Las Palmas
La inabarcable leyenda de Mamé León
Fue uno de lo miembros más destacados de los “diablillos amarillos”. Su fallecimiento a los 75 años eleva a los altares a un mito de la Unión Deportiva.
Tampoco es que le hiciera falta de tan grande que era su figura y mágica su aura, tan amarilla como la que más. En cualquier caso, el fallecimiento de José Manuel León Talavera, Mamé León, este sábado y a los 75 años, elevó todavía más a los altares a una de las más grandes leyendas que ha regalado al mundo la Unión Deportiva Las Palmas en sus 70 años de vida. Su adiós bien mereció, para empezar, un minuto de silencio antes del partido que ayer enfrentó a Las Palmas con el Numancia.
Hombre orquesta, perfecto multiusos, Mamé León hizo de todo, y todo bueno, en su Unión Deportiva del alma, a donde llegó siendo un niño, poco más que un pibe con muchísimo talento con el balón de fútbol y todas las ganas posibles de comerse el mundo. Al cuero le dio sus primeras patadas en el colegio Jaime Balmes, donde estudió, siendo el San Lázaro su primer club.
Ocurre que era imposible que semejante talento quedara escondido, en ningún caso en los rincones del olvido, por lo que pronto llegó a la UD, en concreto al Juvenil C, entrenado en este caso por Antonio Velázquez y Carmelo Campos. En ningún caso se lo imaginó, pero por aquel entonces empezaba a forjarse la leyenda de la mejor generación de futbolistas que ha dado esta prolífica tierra. Dos años después, ya en el Juvenil A, coincidió con Germán Dévora, el mejor futbolista de la historia de Las Palmas. El resto es historia.
Y qué historia. Con el Maestro coincidió además en aquella deliciosa selección juvenil que fue campeona de España en 1962, formada además por aquellos invencibles “diablillos amarillos. Extremo de pura cepa, tan desequilibrante siempre pegado a la cal, con su talento hizo lo que quiso, hasta lo que no podía, haciendo sencillo lo más difícil, acaso convirtiendo la virtuosidad en una bella rutina. Así, llegó su debut con el primer equipo de Las Palmas ese mismo año, contando él con apenas 17. Fue, cómo no, uno de los abanderados de la mejor época amarilla, con aquel equipo plagado de paisanos que llegó a ser subcampeón de liga en 1969, tercero un año antes, jugando además la extinta Copa de la UEFA.
Su papel como futbolista como de la Unión Deportiva Las Palmas se extendió hasta junio de 1975, dejando atrás un prolífico camino de 378 partidos y 66 goles. Fue incluso tres veces internacional. Un cifra ridícula de tiempos muy remotos. De haber jugado 20 años después, esos tres partidos hubieran sido poco más que un bocado, ni que fuera un simple aperitivo. Tras su retirada le resultada imposible abandonar el balón, al menos en mente y corazón. Se dedicó a entrenar, y lo hizo, por supuesto, en su amada UD. Buena fe de ello dieron los pibes a los que dirigió en el Juvenil A, Las Palmas Atlético y el primer equipo, en cuyo banquillo se dejó ver por última vez en 2009 acompañado por su inseparable compañero del alma Paco Castellano, otro mito, casi tanto como el que más, del club grancanario. Acudió, como siempre, al rescate del equipillo. Y no les fue mal, pues amarraron una permanencia en Segunda A que por momentos se escapaba. Desde 2010 tenía, además, la insignia de oro y brillantes del club
Dicen que la muerte hace al mito. Puede ser. En cualquier caso, Mamé León lo fue muchísimo antes de fallecer. Su leyenda, tan grande como ninguna por estos lares, es inabarcable. En el próximo partido de su queridísimo equipo en el EGC, contra el Málaga (28 de febrero, 20.00 horas) estará como siempre su hija, siempre tan diligente, para acercarnos las alineaciones. María, su mayor legado, nos ayudará a recordar que Mamé siempre estuvo ahí. Y está. Solo hace falta recordarlo.