De cabeza a por la Liga
Un testarazo de Casemiro, las paradas de Courtois y la sabiduría de Modric dejan a un mal Madrid a tres puntos del líder Atlético. El Valladolid mereció mejor suerte.
El Madrid se acostó a tres puntos del líder Atlético. Una buena noticia que le costará explicar, un triunfo con un gran portero y ningún delantero, tres puntos que salieron a su encuentro sin más merecimientos que el todocampismo de Modric y Casemiro. Y así, casi sin creer en ello, cuando sólo esperaba que la Champions le limpiase de pecados, la ola le devolvió a la Liga, una vida extra para cuando deje de ser un equipo a medias por las lesiones. El Valladolid hizo lo que debía y ni con eso le alcanzó.
La cosa en el Madrid, porque venían mal dadas, comenzó por los de siempre y ha derivado en los que hay. Zidane decidió, viendo las estrecheces de la trastienda, repetir hasta la exageración con los buenos. Ahora se conforma con los sanos (once de campo, servicios mínimos). Y entre ellos no están los tres tenores de la plantilla: Ramos, Hazard y Benzema. Carácter, fantasía y eficacia, la santísima trinidad. Imposible no acusarlo. Tanto percance ha permitido trepar de muy abajo a arriba a Vinicius y, sobre todo, a Mariano, que de cuarto nueve ha pasado a primero cuando Mayoral y Jovic emprendieron la fuga y se lesionó Benzema. Su ingreso en el equipo no es un cambio de piezas, es meter en el área una hormigonera donde solía haber un Rolls. Con lo poco que produjo el equipo su empeño fue inútil.
Salvador Courtois
El Valladolid también anda repleto de bajas y corto de puntos, pero está acostumbrado al corredor de la muerte. No tanto con Sergio, que le hizo cruzar de orilla hace tres años y lo ha mantenido sin taquicardias en las dos últimas temporadas. Pero ahora aprieta la soga y el técnico optó por abrigar al equipo con un quinto centrocampista y quitarle compañía a Sergi Guardiola. En su cabeza estaba que el Madrid se ha indigestado este curso con equipos que proponían poco y se cerraban mucho. Cádiz o Alavés habían sido capaces de hacerle perder primero la paciencia, luego la disciplina y, finalmente, los puntos.
Sin embargo, la alineación decía una cosa y el equipo, la contraria, porque al intento inicial del Madrid de bajarle la temperatura al duelo respondió el Valladolid con una acometida loca. En un minuto tuvo que hacer tres paradas Courtois, la primera y la tercera, de reglamento, a tiros de Orellana y Alcaraz; la segunda, milagrosa, a zapatazo de Janko. El Madrid salió como si nadie le hubiera contado el resultado del Wanda, como si la Liga estuviera igual de lejos que hace dos semanas. El equipo pareció contagiado de ese clima que ha generado la semana de Champions, con ese Haaland o Mbappé que, como las bicicletas, son para el verano; con ese vivir en el futuro con el presente aún manga por hombro.
Dos goles anulados
El Valladolid tuvo más fútbol y más hambre. De lo primero se ocupó Orellana, al que su carácter le ha estropeado parte de su carrera pero que, a los 35 años, anda aún sobrado de habilidad. De lo segundo, la voluntad del equipo por presionar arriba, por ir a todas las disputas, por replegar con orden ante las contras del Madrid. Dos acabaron en Mariano y en gol, pero con el ariete en claro fuera de juego ambas veces.
Con todo, Modric era la mano que mecía el partido con ese amplio repertorio que maneja: es capaz de acelerar y frenar, de salir con un quiebro o guardarse el balón. Una buena batuta en una orquesta poco afinada, porque Asensio aún no sabe si es ópera o zarzuela y porque Vinicius sigue sin concretar lo que empieza. La mejor oportunidad del Madrid fue un clásico y una premonición: centro de Kroos y cabezazo alto de Casemiro. Más que nunca, Zidane está en manos de sus centrocampistas, todos buenos pero ninguno verdaderamente llegador, de esos que ofrecen el plus de diez o doce goles por campaña.
El asunto no mejoró de salida para el Madrid. Poca presencia en campo ajeno y manotazos esporádicos del Valladolid. El más notable, un error clamoroso de Mendy que le puso en bandeja una volea a Orellana. El chileno empalmó con violencia, pero sin ninguna colocación. Fue al muñeco y el muñeco no se movió.
Siempre Casemiro
Sergio entendió que la situación invitaba a ir más allá y para eso metió a Jota, un futbolista de ocurrencias, por Janko, un exterior de músculo. El Madrid no sólo viajaba ya desarmado sino también desorientado, sin la pelota con la que se había defendido más o menos en la primera mitad. Zidane interpretó lo mismo, que por ahí no se iba lejos y tiró de lo poco que tenía: Isco, el ángel caído, y los filiales Arribas y Hugo Duro. Y cuando estaba a punto de renovar su trío de ataque, volvió el clásico: otra rosca de Kroos a balón parado y el cabezazo providencial de Casemiro, picado y cruzado. Letal. Un gol sin previo aviso, en pleno desierto.
Los nuevos le dieron al Madrid un punto más de posesión, por la movilidad de Arribas, mientras el Valladolid se tomaba el final a la tremenda, con Weissman y Kodro, dos rematadores de cuna ya metidos en el ajo.
Pero el gol lo había cambiado todo. Al Valladolid le costó más proponer y al Madrid menos protegerse, la parte más salvable de una noche oscura. Un triunfo, en definitiva, para engañar al tiempo mientras recobra la salud.