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El misterio del campamento de verano

Roberto Santiago

imagen portada capitulo futbolisimos el misterio del campamento de verano

—¡Yuhuuuuuuuuuuuuu! ¡Nos vamos al mejor campamento del mundo!

Mi amigo Camuñas, portero de nuestro equipo de fútbol, daba saltos alrededor de la fuente, en la plaza del pueblo.

—¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! —exclamó.

Lanzó su inseparable gorra al aire y, antes de que cayera, apareció Marilyn, la capitana del equipo, y la cogió al vuelo.

—¿Estás seguro? —le preguntó, desconfiada.

—¡Segurísimo! ¡Miradlo, acaban de publicar la lista oficial en la web! —respondió Camuñas.

Emocionado, sacó su teléfono móvil.

Todos le imitamos.

Los nueve jugadores del Soto Alto estábamos allí, perplejos, intentando digerir aquella noticia.

¿Sería verdad lo que decía Camuñas?

—Yo estoy muy nervioso —confesó Angustias, el lateral derecho, que siempre andaba angustiado por cualquier cosa, mientras clicaba en la pantalla una y otra vez—. ¡No se me abre el enlace a la web!

—A mí sí —anunció Anita—, la interfaz debe estar sobrecargada, pero al clicar un enlace secundario, he podido entrar sin problemas.

Anita era la portera suplente y la que mejores notas sacaba de todo sexto y puede que de todo el colegio.

—No me he enterado de nada de lo que has dicho, glups —aseguró Ocho, el eterno suplente y también el más bajito del equipo—. Déjame ver.

Nos arremolinamos todos alrededor de Anita.

Ella había conseguido entrar en la web principal de El Trébol.

A toda pantalla iban apareciendo los nombres de los cuatro equipos seleccionados.

Había una enorme expectación.

Por fin se anunciaban los elegidos.

TEAM 1. Manchester City.

—Normal, son buenísimos —afirmó Camuñas—. Han ganado todos los torneos nacionales e internacionales en categoría infantil del último año.

TEAM 2. Boca Juniors.

—¡El equipo argentino más famoso! —exclamó Tomeo, el defensa central, que no se perdía detalle mientras engullía unas rosquillas con mermelada—. Lo sé porque mi padre vivió en Argentina cuando era joven y siempre dice que el Boca es el mejor equipo de fútbol que existe.

TEAM 3. Tao Feiyu.

—¿¡Eh!?

—¿Esos quiénes son?

—Ni idea —admitió Anita—. Supongo que será un equipo chino.

Ni siquiera Anita los conocía, pero ya habría tiempo para enterarse.

Quedaba por salir el nombre del último equipo.

—Que salga ya, por favor, me va a dar algo —suplicó Angustias.

Las letras doradas estallaron en pedacitos y se fue formando delante de nuestros ojos el nombre del cuarto y último participante.

TEAM 4…

Nos quedamos en silencio.

Muy concentrados.

Y…

¡Soto Alto!

¡Allí estaba!

¡Nuestro equipo!

¡Habíamos sido seleccionados para ir al campamento EL TRÉBOL!

TEAM 4. SOTO ALTO FÚTBOL CLUB.

—¿¡Lo veis!? ¡Os lo había dicho! —dijo Camuñas.

—¡Oé, oé, oé! —gritamos, felices, entusiasmados—. ¡Nos vamos al Trébol! ¡Oé, oé, oé!

Toni, el máximo goleador del equipo, que a veces puede ser un poco chulito, pegó un brinco y se subió a la fuente.

—¡Van a flipar con Toni Superstar! —bramó.

Y empezó a hacer posturitas, como si hubiera marcado un gol o algo así.

—¡No te vengas arriba, Superstar! —dijo Ocho—. ¡Al agua!

¡Y le empujó dentro de la fuente!

¡CHOOOOOF!

Toni cayó al agua y se empapó de la cabeza a los pies.

—¡Ahora veréis! —dijo, asomándose desde el interior de la fuente.

Empezó a salpicarnos y a mojarnos a todos.

Entre risas, todos los miembros del Soto Alto fuimos saltando al agua.

—Yo no sé si meterme, se me puede cortar la digestión —murmuró Angustias.

