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El triste final del dueño de El Brillante, famoso por los bocadillos de calamares

El Mundo informa de que un familiar encontró el cuerpo sin vida de Alfredo Rodríguez, de 67 años, quien falleció en su domicilio el pasado lunes.

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El triste final del dueño de El Brillante, famoso por los bocadillos de calamares

El Brillante, mítico restaurante de Madrid famoso por sus bocadillos de calamares, perdió el lunes parte de su esplendor con la muerte a los 67 años de Alfredo Rodríguez, su dueño, que heredó el negocio de su padre y que trabajó en el establecimiento durante casi 54 años (empezó a hacerlo en noviembre de 1967). El Mundo cuenta que el hostelero apareció muerto en su piso del distrito madrileño de Chamartín después de llevar meses sumido en un “momento anímico muy delicado” a causa de los problemas económicos que le perseguían.

Aunque el negocio había comenzado a recuperarse tras el fuerte impacto de la pandemia, había deudas que no conseguía atenuar y le causaban una enorme preocupación. Sus seres queridos eran conscientes de ello, pues les había comentado algo, pero nadie se imaginó que pudiera pasar algo tan trágico.

Durante la mañana del lunes, Alfredo le dijo a uno de sus sobrinos por WhatsApp que le dejaba las llaves en la portería de su piso de la calle de Costa Rica, según cuenta el citado medio. El mensaje extrañó a su familiar, con lo que acudió rápidamente a la casa de su tío temiendo que le podía pasar algo malo. Cuando accedió a la vivienda, encontró su cuerpo sin vida junto a un arma, pero sin nada que reflejara los motivos por lo que lo había hecho.

Muy cariñoso con sus empleados

La Academia Madrileña de Gastronomía se lamentó en Twitter por la “pérdida” de “una de las personas que más han contribuido a la fama de uno de los bocados más populares en Madrid”. Su presidente, Luis Suárez de Lezo, aseguró en ABC que “le importaban mucho sus empleados. Siempre los ha cuidado mucho”.

De hecho, todos los trabajadores de El Brillante se mostraron conmocionados tras la noticia. “Sentimos mucha tristeza, nos ha sentado muy mal...”, reconocían. Y es que, aunque era su jefe, trabajaba codo con codo junto a ellos: “Estaba todos los días trabajando con nosotros, como uno más. Este domingo, mismamente, también estuvo. Con 67 años hacía lo que podía, colaboraba... No venía y se sentaba”. Especialmente afectados se mostraron aquellos que llevaban 40 años trabajando con él: “Él decía que nosotros éramos su familia”. “Para mí ha sido como un padre”, confesaba emocionado a ABC su encargado en Atocha.

Pese a la enorme tristeza, el martes, los trabajadores del restaurante le brindaron el mejor homenaje posible: abriendo el establecimiento para atender a sus numerosos clientes. “Es un día de trabajo normal, somos nosotros los que estamos muy de bajón”, comentaba uno de estos hosteleros, a pesar de que ninguno tenía autorización para hablar con periodistas.

Solidario durante la pandemia

Algunos de sus amigos se han mostrado especialmente sorprendidos por la noticia, pues desconocían los problemas del restaurante. Además, “últimamente estaba contratando a más personal para reflotar el negocio tras la COVID-19”, asegura otro conocido hostelero. Es más, a comienzos de agosto comunicó que estaba dispuesto a contratar a mayores de 50 años para ayudar a personas con dificultades de acceso al mercado laboral, según recoge La Vanguardia.

También durante los peores momentos de la pandemia mostró su lado más solidario, repartiendo comida a las personas más necesitadas. Hasta desplazó uno de sus food truck a las puertas del hospital de campaña de Ifema, donde ofrecieron cantidades ingentes de comida gratuita. Más adelante, hizo lo mismo el Hospital 12 de Octubre.

Emprendedor perseverante

Nacido en noviembre de 1953, Alfredo comenzó a trabajar en 1967 en el negocio fundado por su padre hasta convertirlo en un emblemático local de la capital, muy popular por su bocadillo de calamares, pero también por sus croquetas, callos y torreznos. Un negocio con casi 70 años en activo que se encuentra en la Plaza del Emperador Carlos V, junto al Museo Reina Sofía y la estación de Atocha.

Cuando hablaba de sí mismo, le gusta definirse como un “tabernero de profesión”, hecho a sí mismo, y que había aprendido a base de tropiezos. Durante una entrevista concedida a Expansión, contó que en 1991 montó una empresa de lanchas para la Guardia Civil junto a unos amigos, con lo que perdió “10 millones de pesetas”. Después, en 2004 y 2007, fundó dos tiendas de ropa de motos y de golf “que me costaron tres millones en dos años”. Pero él consideraba que “lo peor en un emprendedor es la cobardía. Siempre que se cae se ha de levantar”.

Por eso, no se rindió y acabó convirtiendo el negocio familiar en un auténtico éxito: “Antes cuando preguntabas ¿qué es Brillante? Te respondían: ‘Gran persona’ o ‘una estrella’. Me gasté 40 millones de pesetas al año en publicitarme y en dos años todo el mundo al que se le preguntaba por Brillante decía ‘el de los calamares’. Comunicar y publicitar son fundamentales para una empresa”.