Cambio de guardia en los banquillos: Rubi, Abelardo, Machín, Paco López y Sergio
Son la nueva ola de entrenadores que se abre paso en Primera a base de buenos resultados. Hay 15 españoles y cinco argentinos.
Nadie hubiera apostado en verano que tras diez jornadas de Liga, la clasificación luciría de esta guisa: el Alavés (2º) luchando por ser líder con el Barça (1º), Sevilla (3º), Atlético (4º) y Espanyol (5º), y con el Levante (6º) y un recién ascendido como el Valladolid (7º) en puestos europeos, por delante del Madrid. No se veía una tabla tan descabellada como aquella de la Premier en la que el Leicester presumía de liderato.
Pero algo ha cambiado en Primera y tiene mucho que ver con los inquilinos que habitan en los banquillos. Una nueva hornada de entrenadores españoles se abre paso a base de triunfos. La bajas de Leo Franco en el Huesca y Lopetegui en el Real Madrid y las correspondientes llegadas de Francisco y Solari dejan el panorama exactamente igual que estaba: quince entrenadores españoles y cinco argentinos, a falta de lo que decidan en el club blanco en las próximas semanas.
Pero cinco nombres destacan por encima de todos: Abelardo, Machín, Rubi, Paco López y Sergio González. Todos ellos fueron elegidos para reconstruir sus equipos (Alavés, Sevilla, Espanyol, Levante y Valladolid, respectivamente) y, no sólo consiguieron cumplir sus objetivos sino que su estilo ha revolucionado las expectativas de los mismos. Es hora de conocerles y reconocérselo.
Machín, Sevilla: la defensa de tres es su seña
La llegada de Machín (Soria, 1975) ha supuesto una vuelta a los mejores años del sevillismo reciente. La gente está contenta, no sólo por los resultados, sino también porque ha acabado con el fútbol de toque que trajo Sampaoli y siguió Berizzo. Con Montella fue una casa de locos, por lo que ahora se valora que el equipo juegue distinto, que se presione más y que se intente llegar al área rival más rápido. Es un estilo, pese a que usa otro sistema, parecido al de Emery, y eso en Sevilla es garantía de éxito. La diferencia es que Machín juega siempre con tres centrales, su seña de identidad. Empezó con un 3-4-2-1, con dos mediapuntas detrás del ‘9’ pero por las lesiones cambió al 3-5-2: puso a Banega, Sarabia y Franco Vázquez de medios y a André Silva y a Ben Yedder de delanteros. El resultado es que el equipo empezó a meter muchos goles y no sufrió defensivamente. Machín no tiene a ningún entrenador como referente. Alaba varios estilos, desde el de Guardiola al de Simeone o al de Del Bosque. Es especialista en las jugadas a balón parado, donde ya en el Numancia asumió mucha responsabilidad siendo el segundo de Pacheta y Unzué. Como curiosidad, usa traje pero nunca se pone corbata. De hecho, hizo alguna broma en Twitter a raíz de ver que en el FIFA sí se la habían puesto. —José María López
Rubi, Espanyol: un fútbol estético y pragmático
“Me he inspirado más en los jugadores, cuando yo también lo era, que en los técnicos”, dice Joan Francesc Ferrer Sicilia ‘Rubi’ (Vilassar de Mar, Barcelona, 1970) sobre sus referentes a la hora de entrenar. Y así, entre los conocimientos que le dio el curso de entrenador y las experiencias que vivió como jugador (en Manlleu, Terrassa, Pontevedra, Espanyol B o en su Vilassar natal), se fue formando un preparador autodidacta. Y de esa capacidad por absorber conocimientos se derivaron sus filias por un fútbol que fuera a la vez estético y práctico. Su 4-3-3 habitual, con hasta seis futbolistas de corte ofensivo y laterales como carrileros, se conjuga perfectamente con la solidez. Su apuesta por la posesión se transforma en transiciones cuando la ocasión lo requiere. Y dota de importancia al balón parado. Es uno de los técnicos que más rápido se adapta a contextos distintos. Esa flexibilidad se traslada también al vestuario. Además de intentar repartir al máximo sus minutos para que todos los jugadores se sientan importantes, cuenta con ellos en la toma de decisiones. Es partidario de viajar el mismo día de un partido a domicilio, salvo que la plantilla esté repleta de jugadores con hijos pequeños que requieran un mejor descanso nocturno. También es amante de entrenarse, al menos el día anterior, a la misma hora en que jugarán. —Iván Molero
