REAL ZARAGOZA / HISTORIAS DE SEGUNDA (XVI)
El tercer ascenso del Real Zaragoza (I)
Bajo la presidencia de Abril, el club aragonés compró y amplió Torrero, añadió a su nombre el título de Real, fichó a los mundialistas Gonzalvo II y Hernández, se ganó el apelativo de ‘millonario’ y retornó a Primera División en 1951 en una promoción de infarto.
La temporada 1949-50 había terminado para el Zaragoza con una enorme decepción por el fallido ascenso a Primera División, pero, lejos de desanimarse y pese a que la deuda del club era ya de 1.750.000 pesetas, el presidente Julián Abril y su junta directiva decidieron no escatimar recursos para conseguir el ansiado objetivo. “Vamos a hacer un gran equipo y a ampliar Torrero hasta los 35.000 espectadores”, aseguró el máximo dirigente, en una especie de recuerdo de la histórica sentencia del presidente Jesús Valdés en 1948, cuando el Zaragoza se encontraba en Tercera: “Hay que ascender a Primera cueste lo que cueste”.
El primer paso era la búsqueda de un nuevo entrenador y el Zaragoza, de acuerdo a la prescripción del ‘alifante’ Tomás, delegado de fútbol en funciones de secretario técnico, negoció en primer lugar con el ex madridista Juan Antonio Ipiña, que, retirado del fútbol, había obtenido el título de entrenador nacional en 1949. El 2 de junio de 1950 se llegó a anunciar la contratación de Ipiña, pero éste acabó rompiendo su acuerdo verbal con el Zaragoza para fichar nueve días después por el Valladolid, de Primera División.
Los ‘tiros’ se dirigieron entonces al también vasco Luis Urquiri, ex medio ala del Alavés y del Atlético-Aviación y que había ascendido consecutivamente como entrenador a Primera División al Deportivo de La Coruña (1947-48) y al Málaga (1948-49). Urquiri, del que se advirtió que venía con plenos poderes para confeccionar la alineación, firmó el 21 de junio por 100.000 pesetas y una suculenta prima de ascenso: “Prometo trabajar en lugar de hablar. Mi lema es trabajar mucho y hablar sólo lo indispensable. El ascenso será difícil. El Oviedo, el Sabadell, el Tarragona y el Gijón serán encarnizados rivales”. Y añadió como si quisiera empezar a marcar territorio, dada su fama de bondadoso y caballeroso: “No me importa llegar a la sanción económica por falta de entusiasmo”.
Urquiri llegó acompañado, como auxiliar, de un viejo conocido de Torrero, el ex defensa del Zaragoza Benito Pérez, que firmó por un sueldo de 1.500 pesetas al mes. No obstante, a Pérez se le rescindiría el contrato el 31 de diciembre de 1950 y se le relevaría por el ‘alifante’ Lerín, nombrado dos días antes delegado de campo de Torrero.
Contratado Urquiri, el Zaragoza se puso inmediatamente manos a la obra en configurar una plantilla para el ascenso, una plantilla que, por primera vez en su historia, no iba a tener ningún jugador aragonés por la retirada de Víctor y la finalización de contrato de Malo y Montolío. Tampoco continuó el capitán ‘Chus’ Alonso, al que se le abonaron 75.000 de las 100.000 pesetas que tenía firmadas para rescindir su contrato, sucediéndole el central Jugo como portador del brazalete.
Los primeros fichajes, todavía en el mes de junio, fueron los porteros Santín (Gimnástica Lucense) y Candi (Granada); este último aprovechó para hacer el Servicio Militar como voluntario en el Cuartel de Aviación de Zaragoza. Después fueron llegando el central Eguíluz (Sevilla), el defensa izquierda Pica II (Granollers), el extremo Roig II (Gimnástico de Tarragona), el veterano medio ala Urra (Real Sociedad) y el extremo Pitarch (Mataró), firmado después de una gran temporada en el Melilla, donde, cedido, marcó 28 goles en 43 partidos y fue decisivo en el ascenso a Segunda División del equipo norteafricano. Además, se fichó en propiedad al también extremo Noguera, cedido la temporada anterior, tras abonar un traspaso al Barcelona de 125.000 pesetas. Y con la carta de libertad se contrató al defensa derecha Calo (Barcelona), hermano del gran goleador azulgrana César, al que también había pretendido el Oviedo.
Sin embargo, se habían escapado dos de los grandes objetivos, los interiores Seguer (Barcelona) y Arza (Sevilla), lo que había generado cierta desilusión entre la directiva y, sobre todo, entre la afición. En el caso de Seguer, se llegó a un acuerdo con el futbolista catalán, pero el Barcelona se descolgó pidiendo una cantidad exorbitante y la operación se vino abajo. Lo de Arza no pasó de ser un sueño imposible, porque el Sevilla no le puso ni precio a su ‘niño de oro’.
Por otro lado, se había tenido que soportar el ridículo del ‘caso Manolín’, un verdadero folletín, con estafa incluida, que hizo correr ríos de tinta: un supuesto intermediario futbolístico canario llamado Antonio Lemus ofreció al Zaragoza durante el mes de agosto de 1950 al interior Manolín, avisándole de que tenía la carta de libertad de la Unión Deportiva Las Palmas y de que también lo pretendía el Lérida, recién ascendido a Primera División. Pero Manolín, que se llamaba Manuel Santana Sosa, no acababa contrato. Sin embargo, Lemus le dijo al Zaragoza que Manolín era Manuel Fernández Hernández, un comerciante de 25 años que sólo había jugado al fútbol de niño, y éste cobró las 30.000 pesetas de adelanto por su prima de fichaje que le envió el Zaragoza mediante transferencia por el Banco de Bilbao. Pero este falso Manolín no viajó a Zaragoza para firmar su contrato y envió en su lugar a su cuñado Bruno Suárez, que era extremo en un club canario de regional. El Zaragoza descubrió entonces el timo, lo que generó una gran polémica y reclamó a la Federación Española su intermediación para la devolución de esas 30.000 pesetas. Pero el máximo organismo futbolístico le contestó que como no había ningún jugador federado que se llamara Manuel Fernández Hernández no podía hacer nada. El Zaragoza, burlado como nunca antes, tuvo que recurrir a la justicia ordinaria para poder recuperar ese dinero, que no era una bagatela. Por ejemplo, un maestro nacional ganaba en España en 1950 7.200 pesetas al año.
