vosotros queráis, hasta luego…

Y cerré de golpe.

Miré a Helena y dije:

—Cuenta. ¿Qué pista tienes del robo?

—Creo que Parker tenía una buena razón cuando te acusó de ser el ladrón —soltó.

—¿¡QUÉ!? ¡Yo no soy el ladrón! —protesté.

—No he dicho que lo seas—aclaró Helena—. Lo que quiero decir es que no lo hizo por fastidiar, de verdad creía que tú eras el ladrón.

—Dijo que me vio con el trofeo por la noche —recordé—. ¡Eso es mentira!

—Ya, pero el caso es que sí vio a alguien arrastrando el trofeo junto a la orilla —dijo Helena—. Los dos lo visteis, y eso es muy importante.

—¿Y por qué pensó que era yo? —insistí.

—Ajá, esa es la clave —sentenció Helena—. Pensó que eras tú porque el ladrón era parecido a ti, de tu misma estatura… ¡Era un niño! ¡O una niña!

—Yo creía que el principal sospechoso era Corominas —musité, confuso.

—El comandante Corominas es muy antipático y un mandón, pero llegó al campamento cuando ya se había producido el robo —afirmó Helena.

—Eso es cierto —dudé.

—El ladrón es alguien que lleva en el campamento desde el principio, o incluso antes —aseguró Helena—. Alguien que conoce muy bien la zona. Que sabe el valor que tiene ese trofeo y que a cierta distancia podría confundirse contigo.

Ambos nos miramos. Aquella descripción encajaba con…

—¡Las cuatrillizas! —exclamamos ambos al mismo tiempo.

—Eso es —asintió Helena—. Cualquiera de ellas podría parecerse a ti desde lejos.

—Cuando se produjo el robo, desaparecieron —recapitulé—. Son las que mejor conocen estas montañas y tienen mi estatura aproximadamente…

—Tal vez lo ha robado una de ellas —dijo Helena, pensativa—. O puede que las cuatro. Eso tendremos que averiguarlo.

—Pero ¿qué hacían en plena noche con el trofeo? ¿Adónde lo llevaban? —pregunté.

—Lo estarían moviendo de escondite, no lo sé —aseguró Helena—. Recuerda que ellas tampoco aparecieron cuando Corominas os pilló a Tomeo y a ti fuera de la tienda. Y, atención, porque aquí viene la prueba que he encontrado.

Helena sacó algo de una pequeña mochila.

¡Su teléfono móvil!

—Pero… nos requisaron los teléfonos nada más llegar al campamento —dije—. ¿De dónde lo has sacado?

—Bueno, lo cogí sin pedir permiso —sonrió—. Al fin y al cabo, es mío, ¿no?

—Sí, claro.

—Cuando empezaron a pasar cosas raras, como el robo, y la llegada del comandante, decidí recuperarlo —se justificó ella—. Y mira por dónde, la otra noche hice una foto… ¡del ladrón!

—¿¡Qué!? ¿¡Cómo!? ¿¡Cuándo!? —exclamé aproximándome a la pantalla de su teléfono.

—Al ver que Tomeo y tú salíais de la tienda, cogí el teléfono y os hice algunas fotos sin que os dierais cuenta —explicó Helena.

—¿Por qué nos hiciste fotos? —inquirí, sin comprender.

—Porque me pareció muy raro que os fuerais los dos solos en mitad de la noche.

—Yo salí porque Tomeo se encontraba mal y me pidió ayuda —me defendí.

—En ese momento, no podía saberlo —continuó Helena—. Os hice varias fotos, y en la última, tachán, se ve al ladrón. Mira.

Helena empezó a pasar fotos en su teléfono.

En la primera se intuían dos sombras moviéndose dentro de la tienda de campaña: Tomeo y yo.

En la segunda, se nos veía de espaldas saliendo de la tienda.

En la tercera, cruzábamos la puerta de la tienda y nos parábamos de pie en el exterior.

En la cuarta, Tomeo se retorcía, apoyado en mi hombro. Creo que fue el momento exacto en el que se tiró el pedo.

En la quinta, la cámara se aproximaba a nosotros, se nos veía con cara de susto, con el río al fondo.

En la sexta…

Un momento.

¡No había sexta!

Solo había cinco fotos.

—Aquí no se ve al ladrón, solo estamos Tomeo y yo —protesté.

