Proeza del Celta a costa de un Atleti sin defensa ni ataque
Dos goles de Pablo Hernández y otro fantástico de Guidetti metieron a los vigueses en semifinales. El Atlético siempre fue a remolque.
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No existe guionista mejor que el fútbol. Imposible encontrarlo. Si Simeone le quitaba hace un mes a Augusto a Berizzo, Berizzo se vengaba anoche en la Copa. Ojo por ojo. Lo de menos era la semifinal. El partido era un duelo entre dos entrenadores que luchaban por su honor a lo Lejano Oeste, sobre la hierba, en una fría noche de miércoles en Madrid. Y fue Berizzo quien disparó más y mejor ante 36.852 testigos de fe que no daban crédito a lo que sus ojos veían.
Porque lo que sus ojos vieron es al Atlético encajar tres goles y hacía un año que eso no ocurría, que nadie era capaz de marcarle tres. Pero no sólo fueron los goles. Fue el meneo que el Celta, en la segunda parte, le dio a un Atlético desconocido. Justo semifinalista de Copa, Tucu Hernández y Guidetti fueron las balas con las que Berizzo mató al Cholo y disolvió todo aquello que, hasta ayer, hacía temible a los rojiblancos. La solidez, la fiabilidad y el coraje. Nada de eso se vio ayer en el Atleti.
Lo que sí que se vio fue el saludo entre entrenadores. Al fin. Y fue frío, gélido, ni se miraron. Un leve roce de manos y ya. Simeone, eso sí, dejó en el banquillo al guante de la discordia (Augusto) por primera vez en la Copa desde que lo tiene. Quizá no quería avivar más el fuego, alimentar una tensión ya tan sólida que el aire entre ellos podía cortarse en tiras. Los dos entrenadores iban a por todo y con todo salieron. Simeone, con los mejores y Moyá por Oblak en la portería y Berizzo, como bien demostró en Vallecas, también. El segundo había planteado la eliminatoria a 180 minutos y de los primeros 90 ya había sacado un 0-0. Cualquier empate con goles le beneficiaba para volver a una semifinal de Copa 15 años después.
Salió el Atlético que daba miedo. Triangulando con velocidad y combinando con Carrasco y Vietto alborotando por la izquierda y en el área y Saúl en todas partes, en la presión y en las ocasiones. Por dos veces pudo marcar, pero fue el Celta quien lo hizo primero. Llegó una y le bastó. Fue en el 21’, de estrategia: sacó en corto un córner Wass, colocó Orellana el balón en el área y remató de cabeza Tucu Hernández, a quien Gabi y Godín dejaron volar como si fuera un amigo y no un rival.
Su gol obligaba a un equipo que llevaba 180 minutos sin hacer uno a marcar, al menos, dos. Ciencia ficción. Pero lo logró el Atlético. Lo único que se le olvidó fue que, mientras, no debía encajar más. Tardó seis minutos en igualar el marcador y lo hizo su mejor futbolista, Griezmann, tras una galopada de Saúl y un remate de Carrasco que no atrapó Rubén. El Calderón se vino arriba. Uno más y semifinales. Uno más y la eliminatoria sería made in Cholo: disputada, sufrida, pero ganada.
Nada de eso pasó. Fue más bien todo lo contrario. Porque el Celta salió en la segunda parte con el jabón en la mano dispuesto a darle un baño al Atlético. El partido se rompió con un error de Saúl: perdió un balón en el centro, lo agarró Guidetti y, desde 30 metros, lo clavó en la escuadra de Moyá. Una crueldad con un jugador (Saúl) que, hasta entonces, había sido el mejor de los suyos. El gol dejó en la lona al Atlético y Simeone no sería capaz de resucitarle ni con los cambios. Y eso que Correa, nada más salir, envió un balón al larguero con el marcador aún 1-2 y más tarde marcaría un gol que se fabricó solo, quitándose de encima a medio Celta. Pero entonces ya había marcado (otra vez) Tucu Hernández la sentencia. Sólo era maquillaje sobre el rostro pálido de Simeone mientras los aficionados gallegos que había en el Calderón le cantaban, como una letanía y con recochineo, “saca a Augusto, Cholo saca a Augusto...”.