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Primera | Real Madrid 4 - Barcelona 2

Hay vida en la galaxia

El Madrid resucita ante el Barça y se pone a seis puntos. Ronaldo, asistencia y gol. Fabuloso encuentro. Etoo abandonó el campo en camilla

Actualizado a
Ronaldo acabó con su sequía goleadora y lo celebró por todo lo alto.

Las consecuencias de una resurrección son imprevisibles. Hay poca documentación al respecto y la más fiable que existe nos habla de un caso, indudablemente divino porque el resucitado se apareció a sus discípulos, en lugar de presentarse ante sus verdugos, lo que hubiéramos hecho cualquiera de nosotros, pues supongo yo que la resurreción debe dar unas ganas terribles de darle un palazo al enterrador y recorrer las calles haciendo cortes de manga o, incluso, blandiendo motosierras, el cine de terror está lleno de ejemplos (Jason, Freddy...). El Madrid resucitó ayer y según tecleo ya oigo algunos recados dirigidos a los agoreros que daban (dábamos) la Liga por perdida, pobres pecadores descreídos, ya sé lo que hicisteis el último verano.

Aunque el milagro todavía no se ha producido, los incrédulos ya nos golpeamos el pecho y reconocemos que ayer se cumplió el primer paso, porque no sólo ganó el Madrid, sino que lo hizo con un fútbol soberbio, con goleada incluida y, si bien es cier to que la diferencia particular de goles sigue favoreciendo al Barcelona, no lo es menos que muchos (muchos malvados, se entiende) hubieran concedido esa baza a cambio de la lesión de Etoo, el jugador más determinante de la Liga.

En resumen, se podría decir que todo aquello que podía minar la confianza del Barça ocurrió. El efecto sobre el barcelonismo y su agitado entorno es imprevisible, tanto como la influencia que tendrá el triunfo en el Madrid, un equipo absolutamente inconstante que deberá concentrar toda su atención en los próximos siete encuentros. La asignatura pendiente no era ganar al Barcelona en el Bernabéu, es exhibir ese poderío fuera de casa y luego hacerlo con cierta regularidad.

El partido fue de una plenitud insospechada, con rango y luz de fase final de Copa del Mundo, y reunió todos los alicientes posibles, incluidos los goles de las principales estrellas y un par de giros de guión que estuvieron a punto de dislocarnos la cintura, y no es metáfora. Durante un encuentro de semejante emoción se activan músculos desconocidos que después de miles de respingos provocan que los que no jugamos acabemos igual de agotados que los protagonistas, o más.

Dijo una vez Woody Allen que admiraba del deporte su capacidad para generar guiones imprevisibles y finales insólitos y ayer fue un magnífico ejemplo de que siempre tiene razón, porque si el choque empezó siendo del Madrid hasta provocar el rubor de una posible goleada, se puso de repente a merced del Barcelona, y cuando más parecía confirmarse el dominio barcelonista, su cercanía al título, volvió a ser propiedad madridista e incluso antes del final deparó otros sustos.

Pero ordenemos el curso de los acontecimientos, si es posible. El Madrid salió con el entusiasmo y el compromiso de aquellos minutos pendientes contra la Real Sociedad o del encuentro de ida contra la Juventus. Y en ese estado de revolución, y amparado por el Bernabéu, el equipo es casi imparable, aunque sea por momentos. En este caso los momentos fueron 20 minutos, los primeros. Durante ese tiempo, el Madrid estuvo desatado, implicadísimo, el Barcelona casi desarbolado.

En esos instantes se vio que también sería un choque épico. A los cinco minutos Puyol chocó su cabeza contra la de Raúl y el capitán tuvo que regresar al campo con un apósito en la ceja que se empapaba de sangre. Y para un tipo como Raúl, que además se ha dejado barba, un esparadrapo sanguinolento es como un disfraz de Rambo, en eso se parece mucho a Camacho, mucho mejor futbolista cuando le adornaba una venda y manaba glóbulos rojos.