—¿Has comido hace poco? —le preguntó Tomeo.

—No, qué va, hace cuatro o cinco horas por lo menos —contestó Angustias—, pero por si acaso me da un corte retroactivo…

No pudo seguir hablando.

Anita y Marilyn tiraron de él y le arrastraron al agua.

—Ah, pues está un poco fresquita —suspiró Angustias.

Todos los demás saltaron dentro.

Los últimos en meternos fuimos Helena y yo.

Voy a hablaros un momento de Helena con hache.

Es la mejor jugadora del Soto Alto.

Tiene unos ojos enormes.

Y cuando me mira fijamente parece que puede leerme el pensamiento.

—¿No estás contento de que nos hayan seleccionado en El Trébol? —me dijo.

—Sí, sí —respondí—. Lo que pasa es que, o sea, ¿por qué nos han elegido? No somos tan buenos… ¿Y qué tendremos que hacer allí? Es un mes entero, y ese campamento es famoso porque las actividades son muy intensas y…

—Piensas demasiado —me cortó—. Es el mejor campamento de verano del mundo. Todos quieren ir. ¡Y nos han elegido a nosotros!

Me cogió de la mano y añadió:

—Todo va a salir fenomenal. Estaremos juntos y haremos lo que más nos gusta: jugar al fútbol.

—Supongo que tienes razón…

—Helena, Pakete, ¿venís a la fuente o qué? —preguntó Marilyn—. Solo faltáis vosotros dos.

Pakete soy yo.

O sea, me llamo Francisco, pero todos me llaman Pakete desde que fallé cinco penaltis seguidos en la Liga Intercentros.

Acabo de cumplir once años.

Y quiero dejar clara una cosa:

A pesar de lo que dicen algunos listillos, Helena no me gusta.

—Ya están haciendo manitas esos dos —soltó Ocho.

—Uuuuuuuuuh, siempre igual, ja, ja, ja —se rieron todos.

Le solté la mano a Helena y me puse un poco rojo.

—No estábamos haciendo manitas —protesté.

—Ya vamos —dijo Helena.

De un salto subimos a la fuente y los dos nos tiramos al agua a la vez.

¡¡¡SPLAAAAAAAAAAAAAASSSSHHHH!!!

Chapoteamos, nos mojamos unos a otros y nos reímos.

Los nueve jugadores de Soto Alto estábamos metidos en la fuente del pueblo, celebrando el que iba a ser el mejor verano de nuestras vidas.

—¡Soto Alto, oé, oé, oé! ¡So-to Al-to ga-na-rá ra-ra-rá!

Poco a poco fueron llegando más y más personas a la plaza.

Nos miraban sorprendidos.

No era habitual ver a un grupo de niños dentro de una fuente.

Además nuestro pueblo, Sevilla la Chica, es un lugar pequeño, y la noticia del campamento debió correr muy deprisa.

Enseguida todos los presentes empezaron a corear:

—¡Al Trébol, oé, oé, oé! ¡Al Trébol, oá, oá, oá!

Nos aplaudían y se reían con nosotros.

La alegría y felicidad del momento resultaba contagiosa.

Hasta que se abrió la puerta del ayuntamiento de par en par y apareció Laura, la alcaldesa.

Se plantó en mitad de la plaza con los brazos en jarras.

—Pero… pero… pero… ¿¡se puede saber qué hacéis!? ¡No está permitido bañarse ahí! —gruñó, muy seria.

—Perdona, mamá, es que nos han elegido para el campamento de El Trébol —se excusó Anita.

—Ni trébol ni clavel, meterse en la fuente es vandalismo —replicó Laura, que además de alcaldesa era la madre de Anita—. Sois unos gamberros… sois unos alborotadores… sois…

Se ajustó las gafas y se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo.

—¿Os han cogido en El Trébol? ¿De verdad? ¿Por eso os habéis metido en la fuente? —preguntó atónita.

Todos asentimos.

La expresión de su rostro cambió de repente.

Nos señaló y, cuando ya creíamos que nos iba a castigar, exclamó:

—Sois… ¡maravillosos! ¡El Soto Alto al campamento El Trébol! ¡Ole, ole y ole!

