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El misterio del campamento de verano

Roberto Santiago

imagen portada capitulo futbolisimos el misterio del campamento de verano

La delantera del Manchester y yo saltamos a por el balón.

Nuestros cuerpos asomaron fuera del agua.

¡Nos estiramos todo lo que pudimos!

Ella tocó la pelota con la punta de los dedos y… se la pasó al jugador número 10 de su equipo, un pelirrojo muy grandullón que gritaba mucho.

—Go! Manchester! Go!

El pelirrojo nadó a toda velocidad con el balón controlado hacia nuestra portería.

—¡Retroceded, rápido! —exclamó Alicia, haciendo gestos desde la orilla.

—¡Cuidado, que se mete hasta la cocina! —gritó mi madre.

—Es muy difícil avanzar contracorriente, glubs, glubs —dijo Tomeo, que intentaba bracear dentro del agua.

El pelirrojo se aproximaba como un tornado.

Angustias se apartó y lo dejó pasar.

—A mí tanta agua me da miedo —admitió—. Y el pelirrojo ese es enorme.

El número 10 del Manchester sacó medio cuerpo del agua, con la pelota en la mano, dispuesto a lanzar.

Camuñas movió los brazos bajo la portería.

—¡Soy el mejor portero de mi familia! —gritó.

Sin embargo, el pelirrojo no disparó, sino que pasó el balón a…

¡Parker Parkenson, que surgió de la nada!

Aunque era el portero, tenía que ser el protagonista siempre.

Agarró la pelota y lanzó con todas sus fuerzas.

—The beeeeeeeeeeeeeeeeeeeest! —exclamó.

El balón amarillo y negro salió disparado como un torpedo.

Iba rebotando en el agua, ganando velocidad, imparable.

Pero en el último segundo…

¡PUUUUUUUUUUUM!

¡Camuñas se puso en medio y la pelota le impactó en pleno rostro!

—¡Paradón con la cara! —gritó Ocho.

—Eftoy bien, la he farado —dijo Camuñas, con el rostro rojo del golpe, tratando de sonreír.

¡El balón salió rebotado!

Voló muy lejos, pasó por encima de todos y cayó en mitad del agua.

—¡Vamos, cariño, eres el jugador más adelantado! —me animó mi madre.

Di unas brazadas y llegué hasta la pelota.

La agarré con una mano.

Su portería estaba vacía, Parker Parkenson no había tenido tiempo de regresar.

—¡Noooooooooooooooooooooooooooo! —exclamó Parker, desesperado.

Mis padres, Laura, Alicia y Felipe me gritaban desde la orilla:

—¡Lanza! ¡Dispara! ¡Vamos! ¡No lo pienses!

Las cuatrillizas también estaban allí, atentas a todo.

Sin pensarlo, avancé unos metros, eché el brazo atrás para coger impulso y… ¡lancé el balón!

Directo hacia la portería vacía.

La pelota parecía volar a cámara lenta.

—¡Sí, sí, sí! ¡Ese es mi chiquitín! —bramó mi madre, dando saltos y botes de alegría.

Y cuando ya estaba a punto de entrar…

¡¡¡PLAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAASH!!!

¡MI MADRE SE RESBALÓ Y CAYÓ AL RÍO!

¡Y DESVIÓ LA PELOTA!

Todos nos quedamos boquiabiertos.

¡Mi madre había impedido el gol!

—¡Ay, qué caída más tonta! —dijo ella, completamente empapada, incorporándose.

—¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

El comandante Corominas hizo sonar su silbato como un poseso.

—¡Árbitro, ha sido gol! —dijo Alicia.

—La señora ha caído por accidente, pero la jugada es clarísima —pidió Felipe.

—¡No, no, no! —protestó el entrenador del Manchester City, un tipo bajito muy colorado—. The play must be annulled due to field invasion!

—Dice que hay que anular la jugada por invasión de campo —tradujo Anita.

—Pero ¿qué invasión? —replicó Laura—. ¡Si Juana se ha caído al agua sin querer!

—Sois patéticos, vaya equipo —suspiró el abuelo Benemérito.

—Annulled! —insistió el entrenador del Manchester.

—¿¡Es que nadie me va a ayudar a salir del agua!? —preguntó mi madre.

—Ay, Juana, la que has liado —intervino mi padre, dándole la mano desde la orilla.

