REAL ZARAGOZA / HISTORIAS DE SEGUNDA (X)
1943-44: ni ascenso ni promoción
El equipo aragonés, gran favorito sobre el papel, se quedó al final sin nada en una temporada plagada de actos de indisciplina, de incidentes y de sanciones.
El segundo paso del Zaragoza por Primera División fue aún más efímero que el primero. Sólo una temporada, la 1942-43, que resultó una catástrofe. El equipo acabó último y, como siempre en un descenso antes de la llegada al fútbol de las sociedades anónimas, se llevó por delante al presidente. Francisco Caballero, ingeniero, alcalde y presidente a la vez, dimitió el 21 de febrero de 1943 cuando la pérdida de la categoría era irremediable, argumentando su imposibilidad para compatibilizar su cargo con la alcaldía de la ciudad. En realidad, Caballero había querido irse nada más conseguir el ascenso a Primera, pero se le pidió tiempo hasta encontrar un relevo, que al final fue su vicepresidente segundo, el entonces comandante de Artillería Mariano Lasala Millaruelo, de 41 años y jefe del Grupo de Automovilismo del Cuerpo de Ejército de Aragón. “Es un aragonés de temple y de tesón admirable”, se escribió de él cuando alcanzó la presidencia del Zaragoza.
Lasala no era un gran aficionado al fútbol, pero aceptó la presidencia con todo el entusiasmo del mundo y se trazó un plan que llevó a la práctica con el rigor de su espíritu militar: disciplina a rajatabla y sanciones para los reacios al cumplimiento del deber, que fueron muchos jugadores para desgracia del club. Éstas fueron sus primeras palabras nada más ser nombrado presidente: “Les ruego que no me feliciten ustedes. El cargo no es precisamente para recibir felicitaciones, sino para trabajar con verdadera ilusión y tesón aragonés”.
Pues bien, la primera medida de Lasala y de su junta directiva fue contratar por dos años como entrenador a Patricio Doroteo Caicedo (Bilbao, 1899), un técnico de larguísima trayectoria y de enorme prestigio -había ganado la Liga con el Athletic de Bilbao (1933-34) y la Copa con el Español (1940)-, que llegó a Torrero como el mejor de los remedios y como el hombre más idóneo para devolver al equipo a Primera División. “Me espera una ímproba labor, que desarrollaré con entereza y espero dé los resultados que todos esperamos. Pero hay que trabajar mucho... Quiero una disciplina absoluta para lograr el ascenso”, dijo a su llegada a Zaragoza.
A ‘Patri’ Caicedo, cosa extraña en la época, se le permitió supervisar las altas y las bajas, y se le pagó más que a ningún jugador: 45.000 pesetas de prima de fichaje, más 1.500 de sueldo al mes. Licenció a algunos veteranos (Lerín, Ameztoy, Sabadell, Martínez Catalá y Gonzalvo I), además de autorizar el traspaso al Barcelona del portero Valero por 90.000 para hacer caja, y apostó fuerte por el delantero centro Mariano (Atlético-Aviación de Madrid), por el interior derecha Tatono (Hércules), resolutivo, pero cargado en años, por el medio ala Sagrado (Real Sociedad) y por el extremo derecha Macala (Español). El capitán pasó a ser el mediocentro Soladrero, que a sus 30 años le faltaban ya fuelle y piernas, pero sus pases seguían siendo de tiralíneas y su juego de cabeza, fundamental para su posición en aquella época, era sencillamente maravilloso.
El Zaragoza acabó haciendo un gran esfuerzo económico y, sobre el papel, se convirtió en el gran favorito al ascenso, junto al Real Gijón, dentro de un único grupo de Segunda División formado por 14 clubes. Los dos primeros ascendían de forma automática y el tercero y el cuarto disputaban una promoción contra el decimoprimero y el decimosegundo de Primera División.
Caicedo, desde luego, no rehuyó el favoritismo de su equipo y antes de iniciar los entrenamientos de pretemporada el 21 de agosto de 1943 fue directo al grano: “Si hay algún club que pueda presentar su candidatura al ascenso, éste es el Zaragoza, que dispone de un campo magnífico, una afición saneada y vehementes deseos de figurar en primera línea sin apremios ni agobios de carácter económico”.
El nuevo entrenador volvió a dejar clara su apuesta por la disciplina –“El profesional del fútbol tiene que someterse a unas normas que yo estoy dispuesto a hacerlas cumplir”- y dio a conocer algunas normas para los aficionados que subían entre semana a Torrero: “Los entrenamientos serán públicos, pero se advierte que quienes los presencien deberán guardar la máxima corrección, sin distraer a los jugadores y sin murmurar, pues hay que tener en cuenta que los entrenamientos han de ser, ante todo, prácticos y no espectaculares”.