Y así se llegó a la última semana de agosto, cuando surgió en medio de la sorpresa general el nombre del internacional Hernández. Durante todo el Mundial de Brasil, disputado durante el 24 de junio y el 16 de julio de 1950 y en el que España alcanzó la cuarta plaza, no había dejado de hablarse del interés del Real Madrid por fichar al interior canario del Español Rosendo Hernández, de 30 años. Incluso se llegó a dar por hecha su contratación, a falta de resolver algunas diferencias económicas con el club de Sarriá, donde le quedaba un año de contrato. También el Barcelona intentó seriamente su incorporación, pero fue el Zaragoza el que la consiguió de forma inesperada mediante un traspaso de 600.000 pesetas y una prima de fichaje para el jugador de 615.000 pesetas repartida en dos años, toda una fortuna para la época. El ‘secretario técnico’ Tomás se desplazó a Barcelona para fichar a Hernández el 24 de agosto y, tras el acuerdo con el Español, ambos viajaron un día después a Zaragoza en avión para firmar el contrato en la sede del club aragonés en la calle Requeté Aragonés. Cuando saltó la noticia pocos le dieron crédito, pero su confirmación fue acogida con verdadero júbilo entre la afición zaragocista. Así que quien de menos podía esperarse se apuntó la baza. El Madrid no llegó a la cifra que pedía el Español, y al Barcelona, que sí llegaba, no se lo quiso vender el Español. “Estoy muy contento de mi fichaje. Me han dicho el presidente y Tomás que se va a conformar un gran equipo”, fueron las primeras palabras de Hernández como nuevo jugador del Zaragoza.
Y como un efecto dominó, tras Hernández llegaron inmediatamente los delanteros centro Zubeldía (Celta de Vigo) y Cabido (Oviedo), dos jugadores con cierto nombre que multiplicaron todavía más la ilusión entre los seguidores del Zaragoza.
Pero todavía faltaba otro refuerzo de primerísimo nivel: nada menos que el defensa o medio volante Gonzalvo II. A sus 30 años, había quedado en libertad en el Barcelona y luego había sido uno de los mejores jugadores de España en el Mundial de Río. Su marcha de Las Corts, pese al interés del Barcelona por renovarle, especialmente del secretario técnico José Samitier, se debió a tres razones fundamentales: a una gran bronca del público contra él en un amistoso el 28 de mayo de 1950 contra el Toulouse francés (6-3); a que el Barça no le había mejorado el contrato durante la temporada 1949-50 como al parecer le había prometido; y a algunas acusaciones periodísticas de que, junto a su hermano Gonzalvo III, les hacía la vida imposible a los extranjeros del equipo (los argentinos Marcos Aurelio y Giménez y el uruguayo Prais). El problema de fondo era que el Barcelona no había ganado ni la Liga ni la Copa y su afición estaba muy enfadada, y el día del Toulouse la tomó con Gonzalvo II.
Pepe Gonzalvo, de familia aragonesa de Gelsa de Ebro, recibió propuestas del fútbol colombiano, entonces el que mejor pagaba del mundo, del Real Madrid, del Valencia, del Oviedo, del Santander, de la Real Sociedad, del Atlético de Madrid y del Español, que estuvo a punto de contratarlo el 3 de septiembre de 1950. Pero un día después Tomás apareció en su domicilio de Barcelona y lo convenció para fichar por el Zaragoza, donde sus dos hermanos, Julio y Mariano, ya habían jugado juntos en la campaña 1941-42 logrando el ascenso a Primera División. El Zaragoza llevaba tiempo detrás de él y a Gonzalvo II le hacía especial ilusión apurar su último fútbol en el equipo aragonés. El 5 de septiembre llegó por la tarde en un vuelo al aeropuerto zaragozano de Sanjurjo y firmó por tres años, con una prima de fichaje de 200.000 pesetas por cada temporada, nombrándosele, además, segundo capitán. “Estoy muy contento e ilusionado de estar aquí. Y mis hermanos también se han alegrado mucho de mi fichaje por el Zaragoza. Me gusta el equipo que se ha formado y haremos todo lo posible por lograr el ascenso. Pero no quiero hablar más. Soy hombre de hechos, no de palabras”, señaló tras rubricar su contrato. Un día después completó su primer entrenamiento en Torrero, y casi se llenó el campo de espectadores para verlo entrenar, pese a que la sesión se puso a primera hora de la mañana. Gonzalvo II fue el primer jugador con coche –un Fiat 1.100- en la historia del Zaragoza.
Ya con la temporada empezada ficharían el delantero centro Morales (Granada), el extremo izquierda Daví (Granollers) y el interior izquierda húngaro Janos Hrotkó, procedente del Pro Sesto italiano, dándole al Zaragoza el apelativo de ‘millonario’ y la condición de favoritísimo al ascenso. Y es que entre traspasos, primas de fichaje y sueldos mensuales el costo de la plantilla 1950-51 superó los cuatro millones de pesetas, una cifra fabulosa para un equipo de Segunda División.
(El relato de esta temporada continuará mañana en el capítulo XVII de esta serie de Historias de Segunda).