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LA INTRAHISTORIA

Justina, la bisabuela del Atleti

Es, quizá, la aficionada rojiblanca más mayor. Va a cumplir 103 años, todos llenos de coraje y corazón. Recuerdos: “Uy, ningún jugador como Luis”.

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Justina, la bisabuela del Atleti
Pepe Andrés / Diario AS

Fue al cumplir 101 años cuando a Justina, sus bisnietas, le regalaron la camiseta del Atleti. Esa que lleva esta mañana de marzo, a un mes de cumplir los 103, sentada en la silla de su habitación de Ronda de Segovia. El Calderón está ahí, tras los edificios de enfrente. Justina hace tres años que no sale a la calle, que ni siquiera lo hace fuera de esa habitación a la que, sin embargo, llega puntual siempre el Atleti. Partido a partido. “Así vive ella”, confiesa Elena, una de sus bisnietas, la mediana, por la que más adentro corre la sangre rojiblanca. “Este año es el Mundial y dice: ‘A ver si aguanto’. Su filosofía de vida es la del Cholo”. Ese partido a partido. Justina, como si oyera, aunque no oye, hace años que no, pregunta: “¿Cuándo jugamos el próximo?”. Su cuerpo puede estar al borde de los 103 años, pero su cabeza no. Ésta está intacta. Y Atleti es su palabra favorita.

Lo explica con la mejor definición. “No puede explicarse. Se siente. Y ya”. O también esa foto, la del ingreso en el hospital la última vez. Su hija, Marisol, 80 años, también del Atleti profunda, lo cuenta. “Le pusimos el himno y lo pidió de nuevo”. Entonces supieron que aguantaría otro partido más, y otro. Quizá hoy sea la aficionada más mayor del Atleti. Esos 103 años a soplar en una tarta en abril. Con los partidos atronando en su oreja. “En la tele hace tiempo que no puedo verlos. Pero escucharlos sí. Todos”. Los partidos del Atleti y también los del Madrid, “hasta que marca el guapo”. El guapo es Cristiano. “Ahí apago la radio”, dice con carácter. Su primer estadio fue el Metropolitano, el de Cuatro Caminos, la mano que le llevó la de su yerno, el marido de su otra hija, Emilia, el abuelo de esos bisnietos que la miran con devoción en su habitación de Ronda de Segovia, Arancha, Alfonso, Elena. Pero es que la historia de su vida también es todo coraje y corazón.

Porque Justina se quedó embarazada de Emilia antes de la Guerra, con 16 años, 1931, de un hombre que desapareció. Y después, en la guerra, se enamoró de un piloto de la República y se fue con él a Tarragona. A Marisol la parió sola, durante un bombardeo en Reus. Días después logró volver a Madrid, para reunirlas. El piloto regresó a Cataluña antes. Cuando Justina fue a hacerlo cercaron la capital. Nunca más supo de él. Si murió o vivió. Sacó adelante a sus hijas con hambre y dejándose los dedos en una fábrica de cristal. Con eso y un espejo. Un arrojo. El de Luis Aragonés. “Uy, ningún jugador como él. Qué genio tenía. Cómo me gustaba”. Pero el Cholo también. Su nombre aparece en medio de los recuerdos de aquellos viajes, con su yerno, su hija y su nieto, Alfonso, padre de Elena, tras el Atleti. A la final de Copa en Zaragoza, al Calderón.

“¿Bisa, ahora te gustaría que te lleváramos al Metropolitano, al nuevo, aunque sea en silla de ruedas?”, le grita Elena, acariciando su oído. “Uy, no”. Se queda con los partidos en la radio. Con ese Cholo que cada vez que pisa el banquillo la anima a seguir viviendo, otra semana más, para no perderse el siguiente. “Ojalá pueda vivir otra Liga, ojalá”, dice mirando sus piernas vendadas, pidiéndoles fuerzas. Su gasolina es rojiblanca. La herencia, para Elena y sus hermanos, esa pasión que late con forma de carné en su cartera. El de socio no abonado. “Al principio pedí que, el día que me incineraran, lo hicieran con esta camiseta, la del Atleti, pero ya no. Quiero que sea para ella”. Ella, Elena. Con el 101 a la espalda y su nombre, Justina, que es legado, la bisa, el principio de esta estirpe rojiblanca.

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