Más locuaz que ningún otro entrenador antes en la historia del Zaragoza, Caicedo abundó en cuestiones que siempre eran motivo de discusión en la calle: “Con las lesiones se están cometiendo en distintos clubes una serie de abusos que yo no he de tolerar. Todo jugador que se lesione, según la gravedad de la lesión, permanecerá en su casa o será recluido en una clínica, bien entendido que no pisará la calle hasta que esté en condiciones de volver a los entrenamientos. No puede consentirse que un jugador marche de paseo con la pierna arrastras y que lesiones que lógicamente tardarían en curar una semana, duren meses en muchos casos, por falta de cuidado en el jugador”.
El Zaragoza convenció a su decreciente parroquia –el club perdió dos tercios de su masa social con el descenso de categoría- en su partido amistoso de presentación en Torrero frente al Atlético de Bilbao, doble campeón de Liga y Copa, que se saldó con un empate a tres goles, pero su temporada fue un completo fracaso.
El curso estuvo plagado de actos de indisciplina, de incidentes y de sanciones. La directiva de Lasala llegó a imponer una sanción de 500 pesetas a Pío, Mariano y Viela por su pasividad en un encuentro frente al colista Arenas de Guecho. Ninguno de ellos quiso tirar a portería. A Mariano, por su parte, también se le castigó con 14 días de suspensión de sueldo por abandonar la Clínica San Antonio cuando estaba convaleciente de un fuerte esguince de tobillo y asistir a un baile. Otros jugadores se negaron a viajar en algunos desplazamientos por no estar al día en el cobro. Además, la lesión de Mariano, el fichaje estrella, y el traspaso forzado en febrero del extremo izquierda Viela al Español por 135.000 pesetas, para financiar los viajes pendientes de la temporada, mermaron las posibilidades del equipo.
El Zaragoza no fue nunca ese súper favorito al ascenso que todos proclamaban y las recaudaciones en taquilla fueron descendiendo de forma alarmante hasta que la situación financiera llegó a ser tan agobiante que el 20 de diciembre de 1943 la junta directiva tomó la decisión de que el equipo se hospedara en los desplazamientos en hoteles de segunda clase, y que viajara en tren en tercera, entregando a los jugadores unos monos militares para que se los pusieran encima y protegieran sus trajes de la habitual suciedad de los vagones. En los viajes no se paró a comer en ninguna fonda o restaurante y se dio a los jugadores dos bocadillos por cabeza y una botella de vino para cada cuatro. Además, y sin darlo a la publicidad, se ofreció a todos los clubes de Primera División una lista por escrito de todos los jugadores transferibles.
“Es preciso proceder a la liquidación de algunos de nuestros jugadores, visto su rendimiento negativo, para nivelar la situación económica del club, al mismo tiempo que desaparezcan ciertas causas que le están llevando al abismo. Existe el propósito de encaminar los esfuerzos para formar un once genuinamente aragonés, en el que únicamente tendrán cabida aquellos jugadores que en todo momento han demostrado su cariño al Zaragoza. Es preferible tener un equipo modesto, pero que responda a la confianza que en él se deposite”, advirtió un desesperado Lasala el 17 de enero de 1944, tras una escandalosa goleada en Alcoy (6-1). Un día después, el presidente del Zaragoza le comunicó a Antonio Sánchez Candial sus deseos de abandonar la presidencia, agobiado por la situación económica y por las agotadoras gestiones encaminadas a aumentar la capacidad de Torrero. Pero el máximo dirigente de la Federación Aragonesa de Fútbol no aceptó su dimisión y le convenció para que siguiera en el puesto.
Aun así, el Zaragoza fue remontando posiciones y llegó a la jornada final hasta con opciones de ascenso directo: era tercero, a un punto del segundo clasificado, el Murcia, al que visitaba. Así que necesitaba ganar en la Condomina, aunque, dependiendo de otros resultados, podría bastarle con un empate para lograr una plaza de promoción. Caicedo concentró al equipo una semana en el Balneario de Alhama de Aragón y el presidente Lasala ofreció una prima de 2.000 pesetas por cabeza, pero el Zaragoza fue barrido por el Murcia (4-1) y se consumó el fracaso. El gran favorito de Segunda se quedaba fuera de cualquier opción. Ni ascenso directo, cuyas plazas fueron para el Gijón y el Murcia, ni promoción, méritos que consiguieron el Alcoyano y el Constancia de Inca, cuya población entonces era sólo de 10.000 habitantes.
Todo salió contrario a lo previsto para el Zaragoza y la campaña 1943-44 acabó con un déficit de 320.000 pesetas y con la deuda disparada hasta las 784.000 pesetas, lo que metió al club aragonés en un complicadísimo escenario y le llevó después al periodo más negro de su historia, con un descenso, incluido, a Tercera División en 1946.