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BAYERN-REAL MADRID

Heynckes, 20 años después

El técnico se enfrenta al Madrid dos décadas después de lograr la Séptima. A continuación se detalla cómo fue aquella 1997-98 y qué sucedió para que dejara el equipo.

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Heynckes, 20 años después

Comienzos de mayo de 1998. Apenas un par de semanas antes de que el Madrid se enfrente a la Juventus en la final de la Champions que se celebra en Amsterdam, Lorenzo Sanz recibió en su despacho del estadio Santiago Bernabéu a Jupp Heynckes, entonces técnico del Real Madrid. Al máximo mandatario le gustaba tener todo bajo control. La pregunta que solía emplear para romper el hielo fue la siguiente: “Buenas, míster. ¿Cómo estamos?”. La respuesta fue dura: “Presidente, no me hacen caso”.

El día antes de la final, Sanz repitió la misma escena. La respuesta fue descorazonadora: “Desmoralizado, presidente”. En ese momento el mandatario comprendió que pasase lo que pasase el 20 de mayo, Heynckes no debía continuar siendo entrenador del Madrid. Los egos del vestuario lo habían devorado. Una semana después, el técnico alemán cesaba en sus funciones, tras haber levantado la Séptima Copa de Europa, el trofeo que ensalza el ADN del Madrid. Fue un respiro para él, pero fue la constatación de una temporada en la que se vio a las claras que eran los jugadores blancos quienes mandaban en el vestuario. Era la época del Barnon, un bar-discoteca cerca de Alonso Martínez, y en el que era raro no ver a ningún componente de la plantilla blanca en las noches de entre semana, y precuela de la Quinta de los Ferraris, en el que los jugadores hacían y deshacían a su antojo.

Heynckes, hijo de herrero y notable delantero en los 70 en el Borussia Mönchengladbach, un equipo con fuertes vínculos en aquella época con el equipo blanco (los madridistas ficharon a jugadores como Netzer, Stielike y el danés Jensen) había llegado al fútbol español de la mano de José Julián Lertxundi, presidente del Athletic bilbaíno, en 1992. En San Mamés estuvo dos campañas, antes de regresar a Alemania, al Eintracht. En 1995 fichó por el Tenerife. Sus buenas temporadas tanto con los rojiblancos como con los insulares, llamaron la atención del Madrid, que necesitaba cubrir el puesto de entrenador tras la espantada de Capello tras ganar la Liga 1996-97. Su puesta de largo fue ante el Barcelona en la Supercopa de España. No pudo ser mejor. Tras caer 2-1 en el Camp Nou, los blancos fueron un vendaval ante los azulgrana en el Bernabéu: 4-1, con una exhibición de ataque y superioridad sobre su rival.

Pero ahí acabó también su luna de miel con los jugadores blancos. Al ir pasando las jornadas y los partidos, y viendo el carácter que se manejaba en el vestuario blanco, Heynckes, un tipo discreto, socarrón, mordaz, culto, sencillo, capaz de reciclarse y de aprender nuevos ejercicios para potenciar a sus jugadores, se transformó en un tipo conciliador, capaz de cambiar horarios y entrenamientos al mínimo comentario de la plantilla, que poco a poco se fue adueñando de la situación, al mismo tiempo que la figura del alemán iba menguando: un día, Panucci se quitó el peto de suplente en el entrenamiento y se marchó (pidió perdón al día siguiente comprando y regalando zapatos para toda la plantilla). Otro día fue Seedorf quien ¡abroncó! al técnico por una decisión en un partidillo en la Ciudad Deportiva. Otro día era otro jugador quien le desafiaba… Una de las decisiones que más críticas motivó fue la decisión de sentar a Cañizares por Illgner pasada la mitad de la temporada: la excusa que esgrimió fueron motivos deportivos. Lo cierto es que el meta de Puertollano acababa contrato con el club blanco y no quería renovar. Sonó a castigo. Poco a poco sus desavenencias irreconciliables con la plantilla fueron aumentando de tal calibre que uno de los capitanes le llegó a coger por la pechera en una escena violenta en el interior del vestuario. Tampoco acompañaban los resultados: eliminado de la Copa por el Alavés y desenganchado de la Liga a comienzos del año 98 tras caer en San Sebastián (4-2) y en casa ante el Valencia (1-2), sólo quedaba el sueño europeo, pero ya en ese enero comenzaron los rumores de cambio de entrenador.

La crisis llegó a ser de tal magnitud que una semana antes de la final, directiva, entrenador y plantilla hicieron terapia de grupo. Se dijeron las cosas a la cara los unos a los otros. Lorenzo Sanz les pidió un último esfuerzo, y arrancó ese compromiso a los pesos pesados de la plantilla. La imagen del 20 de mayo arranca con el Madrid volviendo a ganar la anhelada Champions, pero con la figura de su entrenador y la de sus ayudantes fuera de foco. Mientras los jugadores se bebían el champán que había llevado la Juventus a estadio amsterdamés, Heynckes, José Antonio Grande y Ángel Vilda, desaparecían en el interior del coloso holandés en un segundo plano.

Heynckes, tras ganar la Séptima con el Real Madrid.
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Heynckes, tras ganar la Séptima con el Real Madrid.diario asDIARIO AS

Sanz, que con el paso del tiempo, siempre valoró la figura y la importancia de Heynckes (u ‘OSRAM’, un mote que la plantilla recuperó de Alemania -se lo puso Wolfram Wuttke un centrocampista alemán que jugaría en el Espanyol- por una marca de bombillas germana porque cuando el técnico se alteraba, su rostro se encendía como una de esas bombillas), no dudó en ejecutarle una semana después. Lo cierto es que ya había querido sustituirle en el mes de enero de 1998, pero la buena marcha en Champions y el no haber relevos de garantías aplazó el cambio. Intentó reubicarle en un puesto en el club a sabiendas de que lo iba a rechazar. El 28 de mayo, una semana después de cerrar una espera de 32 años, Sanz se bajó del coche en las puertas del Bernabéu y lo explicó: “Era una decisión tomada hace tiempo y un partido no iba a cambiarla. Noventa minutos no pueden cambiar el futuro del equipo”.

Un par de días antes, Raúl lamentaba la marcha del alemán y se quejaba del escaso apoyo que había tenido por parte de la directiva. La respuesta de Sanz fue demoledora: “Yo le diría a Raúl qué ha hecho el vestuario para ayudar al entrenador”. Heynckes se despediría un día después con una sentencia demoledora: “El entrenador que venga lo va a tener muy difícil” (fue Camacho: duró 21 días en el cargo), para continuar “ha sido una decisión acertada. No podía seguir así. Quince directivos, cada uno con su criterio, son demasiados cuando el criterio que sólo debía valer era el del entrenador”. Comió con sus colaboradores más estrechos, que le regalaron una placa de agradecimiento. Eso, 52 partidos dirigidos al Madrid (26 ganados, 15 empatados y 12 perdidos) y La Séptima que abrió esta nueva época dorada se llevó el técnico que se vuelve a cruzar por segunda vez en pos de alzar un nuevo trofeo continental, tras la de 2012.

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