—Eso creía yo —dijo Helena—. Observa…

Amplió la última foto con los dedos.

Al fondo, cerca de la orilla, apareció una figura.

Parecía mirar directamente a cámara, como si le hubieran pillado por sorpresa.

Aunque estaba muy lejos y era difícil estar seguro.

—¿Cómo sabes que es el ladrón? —pregunté.

—Porque lleva el trofeo —contestó.

Si te fijabas bien, aquella figura arrastraba algo con ambas manos.

—Qué fuerte —susurré—. ¡Tenemos una foto del ladrón!

—No se le reconoce muy bien, pero mira, mira —dijo Helena—. Si se amplía más se puede distinguir algo increíble.

A poca distancia de aquella figura, tal vez a unos pasos… ¡había otras tres figuras!

¡Y las tres parecían hacerle señas con las manos o algo parecido!

—¡Las cuatrillizas! —volvimos a exclamar Helena y yo al unísono.

—¡Esta prueba es muy gorda! ¿Cómo no me lo has enseñado antes? —pregunté.

—Porque no me había dado cuenta hasta que amplié la imagen —comentó Helena—. ¡Ahí están las cuatrillizas, en plena noche, con el trofeo robado!

—¡Las hemos pillado! —dije—. O sea, tú las has pillado. Son las ladronas.

—No sé si servirá de prueba —dudó Helena—. Se ve que son ellas, pero no se distingue bien el contorno. Está todo muy oscuro en la foto.

Volví a mirar aquella imagen.

Los bordes estaban algo borrosos. Y al ampliarla, perdía mucha definición.

Pero era obvio que se trataba de las cuatro: Jolly, Dolly, Molly y Polly.

—Ahora que sabemos que son ellas tenemos que hacer algo —propuse.

—Por eso me he colado en la caravana, quería hablarlo contigo, tenemos que preparar un plan juntos, tú y yo, como siempre —dijo Helena.

—Pensé que habías venido simplemente porque querías estar conmigo —murmuré, un poco decepcionado—. Antes has dicho que no dejarías que me fuera solo.

—Pues claro, eso también —respondió ella—. Pero esto es… ¡una bomba! ¡Las cuatrillizas han robado el Trébol de Oro! ¡Y tenemos una foto que lo demuestra, aunque no se vea muy bien! ¿Qué hacemos? ¿Vamos a la policía? ¿Regresamos al campamento de incógnito y les tendemos una trampa? ¡Qué nervios!

—Espera —dije.

De pronto, me di cuenta de una cosa.

—¿Qué ocurre? —preguntó Helena.

—La autocaravana está parada, qué raro —contesté.

Levanté la vista y me topé con…

¡Mis padres!

¡Estaban de pie en mitad de la caravana!

¡Nos observaban fijamente!

¡Con los ojos muy abiertos!

—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah! —grité del susto, al verlos allí en medio.

—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah! —gritaron ellos.

—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! —gritamos los cuatro.

—¿Qué hacéis ahí? ¿Nos estáis espiando? —pregunté.

—La pregunta es ¿¡qué hace Helena aquí!? —replicó mi madre.

—Es que… se ha escondido en el armario —señalé.

Capítulo 14 de El misterio del campamento de verano de los Futbolísimos

—Perdón, me he escapado del campamento, tenía que hablar con Pakete —se disculpó Helena.

Por la cara que pusieron mis padres, habían oído nuestra conversación.

—¿Lleváis mucho tiempo escuchando? —pregunté.

Ambos asintieron.

—No queríamos espiaros —dijo mi padre—. Hemos oído voces y hemos parado la caravana.

—Cuando hemos entrado desde la cabina, ni siquiera os habéis enterado —siguió mi madre—. Estabais absortos. No me extraña, es todo tremendo. Esto, por cierto, ¿podemos ver la foto?

Helena les mostró su teléfono móvil.

—Es esta imagen —indicó Helena—. Al ampliarla se ven cuatro figuras, y una de ellas arrastra el trofeo y mira a cámara.

—Es impresionante —afirmó mi madre—. ¡Las ladronas actuando en plena noche! ¡Las has cazado!

—Según mi amplia experiencia como policía y detective privado, las pruebas decisivas aparecen muchas veces en el sitio más inesperado —dijo mi padre—. Como, por ejemplo, en la esquina borrosa de una fotografía, ejem. Enhorabuena, buen trabajo.