—Yo creo que ha sido gol —dijo Jolly.

—Nada de gol, anulado —aseguró Dolly.

—No lo sé, ay, qué difícil —suspiró Polly.

—Vaya caída, podía haberse roto algo —añadió Molly.

—¡Silencio todo el mundo! —ordenó Corominas—. Señora, haga el favor de salir del río y tener más cuidado. ¡La jugada queda anulada y se hará un bote neutral!

—Eso es injusto —dije.

—Era un golazo de contrataque —protestó Alicia—. El balón estaba a punto de entrar…

Corominas pegó un tremendo pitido para que nos callásemos.

—¡PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!

Todos nos miramos, aceptando la resolución.

Mi madre resopló y salió por fin del río.

—Lo siento, chiquitín, ha sido por el entusiasmo —dijo—. Voy a la roulotte a cambiarme, hala, ya podéis ganar el partido si no queréis que os eliminen.

Se alejó junto a mi padre.

Nos preparamos para el bote neutral.

Corominas había cogido de nuevo la pelota y la sostenía frente al río.

—Esta vez dejadme a mí —dijo Toni.

La delantera del Manchester City y Toni se colocaron frente a frente.

Ella era más alta que cualquiera de nosotros.

Corominas lanzó el balón y…

¡Toni pegó un brinco increíble!

Tocó la pelota con el puño y se la pasó a Helena con hache.

Helena dio unas brazadas y le pasó a Marilyn, que avanzaba por una banda.

La capitana controló el balón y siguió adelante.

—Cover her, she is very fast! —gritó Parker, señalando a Marilyn.

Marilyn era la más rápida corriendo de la Liga Intercentros.

Y, por lo que se veía, también nadando.

Antes de que pudieran reaccionar, Marilyn bombeó la pelota por encima de dos defensores y Toni remató con la palma de la mano.

¡PA-TA-PLAF!

El balón rebotó en el agua y salió disparado hacia la escuadra de la portería.

Parecía que iba a entrar.

Pero en el último instante, Parker Parkenson se estiró y… ¡lo atrapó con las dos manos!

—The beeeeeeeeeeeeeeeeeeeeest! —gritó, golpeando el balón contra el agua.

—Que sí, que sí —respondió Toni—. Te vas a enterar.

Durante los siguientes minutos, el partido fue un constante ataque en una y otra portería.

Supongo que no estábamos acostumbrados a jugar al waterpolo y defender no se nos daba muy bien.

Los dos equipos tuvimos un montón de oportunidades.

El pelirrojo disparó dos veces a bocajarro y Camuñas las detuvo por los pelos.

La delantera-boya estrelló la pelota contra el larguero. Y otra contra el poste.

Un lateral del City también tuvo una oportunidad clarísima que salió fuera por muy poco.

En su portería, ocurrió igual.

Toni remató varias veces y siempre la paraba Parker, que parecía haberle cogido la medida.

Helena con hache lanzó desde lejos. Estuvo a punto de marcar, pero salió desviada por unos pocos centímetros.

Yo me quedé solo otra vez delante del portero y la mandé fuera.

Daba la sensación de que era imposible marcar gol en aquel juego.

Durante la segunda parte, Anita y Ocho sustituyeron a Tomeo y Angustias.

Los ingleses también hicieron varios cambios.

Entró un chico negro que disparaba a portería desde cualquier posición, por muy lejos que estuviera.

Anita y Marilyn hicieron un gran contrataque a base de pases cruzados y estuvieron a punto de marcar.

Capítulo 12 de El misterio del campamento de verano de los Futbolísimos

Toni también tuvo una última ocasión.

Pero nada.

El balón se marchaba fuera por muy poco.

O los porteros se lucían.

No había manera.

El tiempo se iba acabando y el marcador seguía empate a cero.

—Está siendo muy emocionante, bravo —dijo Jolly, aplaudiendo.

—Está siendo un rollo sin goles —le contradijo Dolly, malhumorada.

—Yo estoy muy nerviosa —aseguró Molly, tapándose los ojos.

—¿Qué pasa si empatamos? —preguntó Felipe.

—Se decide a penaltis —respondió Corominas.

—Pero eso tendría que haberlo avisado antes —protestó Alicia.

—Pues lo aviso ahora, vamos, vamos, menos hablar y más jugar —dijo Corominas y tocó el silbato—. ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

Estábamos reventados.