Sin pensarlo dos veces, Laura pegó tres zancadas y…

—¡Bombaaaaaaa!

Se lanzó al agua a bomba.

¡¡¡SPLAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAASH!!!

Estaba entusiasmada.

—¡Ay, qué alegría tan grande! ¡Sois el orgullo del pueblo!

Antes de que pudiéramos reaccionar, ella también empezó a chapotear dentro de la fuente, nos salpicaba, se reía y aplaudía emocionada.

—Mola tu madre —dijo Ocho.

Capítulo 1 de El misterio del campamento de verano de los Futbolísimos

—A veces —murmuró Anita.

Con el vestido completamente empapado, Laura se puso de pie en lo más alto de la fuente y escupió un chorrito de agua.

Sonrió de oreja a oreja, mirando a todos los vecinos que se habían ido agolpando en la plaza.

—Ya veréis, ahora empieza a soltar el rollo —advirtió Anita—. En cuanto se juntan más de cuatro personas del pueblo, no falla, zas, discurso al canto.

Laura se aclaró la voz y dijo:

—Como alcaldesa vuestra que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo, os la voy a pagar. Os anuncio que nuestro querido equipo de fútbol infantil, el Soto Alto, ha sido elegido para participar en una competición internacional de primera categoría: El Trébol.

—Creía que era un campamento con actividades deportivas, no una competición —apuntó Marimar, la madre de Helena, que acababa de llegar a la plaza.

—Ya, bueno —dijo Laura—, lo importante es que cuando el mundo entero esté mirando al Trébol, nuestro pueblo va a estar muy bien representado por estos niños increíbles, ejemplares, modélicos…

Nos miró un momento: Ocho haciendo gorgoritos en el agua, Tomeo zampándose una rosquilla empapada, Anita con las gafas llenas de agua, Angustias temblando de frío y los demás… bueno, estábamos empapados, con cara de no saber qué debíamos hacer.

—Y para asegurarnos de que todo va a salir bien —siguió Laura—, acabo de tomar una decisión como madre y alcaldesa. ¡Yo misma en persona iré con el Soto Alto al campamento de verano!

—No tengas morro, Laura, ni siquiera te gusta el fútbol —intervino Esteban, el director del colegio, muy serio, desde un extremo de la plaza—. Tú quieres ir porque sabes que allí habrá un montón de periodistas.

—Los adultos que acompañen a los niños habrá que elegirlos en una asamblea —propuso Marimar.

—¡Eso: asamblea y votación! —le secundaron algunos.

Todos empezaron a discutir sobre el método de elección.

—Ojo, que las asambleas las carga el diablo —advirtió Laura, sin perder la sonrisa—. Como alcaldesa vuestra que soy, me debo al pueblo, y aunque El Trébol esté muy lejos y suponga pasar un mes fuera de casa… ¡Yo me sacrifico!

—A lo mejor otros también queremos ir —insistió Esteban—. Yo siempre he estado ahí apoyando al equipo.

—Por supuesto, no iré yo sola, tendrán que venir más adultos —terció Laura—. Vendrán los entrenadores… y algún otro que sea responsable, serio, prudente…

En ese preciso instante, entraron en la plaza mis padres dando botes, agarrados el uno al otro.

—¡Nos vaaaaamos al Trébol, oé, oé, oé! —coreaban a pleno pulmón—. ¡¡¡Nos vamos al Trébol, oé, oé, oé!!!

Mi madre se llama Juana y trabaja en una tienda de regalos. Le encanta el fútbol y viajar… y cantar.

Mi padre, Emilio, durante varios años fue el policía municipal del pueblo, ahora es detective privado. Y canta de pena.

Muchas veces nos han acompañado a distintos torneos por lugares remotos.

—¡Qué maravilla todo! —exclamó mi madre—. ¿Y dónde está El Trébol ese?

—En los Pirineos aragoneses, Juana, que te lo acabo de decir—contestó mi padre, dando saltitos de entusiasmo—. ¡Oé, oé, oé!

—Mira qué bien, va a ser nuestra primera vez en Aragón —soltó mi madre—. ¡Ay, qué orgullosa estoy!

