Sarrià resistió a la Goma 2
Este 20 de septiembre se cumplen 20 años de la triste demolición del mítico estadio del Espanyol, en que ni 92 kilogramos de explosivos pudieron con la tribuna vieja.
A las cinco y tres minutos de la tarde, casi como en el llanto de Federico García Lorca hecho poema, vivió el Espanyol uno de los momentos más tristes de su historia, hoy hace justo 20 años. El 20 de septiembre de 1997, se procedía a la voladura del estadio de Sarrià y, con ella, al entierro entre ruinas de 74 años de historia. De fútbol y de vida. Ni siquiera la demolición pudo con ese espíritu de resistencia que caracteriza al pueblo perico desde sus orígenes en 1900. Y no de forma meramente simbólica, puesto que no todo el estadio se derrumbó, tal como habían preparado los técnicos.
El doloroso momento se transmitió a todos los catalanes a través de TV3, despertando más de un recelo entre una afición que podía entender en esa decisión un motivo de escarnio. Seguramente fueron los 2 segundos y 60 centésimas más largos en la vida de cualquier perico. Eso es lo que duró la demolición, desde que el ingeniero de caminos Óscar Caudet activó el botón rojo hasta que una inmensa nube de polvo envolvió toda la parcela y alrededores. 92 kilogramos de Goma 2 empleó la empresa Control Demeter, encargada de la voladura, para asegurarse de que Sarrià se convertía en migajas.
Poco contaban los técnicos con que, una vez se evaporó el polvo, al cabo de unos cinco minutos, la tribuna vieja, la del Gol Norte, reapareciera ante sus ojos no intacta pero casi. Solo levemente inclinada sobre su posición anterior. “Sarrià se resiste a caer”, tituló al día siguiente AS su información en páginas interiores.
Tuvieron que ser las máquinas retroexcavadoras las que terminaran con ese último icono del aguante y la entereza del viejo estadio, esos mismos sentimientos que había mostrado Manuel Meler, el único presidente que aceptó asistir en vivo (desde el edificio de Caja Madrid, en la Diagonal) al adiós a tantas vivencias. O los que exhibieron Fernando Molinos y la añorada María Bosch, las últimas personas que ese mismo día pasearon por el estadio, para brindarle una despedida sentimental e íntima. Y, por supuesto, para entereza la de millares de aficionados, como quienes por la mañana habían posado allí la pancarta “Sarrià en el corazón” acompañada por numerosos ramos de flores.
Porque Sarrià fue el Espanyol: la Manigua, el origen del “Perico”, las andanzas de Zamora, las Copas de 1929 y 1940, los Cinco Delfines, Solsona y Marañón, o la UEFA del 88. Y también el Brasil-Italia de España-82, porque por supuesto fue un estadio Mundial.