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ATLÉTICO

BayArena: reencuentro con dolor y gloria para Saúl

El canterano del Atlético regresa al estadio con sensaciones encontradas. Por un lado aquel golpe en el riñón en 2015. Por otro su rosca en octavos de 2017, inicio del 2-4 rojiblanco.

MadridActualizado a
En izquierda, Saúl en 2015, tras recibir el golpe en el riñón. En la derecha, Saúl tras marcar su gol en 2017, el primero del 2-4.

Hay un futbolista del Atlético para el que el viaje a Leverkusen nunca podrá ser rutina. Ese es Saúl Ñíguez. Y allí, sobre esa hierba sobre la que hoy volverá a jugar, vivió una de sus experiencias más dolorosas en el fútbol pero también la gloria, dos años más tarde, la siguiente que regresó. Ahora en 2019 la bola del sorteo le devuelve al BayArena, para disputar esta noche (21:00) la fase de grupos de la Champions y allá donde mire removerán los recuerdos. Aunque ni siquiera le haría falta: los lleva bajo la piel, en una frase tatuada en su muñeca izquierda que se hizo después del dolor, de aquel partido de ida de octavos de la temporada 2014-15. 

Saúl, convertido hoy en el único futbolista que lo ha jugado todo esta temporada en el Atlético, todos los partidos, todos los minutos, y con brazalete, es cuarto capitán, en aquella 2014-15 acababa de regresar de su cesión en el Rayo Vallecano curtido en la posición de central y confirmando todas las sensaciones de sus años en la cantera rojiblanca: que era uno de los chicos que más proyección tenían, que su futuro sólo podía ser el primer equipo, aquel en el que ya Simeone le hizo en 2012, ida de dieciseisavos de final ante el Besiktas. Saúl era titular en la ida de octavos que los rojiblancos jugaban en Leverkusen cuando en el minuto 42 el central rival Papadopoulos le embistió golpeándole en el costado izquierdo de su cuerpo. Allí, bajo la camiseta, ya guardaba una herida, que, con el trompazo, se reabrió peligrosamente: ese riñón que le habían operado un año antes, en las últimas semanas de su cesión en el Rayo, en el que sufría un problema congénito, se lo acababan de destrozar. Trató de mantenerse en pie veinte minutos, sujetado por el Esteban, fisioterapeuta jefe del cuerpo técnico tras toda una vida rojiblanco, vomitando y entre convulsiones. 

El salvador 'Mono' Burgos

El Atlético regresaría de Alemania justo después del partido pero él no. Él se quedaría en el hospital, adonde llegó de urgencia junto al doctor Villalón, jefe de los servicios médicos del Atlético cinco días ingresado. Al llegar le hicieron un TAC y le instalaron un catéter introducido entre el riñón y la vejiga que tuvo año y medio: durante muchos meses al terminar de jugar un partido orinaba sangre. Así era el dolor, intensísimo. Tanto que llegó a pedirle a los doctores que se lo quitaran, para que pasara, para olvidarlo. "Me dijeron que mi riñón estaba destruido. Fue horrible. Estaba tumbado en la camilla y vi como mi padre lloraba. Le dije 'no pasa nada, soy un toro, podré con esto'. Fueron tiempos difíciles. Llevaba un catéter que daba funcionalidad al riñón pero me dolía, lo sentía al correr y orinaba sangre. El problema fue cuando lo sacamos y el riñón no funcionaba. Me dieron opciones. Jugar durante un mes, parar al mes siguiente... No quise y volvieron a colocarme el catéter porque lo que yo quería era jugar", confesaba el futbolista en una entrevista en The Guardian. Pero cuando Saúl pronunció esa frase, "Doctor, quítemelo, tengo otro", el Mono Burgos, segundo del Cholo tomó la palabra: "¡Tienes 22 años! ¿De qué estás hablando? Usa tu cabeza. Saúl, piensa en tu vida, en tu futuro. ¿Qué pasará si tienes un problema con el otro?".

Por eso la siguiente vez que Saúl regresó al BayArena conservaba su dos riñones. El derecho, el bueno, y el izquierdo, el malo. Y se había tatuado ya esa frase en la muñeca, también la izquierda. "La fuerza no proviene de la capacidad corporal sino de la voluntad del alma", pronunciaba por Gandhi, el dolor convertido en enseñanza. Esa misma que se besó cuando el marcador decía: minuto 17. Era otro partido, otra ida, otros octavos, los de la temporada 2016-17. Era la foto de su gloria, de su propia catarsis. El momento en el que se bota, la izquierda tenía que ser, justicia poética, lanzó una rosca a la portería del Leverkusen que parecía volar a cámara lenta mientras deshacía cualquier fantasma alemán. Como había hecho hacía no tanto, tan sólo unos meses, en el Vicente Calderón aún en pie, para 'matar' al Bayern de Múnich, fantasma de la primera final del Atlético en la Champions, la de 1974 en Bruselas, y abrirle el camino a su equipo a otra, Milán 2016. Cómo para ser rutina el BayArena. Eso nunca siendo un Ñíguez.