De qué planeta viniste
Gol de época de Cristiano en un partido en que el Madrid supo sufrir y sobrevivir. El portugués lleva 14 goles en la Champions. Bale no jugó ni un minuto.
Para sorpresa de Butragueño resulta que el ser superior era Cristiano, 14 goles en esta Champions, 119 en su eurocarrera, el último de museo de arte contemporáneo. Él alargó aquel festival de verano de Cardiff en un partido que dejó varias evidencias: el Madrid tiene mejores jugadores y más cuajo que la Juventus; Benzema es insostenible y Bale es el cuarto de cuatro. La muerte de la bbC está resultando extraordinariamente dulce.
No hay Champions conquistada que no contenga una mala noche y muchos malos ratos. Los pasó el Madrid en Turín, en un choque entre dos grandes casas reales del fútbol europeo que se jugó más en la onda del equipo de Zidane: la agitación, la ida y vuelta, la falta de costuras. Y salió del trance con aire de campeón, como en París, como en doce finales de este torneo, que es su casa. Confesó en la víspera Allegri, como en su día Luis Aragonés, su temor a la velocidad las balas. Las balas eran del Madrid y alguna (Bale) se quedó en la recámara. Y el temor, de la Juventus, zarandeado en Cardiff hace menos de un año por un adversario agarrado a su velocidad, un don que se tiene o no, pero que no se entrena.
Así que después de un primer intento de presión avanzada, la Juventus hundió sus dos líneas detrás de la pelota. La Juventus y el Madrid están construidos del mismo material: raíz aristocrática, resistencia a la derrota, capacidad de supervivencia a la adversidad. Ningún otro equipo italiano ha sobrellevado mejor esa enfermedad degenerativa por la que lleva años postrado el calcio. Pero ese paso atrás inicial le llevó al borde del acantilado. Porque Marcelo puso a Isco a espaldas de De Sciglio en la izquierda y el envío del malagueño lo metió Cristiano en remate de primeras, de nueve converso y confeso. Ese gol, antes de cumplirse el minuto tres, se entrometió gravemente en el plan de Allegri. Un equipo tan económico como el suyo, capaz como nadie de exprimir un gol, se veía obligado a llevar la pelea a campo abierto, donde suena la sinfonía de Modric. Y donde Zidane puso a Isco, uno de esos grandes imprevistos del fútbol mundial.
De la resistencia a la exhibición
A partir de ahí el Madrid pretendió utilizar la pelota como tranquilizante. La posesión como protección. Un buen plan si hubiese ido más allá, si hubiese dejado menos esporádicamente algún recado en el área de Buffon. No volvió a hacerlo hasta media hora después, con zapatazo de la antigua Alemania, un disparo de Kroos desde 20 metros que detuvo el larguero.
La Juventus, un equipo que con mejores o peores jugadores sólo puede ascenderse por la cara norte, sacó ese orgullo que no le cabe en el escudo. A falta de Pjanic, su computadora de a bordo, Allegri apostó por la banda ancha, con dobles laterales a derecha e izquierda, fundamentalmente para tantear la debilidad de Marcelo, cuya fama de manejarse mejor en la ida que en la vuelta ha adquirido fama mundial.
Pero por ahí el Madrid se sintió fuerte, casi impermeable. Otra cosa fueron los balones aéreos. Hace poco más de una semana le metió tres goles de cabeza el Girona en el Bernabéu. En Turín, Keylor evitó uno de Higuaín a quemarropa y Chiellini perdonó otro a tres metros de puerta. Y es que el Madrid asustó poco antes del descanso. Cristiano se quedó en el gol y Benzema, en la pobreza energética que le caracteriza en sus días nublados. Confunde balones divididos con balones perdidos. A la hora se rindió Zidane y metió a Lucas Vázquez. También hubo trabajo para Cakir, que no pitó un penalti de Asamoah a Carvajal claro y otro por mano de Casemiro para el debate.
Ese fútbol regresivo del Madrid pareció acentuarse tras el descanso, con una amarilla para Ramos que le inhabilitaba para la vuelta, hasta que Cristiano dejó un gol para la posteridad. Él peleó una pelota suelta, se la entregó a Lucas, cuyo disparo rechazó Buffon. La jugada se daba por perdida, pero Carvajal persiguió el rechace, puso la pelota en el área y a dos metros del suelo Cristiano dibujó una chilena para la eternidad. El gol mil veces intentando y conseguido, finalmente, en un escenario inmejorable, premiado por el público, que miró el tanto como quien mira un Velázquez. Un gol que cerraba la eliminatoria anticipadamente, sobre todo cuando de inmediato Dybala le hizo un De Jong a Carvajal y vio la roja. Marcelo, después, firmó el tercero y preparó el viaje a semis. Que pase el siguiente.