Nos habíamos pasado el partido nadando sin parar.

Además, la fuerza del agua era agotadora.

—Cheer up, team, one last effort! —animó el entrenador del Manchester City.

—Dice que un último esfuerzo —tradujo Anita.

—Eso, Soto Alto, ¡a por ellos, hay que marcar! —exclamó Felipe.

—Sois unos matados —rezongó el abuelo Benemérito, sentado sobre la hierba.

—Un poquito de por favor, Benemérito —le pidió Laura—. ¡Vamos, Soto Alto! ¡Sois el orgullo del pueblo! ¡Sois los mejores!

—¡Último minuto! Last minut! —avisó Corominas, señalando su reloj.

No había marcador electrónico ni nada parecido, así que había que fiarse de lo que dijera el comandante.

Parker sacó de portería.

Pasó el balón en corto al pelirrojo, que avanzó despacio.

—¡Cubrid los espacios! —pidió Alicia—. Van a esperar a los últimos segundos y harán un último ataque desesperado, que no os pillen por sorpresa.

—Cuánto sabes, cariño —dijo Felipe—. ¡Haced caso a Alicia, que es una gran entrenadora!

Retrocedimos para que no nos pillaran descolocados.

El pelirrojo iba muy despacio, nadando con el balón delante de él, sin ninguna prisa, oteando las posiciones de sus compañeros.

El entrenador del City le hacía gestos desde la orilla para que esperase.

Se podía sentir la tensión.

En pocos segundos, se acabaría el partido.

Todos los jugadores nos mirábamos.

Cualquier mínimo error podría suponer la derrota.

Se hizo el silencio sobre el río.

Y entonces:

—Come on! —exclamó el entrenador del Manchester City.

De repente, la delantera alta y el chico negro empezaron a nadar a toda velocidad, uno por cada extremo de nuestro campo.

Habían salido disparados.

Marilyn y Anita los siguieron, tratando de cubrirlos.

Eran rapidísimos y sabían que aquella sería la última oportunidad del partido.

El pelirrojo cogió la pelota con una mano, preparándose para lanzar el pase definitivo.

—¡Defended, por lo que más queráis! —pidió Felipe.

—Bua, si es que son unos flojos, a ver si los eliminan ya —dijo el abuelo Benemérito.

Y aquellas palabras lo cambiaron todo.

—¡Ya estoy harto, abuelo! —replicó Ocho—. ¡No sé para qué has venido al campamento! ¡Te quejas de todo, te metes siempre con nosotros!

—Porque sois unos mat… —intentó decir Benemérito.

—¡Somos el Soto Alto! —le cortó Ocho—. ¡Y yo soy el suplente, a mucha honra!

De la rabia, cogió impulso y… ¡pegó un salto descomunal!

Nunca había visto a Ocho saltar de aquella manera.

El pelirrojo no se lo esperaba.

Trató de lanzar la pelota hacia sus delanteros…

¡Pero Ocho cortó el pase en el aire!

¡Fue el salto más grande de Ocho en toda su vida!

¡Su cuerpo entero salió del agua y bloqueó el balón con una mano!

Por la inercia, Ocho cayó un par de metros más allá.

Vio el balón, que se había quedado muerto sobre el agua delante de él.

Lo controló y echó a nadar hacia la portería del Manchester City.

Todos nos quedamos perplejos.

Había sido un jugadón tremendo de Ocho, el jugador más pequeño del partido, que había pasado completamente desapercibido hasta ese momento.

Nadó con la pelota, directo hacia la portería contraria.

Sorprendió a todos los jugadores del City, dejándolos atrás.

Ocho nadó, nadó y nadó, dejando un rastro de espuma a su paso.

Estaba solo frente a Parker Parkenson, que le esperaba atónito bajo la portería.

—¡Tú puedes, Ocho! ¡Di que sí! —le animó Alicia—. ¡Va a ser un golazo!

—Típico de mi nieto —dijo el abuelo Benemérito—. Hace lo más difícil, y seguro que ahora falla lo más fácil y…

—¡Cállate de una vez, abuelo! —gritó Ocho a pleno pulmón.

Sin más, Ocho disparó, soltando toda su rabia.

La pelota salió volando a media altura, muy fuerte y colocada.

Pasó por encima de Parker, que apenas la vio venir.

Y…

Y…

¡Se estrelló contra el poste derecho!

¡Rebotó en el agua!

