De las espinilleras de madera al primer Balón de Oro croata
Modric nunca ha sido un portento goleador (65 goles cosechados durante 15 años de carrera profesional), pero sabía en quién fijarse.
De niño, Luka Modric (Zadar, 9-9-1985) no tenía que preocuparse de romper cristales con su balón, porque la mayoría ya estaban rotos. Tenía que pelotear en el parking del Hotel Kolovare de la costa croata donde vivía refugiado junto a su madre Jasminka. Su padre estaba en la milicia y su abuelo, también llamado Luka, había sido asesinado. En lo más crudo de la Guerra de los Balcanes, el hoy Balón de Oro tenía que entrenarse, pendiente del ruido de las sirenas que avisaban de las bombas, con espinilleras de madera...
A Modric siempre le ha acechó algo. Antes de la guerra, con sólo 5 años, ayudaba a papá Stipe a pastorear en la montaña Velebit, lugar de lobos, cerca de su aldea, Modríci (el nombre no es casualidad). Hace poco se desvelaron imágenes suyas con las ovejas en un documental de un cineasta croata, que descubrió al futbolista entre el metraje... 25 años después. Quizá por esos peligros y por el ruido de las granadas (caían entre 500 y 600 diarias sobre Zadar, algunas sobre el campo donde se entrenaba) juega con un sexto sentido para el espacio y el tiempo. Eso es lo que vieron en él primero en el NK Zadar (donde era el más bajito y frágil pero ya portaba el 10), luego en el Dinamo de Zagreb y lo que fortaleció más tarde durante una sufrida cesión siendo Juvenil en la Primera bosnia. De las que curten, si sobrevives.
Ese fue el punto final a las dudas que había dejado su físico flacucho y de escasa envergadura (el Hajduk Split, el club grande de su región y del que era hincha, le rechazó por esa razón con 12 años). “Hoy todos le alaban, pero yo me acuerdo de cuántos decían que siendo tan pequeño nunca iba a triunfar”, rememoraba, hace unos en Fiebre Maldini, Iván Malik, compañero suyo en Zadar.
Modric nunca ha sido un portento goleador (65 goles cosechados durante 15 años de carrera profesional), pero sabía en quién fijarse. Además de en Boban, Totti y Suker, leyenda del Dinamo, sus primeros tantos los celebraba haciendo la voltereta, a lo Hugo Sánchez. Uno de ellos, al Hadjuk, le dio una Liga al Dinamo y se la quitó al club que no quiso ficharle de niño. Dos por uno...
Perfil bajo. Así es Modric. Cuando se casó con su esposa Vanja Bosnic, en mayo de 2010, no invitó ni a sus compañeros del Tottenham para que fuera en la más estricta intimidad. Celebraron el enlace y el convite en un restaurante de Zagreb con un menú nupcial nada ostentoso, a 105€ el cubierto. En Madrid, el centrocampista blanco vive en La Moraleja (en la casa que habitó el ínclito Anelka) junto a Vanja y sus tres hijos, Ivano (con el que juega al fútbol), Ema y Sofía. Apenas se le conocen salidas más allá de alguna escapada en pareja a un restaurante (sobre todo con Kovacic y su esposa), alguna excursión al zoo con su familia y su estrecha amistad con Sergio Ramos.
La gala de ayer fue el broche a un 2018 de confirmación para Modric, pero desde hace tiempo está en las oraciones de muchos. Prosinecki, Suker y Rakitic le han coronado públicamente, sin titubeos, como el mejor futbolista de la historia de Croacia, camiseta que lleva 18 años vistiendo, desde la Sub-15. Mijatovic, serbio, decía la semana pasada de Modric que es “el mejor en la historia de los Balcanes”. También es un futbolista condecorado. Desde el Mundial, Croacia (con su presidenta Kolinda Grabar-Kitarovic a la cabeza) terminó de rendirse a los pies del pequeño diez. Como capitán, estuvo hace unos meses en la recepción en el Parlamento croata donde recibió la Orden del Duque Branimir, la sexta medalla de mayor valor del país de la bandera ajedrezada. En julio, se había colgado plata en la final de Moscú. Desde ayer, esmoquin en ristre, es Modric D’Or.
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