—Bueno, los acompañantes aún no están decididos —intervino Laura—. Excepto yo, que eso sí está decidido, je, je. Ahora saldremos de la fuente y…

—¡Eso, todos a la fuente! —gritó mi padre, levantando los brazos en señal de victoria.

—No, no, es un monumento público y se puede deteriorar —pidió Laura.

—Pero si tú eres la primera que se ha metido —recordó Marimar.

—Ya, bueno, yo soy la alcaldesa y tengo una responsabilidad con el patrimonio municipal y… —intentó decir Laura, desde el interior de la fuente.

—¡Al agua todos! —le interrumpió mi padre, que ni siquiera la oía.

Eufóricos, mis padres se metieron dentro de la fuente y detrás de ellos, un montón de vecinos.

Marimar.

Esteban.

Y muchísima más gente.

Aquello era una locura.

No cabíamos tantas personas dentro de la fuente, el agua se desbordaba.

—¡El trenecito! —gritó mi madre.

Todos nos pusimos en fila, agarrando por la cintura al que teníamos delante.

Mi madre iba en cabeza, dando patadas al agua, bailando y cantando.

—¡So-to Al-to Oé! ¡So-to Al-to Oá!

—¡Me encanta esta celebración! —gritó mi padre.

—¡Pues ya verás cuando ganemos algo! —avisó mi madre.

Laura, viendo que aquello era imparable, se unió a la fiesta.

—Como alcaldesa vuestra que soy, una cosa os digo… ¡Viva Sevilla la Chica! ¡Viva Soto Alto! ¡Y viva El Trébol!

Estuvimos allí casi toda la tarde.

Aunque hacía bastante calor, nadie tenía ganas de irse.

Todos los que se asomaron a la plaza, terminaron empapados.

Aquella fiesta improvisada duró casi hasta la noche.

Hubo más bailes y cánticos.

Alicia y Felipe, nuestros entrenadores, llegaron corriendo en cuanto se enteraron.

Al ver todo aquel gentío brincando y cantando se quedaron pasmados.

—Pero ¿qué se festeja exactamente? —preguntó Alicia.

—No lo sé muy bien, algo de un campamento de verano, me parece —explicó Antonia Bermejo, la jefa de policía, que también se había unido a la celebración.

—Ay, ¿no será El Trébol? —dijo Felipe.

—Creo que sí…

—¡Vaaaaaamos, equipo! —gritó Alicia.

Eufóricos, nuestros entrenadores se abrieron paso entre hasta la fuente y nos abrazaron.

—¡Que nos vamos al Trébol! —dijo Alicia, emocionada.

—Os lo merecéis —aseguró Felipe—. Y nosotros también, ja, ja, ja.

Que yo sepa, somos el único equipo del mundo que tiene dos entrenadores. Alicia y Felipe se casaron en la isla de Tabarca durante uno de nuestros torneos. Pero esa es otra historia.

Prácticamente todo el pueblo se reunió allí aquella tarde.

Incluso mi hermano Víctor fue a la plaza.

—¡Menuda potra tenéis, enano, os vais al mejor campamento de todos los tiempos! —dijo al verme.

Víctor tiene catorce años y siempre se queja por todo.

Pero ese día nadie protestó.

Todos teníamos ganas de reírnos y celebrar.

Mis compañeros y yo más que nadie.

Fue un día inolvidable, estábamos a punto de vivir una aventura increíble.

Entonces, al anochecer, apareció alguien más en la plaza:

Un anciano con el pelo y la barba blanca, completamente vestido de negro.

—¡El campamento de El Trébol es una trampa! —bramó—. ¡Debéis andar con mucho cuidado!

Todos le observamos sin comprender de dónde había salido.

—¿A qué viene eso, buen hombre? —le preguntó mi madre—. ¿Y quién es usted?

—Me presento: me llamo Benemérito Piedrasantas —dijo, muy solemne—. Y he venido en cuanto me he enterado… ¡no vayáis a ese campamento! ¡Es muy peligroso!

Un murmullo recorrió la plaza.

—Oiga, no asuste a los niños —le pidió Esteban.

—Ni a los mayores tampoco, yo ya estoy muerto de miedo —suspiró mi padre.

Benemérito era un hombre menudo, pero de gran personalidad.