¡Chocó con el larguero!

Y…

Y…

¡ENTRÓ EN LA PORTERÍA!

—¡¡¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!!!

¡Ocho había marcado un auténtico golazo!

Gritamos y nos abrazamos.

—¡¡¡Bravoooooo!!! ¡¡¡Viva Ochooooooooo!!! ¡¡¡Oleeeeeeeeeeee!!!

—No ha estado mal —reconoció el abuelo Benemérito, sin gran entusiasmo.

—¡Gol y final del partido! —anunció el comandante Corominas—. ¡Piiiiiiii! ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiii! ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

Soto Alto 1; Manchester City 0.

Alicia, Felipe y Laura se lanzaron al río para celebrar la victoria.

Tomeo y Angustias también.

—Qué trajín, otra vez al agua —resopló Angustias.

Subimos a hombros a Ocho entre todos.

—¡Ochoooooooo! ¡Ochooooooooooooooo! ¡Ochoooooooooooooooooo!

Coreamos su nombre entre risas.

Era el héroe del partido.

Las cuatrillizas aplaudieron, igual que los jugadores de los otros equipos.

—Voy a llorar de la emoción —dijo Polly.

—¡Qué alegría! —saltó Jolly—. Ojo, que también me alegraría si hubieran ganado los otros…

En ese momento, llegaron también mis padres a la orilla.

—¿Habéis ganado y no lo hemos visto? —preguntó mi padre.

—¡Al agua, Emilio! ¡Esto hay que celebrarlo! —exclamó mi madre.

—Pero si te acabas de cambiar…

—¡Pamplinas!

Ellos dos también se lanzaron al río.

Estuvimos allí un buen rato riéndonos, chapoteando, haciendo ahogadillas.

Había sido una victoria increíble.

Era la primera alegría desde que habíamos llegado al campamento.

—¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

El comandante Corominas indicó que saliéramos del agua.

—Vamos, ahora tiene que disputarse el siguiente partido —dijo—. Boca Juniors contra Tao Feiyu.

La competición de waterpolo-río seguía.

—El equipo perdedor jugará contra el City, uno de los dos quedará eliminado —explicó Corominas—. El ganador y el Soto Alto se llevarán cada uno nueve puntos.

—¿No hay final de waterpolo-río? —preguntó Felipe.

—No, señor, ya me han oído, no me gusta repetir las cosas —dijo Corominas—. Venga, fuera del agua. ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

Yo creo que el comandante se inventaba las reglas sobre la marcha.

Pero no era plan ponerse a discutir con él.

Salimos del río muy contentos, al menos habíamos ganado nuestro partido.

Enseguida, los jugadores argentinos y chinos entraron al agua, con sus gorros amarillos y rojos, respectivamente.

Nos quedamos en la orilla para ver el partido.

Me senté sobre la hierba, el sol lucía en lo alto, hacía un día buenísimo.

Un poco más allá, junto a un árbol, me fijé en Helena y Parker Parkenson. Hablaban y gesticulaban mucho con las manos. Parecían discutir.

Seguro que Parker no se había tomado muy bien la derrota y estaba tramando algo.

—Estoy muy orgullo, Francisco —dijo mi padre, sentándose a mi lado.

—Ocho ha metido un golazo… —contesté.

—No me refiero al partido —explicó mi padre—. Me refiero a todo en general. Estáis aquí en el campamento, conviviendo en medio de todas estas situaciones extrañas, con el comandante ese que se cree el jefe de todo…

—Es un poco pesado con el silbato, sí —admití.

—Y con el robo, ya sabes —continuó mi padre.

—El robo del Trébol de Oro —dije, sin saber exactamente a qué se refería.

—Vosotros siempre estáis investigando misterios y esas cosas —dijo él, bajando la voz—. No me irás a decir que no tenéis sospechosos del robo.

Miré a mi padre. Era detective privado y nos había ayudado un montón de veces a resolver muchos misterios.

Pensé en contarle que había visto una sombra cruzar el campamento en plena noche.

Arrastrando el Trébol de Oro.

Y también que sospechábamos del abuelo Benemérito, de las cuatrillizas, del propio Corominas…

Pero no pude.

Porque en ese preciso instante, Helena se plantó delante de mí.

Estaba muy seria.

Me miró fijamente y dijo:

—Parker asegura que te vio anoche con el Trébol de Oro.