Golpes de fortuna. Una incursión de Ronaldo por la banda izquierda propició el primer gol del Madrid. Ronie llegó hasta la línea de fondo, caracoleó ante Gio y mandó un pase picadito y bombeado al segundo palo, donde apareció Zidane para cabecear en plancha. El francés llegaba con tanto ímpetu que se estampó contra el palo y sus compañeros no pudieron achucharle mucho. El equipo sufría otro golpe, pero ganaba otra tirita, esta vez en la nariz.

No tardó en llegar el segundo gol y fue consecuencia del torbellino en el que se había convertido el Madrid. Beckham, del que luego hablaremos, también de Ronie, sacó de forma maravillosa una falta y Ronaldo cabeceó a la red, sin marcaje alguno, pero superando perfectamente el trauma que le causan los balones que se aproximan a su cabeza, un miedo muy lógico en cualquiera que haya utilizado alguna vez un accesorio facial, ya sea ortodoncia, lentilla o gafas de pasta.

Fue a partir de entonces cuando el Barcelona desplegó el fútbol que le ha diferenciado durante todo el campeonato. Esa recuperación de la personalidad perdida se produjo a base de tocar y tocar, pues es con el balón en los pies como se reordena el equipo y retoma los automatismos que le hacen grande, su movimiento constante, sus despliegues por las bandas, sus apoyos y paredes.

Sin embargo, en esta ocasión, además de por la baja de Deco, el Barça se veía mermado por el estado de forma de Ronaldinho, a medio gas por la gastroenteritis que padeció los días precedentes.Y sin ellos es como si al equipo le limaran las uñas, porque, además de perder gol, ve cómo se rompen muchos de los canales de comunicación con Etoo. Nunca como ayer parecieron tan bajitos Xavi, Iniesta o Giuly.

El gol del Barça terminó por llegar en la que fue, probablemente, la única indecisión de la defensa madridista. Etoo escapó de un barullo, Helguera no consiguió despejar ante Xavi y el balón rebelde quedó en los pies del camerunés, que en un par de zancadas alcanzó a Casillas y le batió por bajo.

Una vuelta del revés y don Juan fue doña Inés. El Barcelona pasó a controlar el choque y acarició el empate (y el título) con dos remates a quemarropa de Gio y Giuly, ambos despejados de forma soberbia por Casillas. El empate parecía sólo cuestión de tiempo. Pero fue entonces, al filo del descanso, cuando marcó Raúl, magnífi co pase de Roberto Carlos que llegó a un autopase imposible, ya digo que ayer no fue San Ezequiel sino San Galáctico Resucitado. Reseñar que el capitán no lo celebró con la mesura habitual y el beso en el anillo, sino que se desmelenó por completo, no hay nada como una gasa ensangretada para recuperar las esencias.

Seguramente, ese fue el instante clave del clásico, el que condicionó la reanudación, el que marcó su destino. Aunque la segunda parte también estuvo plagada de estupendas intervenciones de Casillas, el Madrid se sintió confiado en su suerte y esperó agazapado al Barcelona, que ya actuó demasiado ansioso.

Show inglés. Owen logró el cuarto al culminar con su habilidad ratonera un prodigioso pase de Beckham que le abrió una autopista. La asistencia colgaba una medalla en lo que estaba siendo una grandiosa actuación del inglés (del inglés guapo, del más guapo, del rubio), enorme en el esfuerzo y en su modo de lanzar al equipo desde la banda derecha, donde se marcó incluso un desborde por velocidad. Los que dudaban de que supiera saber jugar al fútbol habrán salido de dudas, imagino.

Junto a Beckham, el Madrid se sostenía en un Ronaldo fabuloso y en un Helguera inconmensurable, rapidísimo en el recorte y escudo humano en el que se estrellaron muchos de los cañonazos del Barcelona, varios de Márquez.

Ronaldinho acortó distancias con un lanzamiento de falta que aprovechó una brecha en la barrera para sorprender a Casillas. El tanto valía oro porque volvía a dejar la diferencia de goles a favor del Barcelona. Pero esa mínima alegría barcelonista se esfumó cuando se lesionó Etoo, el menisco en vilo.

Se acabó el clásico y todavía hay Liga, y lo digo mientras aún me golpeo el pecho en acto de contricción, arrepentido e inquieto, porque oigo motosierras por todos lados.