Se colocó en mitad de la plaza, se subió a una silla del bar y exclamó:

—¡Muchos equipos que van de vacaciones a El Trébol nunca vuelven! ¡Otros regresan agotados y denuncian a los organizadores! ¡Podéis comprobarlo! ¡Estoy aquí para advertiros…!

Ocho pegó un respingo al reconocerle.

—¡Abuelo! —gritó—. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué dices esas cosas?

—Cariño, lo hago por ti… y por tus amigos —respondió él—. Alguien tiene que parar los pies al Trébol. ¡No debéis ir bajo ningún concepto!

—Toma tomate, el viejo es el abuelo de Ocho —murmuró Camuñas.

—La verdad es que se parecen —señaló Marilyn—. Es igual que Ocho, pero con barba y setenta años más.

—¡He soñado que el Soto Alto se iba al campamento… y no volvían nunca! —aseguró Benemérito.

Laura le invitó a bajar de la silla.

—Normal que un abuelo se preocupe por su nieto —dijo la alcaldesa—, pero los niños viajarán con todas las garantías de seguridad, no se preocupe.

—Sí me preocupo, nadie conoce la verdad sobre El Trébol —resopló el hombre, apoyándose en Laura para bajar al suelo—. ¿Es muy tarde? Estoy muy cansado…

—Claro, normal, ahora le acompañaremos de vuelta a casa —sonrió Laura, siguiéndole la corriente.

—Yo voy contigo, abuelo —saltó Ocho, agarrándole de la mano.

Entre Laura y Ocho lo fueron sacando de la plaza.

—Primero a descansar, y luego ya nos contará todo lo que usted quiera sobre El Trébol —dijo Laura.

Los tres enfilaron la calle principal del pueblo.

Daba mucha ternura verlos alejarse, pasito a pasito.

Aquello marcó el final de la celebración.

Todos nos quedamos un poco preocupados después de oír al abuelo de Ocho.

—¿Y si tiene razón? ¿Y si no volvemos nunca? —preguntó Angustias.

—Por favor, el hombre no sabía lo que decía, no vamos a asustarnos por algo así —intervino Toni, quitándole importancia.

Supongo que Toni tenía razón, pero era imposible no pensarlo.

Al día siguiente, empezamos a organizar el viaje. Había mucho que hacer.

El campamento se encontraba en los Pirineos, en un lugar remoto llamado el Valle de los cuatro ojos. Entre cuatro montañas míticas: Auriga, Berenice, Casiopea y Delphinus.

Para llegar al valle, teníamos que coger un tren, después un avión y por último un autobús.

Iban a ser cuatro semanas llenas de actividades.

Por lo visto, el torneo del Trébol incluía cuatro disciplinas deportivas.

Lo que ellos llamaban las cuatro «hojas» del trébol.

Hoja 1. Waterpolo en el río.

Hoja 2. Yincana en canoa.

Hoja 3. Carreras de tirolinas.

Hoja 4. Gran final: torneo de fútbol.

El equipo que ganara se llevaría El Trébol de Oro y, según contaba la leyenda, sus integrantes tendrían suerte para el resto de su vida.

Ahora solo quedaba decidir qué adultos nos acompañarían al campamento.

Solo había una plaza libre.

Las normas del Trébol indicaban claramente que cada equipo debía ir acompañado de cuatro adultos.

En aquel lugar todo giraba alrededor del número cuatro.

Alicia y Felipe iban fijos como entrenadores.

Laura se había autoinvitado como alcaldesa.

Y para la última plaza había varios candidatos.

Mi madre, Juana, insistió en que ella siempre iba con el Soto Alto, y que además había sido nuestra entrenadora tiempo atrás, se lo merecía más que nadie.

Esteban, el director, insistió en que lo más lógico es que viajara él como representante del colegio.

Y, por último, surgió un candidato sorpresa: Benemérito Piedrasantas.

El abuelo de Ocho se presentó voluntario para viajar con nosotros al campamento. Según él, era muy importante que nos acompañara por su gran experiencia.

Cada uno expuso sus razones, y ninguno de los tres cedía.

El caso es que solo había plaza para uno.

El domingo por la tarde hubo asamblea general en el colegio para votar y tomar una decisión.