—Sí, sí, perfecto —masculló mi madre—. Pero hay otra cosa mucho más importante que el robo.

Nos miramos sin saber a qué se refería.

—Helena se ha ido del campamento sin avisar a nadie —recordó mi madre—. Estarán preocupadísimos buscándote por todas partes.

—¿No le has dicho que te ibas a los entrenadores, o a Laura, o a tus compañeros? —preguntó mi padre.

—No —admitió Helena.

—Pues hay que avisarles antes de que se agobien pensando que te ha ocurrido algo —zanjó mi madre.

—Lo malo es que nadie del Soto Alto tiene teléfono, no podemos llamarlos —suspiró mi padre.

—Emilio, que te conozco, ¿qué estás maquinando? —dijo mi madre.

—Yo nada, Juana, simplemente digo que deberíamos volver al campamento con Helena, para que todos se queden tranquilos —contestó mi padre.

—Sí, volvamos al campamento, por favor —supliqué.

—También podríamos llamar a los guardias forestales —sopesó mi madre—. Seguro que nos ponen con el comandante Corominas y le explicamos la situación.

—Es otra opción —dijo mi padre—. Pero con lo emocionante que está el tema del robo, tal vez podríamos asomarnos por el campamento a ver si sacamos algo en claro.

—¿Tú quieres volver para avisar de que Helena está bien? ¿O quieres regresar para resolver el robo? —preguntó mi madre, muy seria.

Mi padre tragó saliva.

—Yo… esto… ¿las dos cosas? —respondió.

—¡Pues dilo, Emilio, no te andes por las ramas! —exclamó mi madre—. ¡Yo también estoy deseando volver! ¡Con lo emocionante que está todo!

Los dos se abrazaron.

¡Estaban de acuerdo!

¡Íbamos a regresar al campamento!

—¿Y qué les decimos cuando nos vean aparecer? —preguntó mi padre, dudoso.

—La verdad: que hemos venido a traer a Helena de vuelta —respondió mi madre—. Lo del robo no hace falta que lo contemos de momento, que quede entre nosotros.

—Ay, Juana, me encanta cuando te sale la vena de detective que llevas dentro —dijo mi padre—. ¡En marcha, familia!

—¡A resolver el misterio! —dije yo.

—¡Y atrapar a las ladronas! —añadió Helena.

—No os vengáis arriba tampoco —advirtió mi madre—. Vamos con pies de plomo, que una foto oscura de unas sombras no prueba nada. Tendremos que investigar y buscar pruebas decisivas antes de que descubran lo que sabemos. ¡Allá vamos! ¡Misión Trébol de Oro!

Era la primera vez que iba a investigar con mis padres.

Todos juntos.

Y con Helena.

Me encantaba la sensación.

Mis padres volvieron a la cabina y arrancaron la caravana.

Enfilamos el camino de vuelta al campamento.

Helena y yo nos miramos, entusiasmados, nerviosos.

—Qué nervios —dijo ella, mirando por la ventanilla—.Antes de esconderme en la caravana, oí a Corominas decir que iba a empezar Seguro que ya han empezado la yincana en canoa. —¿¡Ya!? —exclamé, sorprendido.

—Sí, por lo visto el comandante quería acabar la competición cuanto antes —respondió Helena—. Tal vez lleguemos a tiempo de participar… mientras investigamos.

La autocaravana avanzaba muy despacio, aquel camino de tierra y piedras no permitía acelerar.

No sé cuánto tardamos, pero con la emoción del momento, y las ganas de llegar, el viaje de vuelta se me hizo larguísimo.

—¿Queda mucho? —pregunté.

Y al rato otra vez:

—¿Queda mucho?

Creo que lo pregunté como unas quinientas veces.

—¿Queda much…?

—¡Ya estamos! —me cortó mi padre—. Voy a parar aquí la caravana y bajaremos andando.

Nada más salir, contemplé al fondo el campamento. Las tiendas. El río.

Estaba atardeciendo.

No se veía a nadie por allí.

—A lo mejor están en la cabaña —dijo Helena.

—Sea como sea, debemos actuar con mucha cautela —avisó mi padre—. No podemos contarle a nadie lo que sabemos de las cuatrillizas. Es fundamental ser muy discretos. Si queremos atraparlas, nadie puede conocer que tenemos esta información.