Abelardo, Alavés: la intensidad como sello propio
“En mis equipos la intensidad es innegociable”, dice Abelardo (Gijón, 1970). El técnico del Alavés da mucho protagonismo a sus auxiliares. También habla continuamente con los futbolistas y tiene una gran relación personal con ellos. Incluso con los que no convoca de manera habitual. Siempre les da explicaciones. El día de los partidos tiene un protocolo invariable: los convoca para comer, los reúne después para analizar al rival y para darles a conocer la convocatoria (si juegan en casa y están todos disponibles) y el once que ha decidido. Luego coge individualmente a cada uno de ellos y les da indicaciones personalizadas. Esa comunicación también la comparte, por ejemplo, con Javi Cabello, que es el técnico encargado de preparar las jugadas a balón parado. Al Pitu le gusta jugar con 4-4-2 aunque a veces termina los partidos con tres centrales. Su familia vive en Gijón por lo que suele ir y venir continuamente. Es curioso porque sigue residiendo en un hotel. Quizás no las tenía todas consigo para alquilar un apartamento a principios de temporada. Tal y como ha comenzado la misma, podría comprarse un chalé en Armentia, la zona más exclusiva de Vitoria. —J. Lekuna
Paco López, Levante: ofensivo, versátil y estudioso
Paco López (Silla, Valencia, 1967) ha irrumpido con fuerza en Primera. Desde que cogiera el primer equipo del Levante el pasado marzo su trayectoria es casi impecable. De 21 partidos, 13 victorias, dos empates y seis derrotas, con históricos triunfos ante el Barcelona el pasado curso o recientemente en el Bernabéu. Forjado sobre todo en Tercera y Segunda B, pasando eso sí por los filiales importantes de la Comunidad (Valencia, Villarreal y Levante) hasta llegar a Orriols y dar el salto a la élite. Su marcado carácter ofensivo dota de unas señas de identidad propias a sus equipos. Y así lo está aplicando también en Primera y con un equipo como el Levante. Mostrándose, además, como un entrenador versátil. Amante del 4-4-2 con el que empezó el curso pasado pero no dudó en cambiar a un 3-5-2 hace unas semanas. Eso sí, siempre buscando la portería contraria. Si algo caracteriza a Paco López y su cuerpo técnico es la obsesión por el vídeo. Todo analizado hasta el mínimo detalle. Eso les hace llegar todos los días a la Ciudad Deportiva a las nueve de la mañana y salir a las siete o las ocho de la tarde. Graban todos los entrenamientos en Buñol con diferentes cámaras y visiones y después los analizan. Y los propios jugadores tienen vídeos individuales y personalizados para mejorar su rendimiento. —V. López
Sergio González, Villarreal: el milagro de Pucela
Sergio González (Hospitalet, Barcelona, 1976) es el hombre milagro del Valladolid, al que subió. Su equipo siempre hace malo a los contrarios, los lleva a su terreno y se impone. La preparación física es básica. El Valladolid vuela. Lo hizo al final de la temporada pasada con Fran Albert como preparador físico y lo hace ahora con Sergio Dorado. La llegada de Ronaldo al Valladolid en septiembre reafirmó la apuesta del club por el técnico. La afición sale orgullosa de su equipo desde la llegada del catalán porque entiende que lo da todo hasta el último minuto. En el trato con los jugadores es cercano, capaz de bromear y, al mismo tiempo, llamar a capítulo a alguno de sus hombres, nunca de cara a la galería. Apoyado en el ‘big data’ para conocer el estado de sus jugadores, no puede dejar sus supersticiones de lado. La más evidente es que en todos los partidos de Segunda fue con la misma indumentaria: vaqueros, camiseta blanca y camisa azul por fuera. También en el vestuario pone la canción ‘Eye of the Tiger’ justo antes de salir al campo para activar a los jugadores. El cambio del Valladolid de Sergio se entiende así: no hacer nada raro, aplicar siempre que pueda el 4-4-2, análisis exhaustivo del rival, cada jugador en su sitio, con su pierna hábil, confianza y seguridad de que el trabajo les llevará a la meta. —I. Bailador