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FINAL COPA DEL REY | BETIS 1 (5) - VALENCIA 1 (4)

El capitán y el hijo pródigo

Joaquín y Miranda se convierten en aliados de un título que vivió dudas y certezas en La Cartuja. Pellegrini rediseñó un plan que ya es historia.

Actualizado a
Joaquín, con el trofeo.
JORGE GUERREROAFP

Impulso. El Betis golpeó primero en plena batalla de intenciones. Había titubeado Diakhaby. Había dudado Alderete. Y Fekir avisaba con controles y amagaba con carreras. A los diez minutos el francés dirigió una acometida que abortó para encontrar en profundidad a Bellerín. Al lateral lo entendió bien Borja Iglesias para desafiar esa grada valencianista con el 1-0. El guion de Pellegrini. Quizás anticipado.

Dudas. Al Betis y al Valencia le sobraron entonces nervios. Al primero por querer abarcar más y titubear ante el abismo de romper la final. El segundo por no saber si arriesgar y, sobre todo, en qué medida hacerlo. Pero en el plan de Bordalás estaba ese instante. Y ocurrió a la media hora. El Betis regaló un espacio y Hugo Duro lo ejecutó. La historia de un contragolpe que pareció accidental.

Ritmo. Las aficiones acompañaban la estela de sus equipos. Tras la reanudación el Valencia impuso un ritmo mayor. Una marcha más. Voló por momentos mientras Carvalho era incapaz de acudir a los rechazos. Ilaix avanzaba. Guido esperaba. Entre Bravo y la fortuna los de Pellegrini esquivaron daños mayores. Pero era ya el Valencia el que creía.

Banquillos. Pellegrini y Bordalás vivían películas diferentes. Pero ambos compartieron siempre su afán por mantener sus planes en escena. Uno quería cazar el balón y el otro el espacio. Para ganar hacía falta reinar en las dos escenas. Pero más allá de los banquillos había demasiados temores sobre el césped.

Partidas. Había duelos intensos sobre el césped. Álex Moreno encontró en Foulquier a un corredor de altura. Ni un centímetro perdido. Ni una marca al aire. Ahí frenó sus ímpetus el equipo verdiblanco, incapaz de dañar en su espacio favorito. Gayá, por su parte, tenía su batalla personal por su flanco. Detuvo a Canales. Desafió a Bellerín. Midió cada esfuerzo como si fuera el último.

Estallido. Pellegrini suspiró cuando Juanmi se topó con el poste y Fekir erró lo que no suele. Y llamó a Joaquín. El portuense despertó la ovación de La Cartuja antes de querer reinscribir su nombre en la historia. Provocó una falta en una conducción que llevaba su huella y esquivó desde esa improvisada banda izquierda a cada contrincante valencianista que pretendía arrebatarle su trozo de gloria. No tembló después. Con el abismo por delante y un penalti repleto de vida.

Fuerzas. Las prórrogas invitan a fuerzas desaparecidas. Pero, ¿quién las tenía? Pellegrini aguantó sin apenas trastocar su plan inicial y Bordalás lanzó a la escena a un Bryan Gil llamado a revolucionar. Todas las armas en escenas para el cierre. Con Guardado como aire verdiblanco. Pareció otro inicio bajo un guion idéntico. Pero sin apenas alas. Todo se dirigía a un final convertido en lotería. Sin que probablemente nadie lo deseara.

Cálculos. Entre síntomas de agotamiento, las decisiones de los banquillos condicionarían cada movimiento posterior. Con una hipotética tanda de penaltis a las puertas. Eran tiempos de valentía. Pellegrini retiró a Fekir y Canales. Nadie cazaba un espacio y el miedo era infinito. La Cartuja se pareció por momentos a Heliópolis hasta que reventó cuando Miranda decidió que la calma era suya. El hijo pródigo que volvió para jugar con su ídolo Joaquín. Un idilio improbable pero ahora infinito. Un capitán de 40 años y un alma eterna. Un lateral invitado a la fiesta que transformó su valentía en felicidad y su corazón en historia.