—Perfecto, Emilio —contestó mi madre—. Es una misión para la familia García Casas. Y para Helena con hache también, claro.

—Al menos tenemos el factor sorpresa a nuestro favor —corroboró mi padre.

—¿Cuál es el plan, entonces? —preguntó Helena.

—Aprovechar que tenemos información que nadie más conoce —dijo Emilio—. Espiar a esas cuatrillizas. Descubrir dónde guardan el trofeo. ¡Y pillarlas con las manos en la masa!

—Qué emocionante —suspiró mi madre—. Esto de ser investigadora me está gustando, no sé cómo no lo había probado antes.

—Pero nos han echado del campamento —recordé—. ¿Qué excusa pondremos para quedarnos?

—Podemos decir que salí a caminar y me perdí en el bosque y por suerte me encontrasteis y me habéis traído de vuelta —dijo Helena.

—Eso está muy bien, pero tenemos que encontrar una razón para justificar que nos vamos a quedar aquí a pasar la noche —musitó mi padre.

—Al traerme de vuelta se ha estropeado el motor de la caravana y no arranca —improvisó Helena—. Y no tenéis más remedio que quedaros hasta que lo arregléis.

—Buena idea —dijo mi madre—. Si es que esta niña vale mucho.

Me entraron ganas de contarles a mis padres que Helena con hache era la que había tenido la idea de hacer el pacto secreto de los Futbolísimos,

Y que, a su lado, siempre tenías la sensación de que todo podía solucionarse.

Y que los Futbolísimos siempre investigábamos y resolvíamos misterios imposibles.

Pero era un pacto secreto y no podía revelarlo.

Dimos unos pasos hacia el campamento.

—Abrid los ojos y aguzad los oídos —dijo mi padre—. Y recordad: hay que disimular. Pase lo que pase, no le contéis a nadie que tenemos pruebas de que las cuatrillizas son las ladronas.

Los últimos rayos de sol se filtraban a través de las ramas de los árboles.

Avanzamos unos metros en dirección a la cabaña.

De repente… alguien empezó a gritar.

Eran unos gritos desgarradores.

—¡¡¡Socooooooooooooorro!!! ¡¡¡Auxiiiiiiiiilio!!!

Angustias apareció entre unos matorrales.

Arrastraba una canoa y tenía el rostro desencajado.

—¿Por qué gritas así? —preguntó Helena, acercándose.

—¿Qué te pasa? —dije yo, preocupado.

Al vernos, gritó aún más.

Como si hubiera visto un fantasma.

—¡Aaaaaaaaaaah! ¿Qué hacéis aquí? —preguntó Angustias, hiperventilando—. ¿Por qué habéis vuelto? ¡No podéis estar aquí! ¡Os expulsaron! ¡Bueno, a Pakete! ¡Y luego Helena desapareció! ¡Y ahora estáis aquí! ¡Socoooooooooorro!

—Tranquilo, Angustias, todo tiene una explicación —dijo Helena.

—¡Tranquilo no estoy! —exclamó Angustias, cada vez más nervioso—. ¡Es todo rarísimo! ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!

Le di un abrazo a mi amigo.

—Está todo bien, de verdad —dije.

—Pero ¿por qué habéis vuelto? ¿¡por qué!? —repitió, temblando.

Le vi tan angustiado que intenté tranquilizarle y dije lo primero que me pasó por la cabeza:

—Pues hemos vuelto porque… o sea… ¡porque hemos descubierto que las cuatrillizas son las ladronas y tenemos que investigar y demostrarlo!

Lo dije de carrerilla, sin pensar.

Enseguida me di cuenta de que había metido la pata, glups.

—¡Francisco! —gritó mi padre, desesperado—. ¡No se lo podíamos contar a nadie!

—Perdón, papá, es que Angustias estaba muy nervioso y quería que se calmara —me excusé, y miré a mi amigo—. ¡No se lo puedes contar a nadie, eh! ¿Ya estás más tranquilo?

—¡Noooooooooooooo! —respondió Angustias—. ¿Las cuatrillizas son las ladronas? ¿De verdad? ¡Ay, ay, ay! Creo que me está dando un ataque de ansiedad… o de angustia… o de lo que sea… ¡Y cuando os cuente lo que me acaba de pasar a mí, vais a flipar! ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!