La dura realidad de la UCI: "Tenemos gente de menos de 40 años muy grave"
El máximo responsable de esta unidad en el Hospital Ramón y Cajal asegura que ha empeorado la situación de pacientes ingresados por COVID-19 en estado crítico.
El Ramón y Cajal ha sido uno de los hospitales madrileños que ha sufrido un mayor impacto de la segunda ola de COVID-19 que está sacudiendo Europa. El 9 de octubre, el centro tenía 34 pacientes ingresados en la UCI a causa del coronavirus, según el recuento del Sindicato de Enfermería (SATSE), lo que suponía una ocupación del 70%. “La situación en la UCI podemos decir que es una presión sostenida”, explica en Newtral Luis Mancera, delegado del sindicato en el hospital. “Lo mismo que en planta hemos observado una meseta en nuestra curva, en la UCI no. La presión de la UCI se va manteniendo poco a poco y no podemos decir que baje en ningún momento”, añade.
Ahora ha sido la Cadena Ser quien se ha adentrado en la planta de UCI de este hospital para conocer su situación de primera mano. Acompañados por David Pestaña, máximo responsable de la unidad, los periodistas relatan haber entrado en una gran sala llenas de boxes con la puerta abierta en los que pueden verse pacientes sedados e intubados. “Esta es la boca del lobo. Es el núcleo duro de la COVID-19 ahora mismo”, manifiesta Pestaña sobre este lugar blindado en el que hay 20 pacientes actualmente y donde no se sabe a ciencia cierta cómo se desarrollará el número de ingresos: “Esto es como una ola de surf, vienen sets de olas, de repente hay calma chicha y de repente vuelve a llegar. En el hospital hay menos pacientes ingresados respecto a una o dos semanas, pero en el caso concreto de los pacientes críticos estamos peor que hace unos días”.
Respecto al proceso de recuperación de los pacientes ingresados en UCI, Pestaña explica que “antes de la primera semana, siempre hay esperanza, pero a partir de la cuarta o quinta semana la tasa de fallecimientos es altísima. Son los que se van acumulando. Aquí se hace de todo por los pacientes, hoy en día la tecnología hace posible que los pacientes vivan mucho tiempo. Al paciente que no respira le podemos poner un sistema extracorpóreo, pero eso tiene fecha de caducidad. Damos tiempo al paciente para que se recupere naturalmente”.
Los jóvenes también enferman de gravedad
Durante la visita, llama la atención de los periodistas un paciente que se encuentran. Pestaña explica acaba de ser despronado y se va a someter a una traqueotomía. Hay muy pocas probabilidades de que un paciente con respiración extracorpórea viva y vuelva a respirar, pero “es joven”, dice el médico. Y es que si hay algo que destacan todos los sanitarios es que los jóvenes también ingresan en las UCI: “Hay pacientes de menos de 40 años que están muy graves. Entonces yo no puedo decir a nadie que esté tranquilo porque tenga 45 años”.
De hecho, se sigue cribando a los pacientes como en la primera ola, y en muchas más ocasiones, según Pestaña: “Siempre se ha hecho cribado. La UCI no es un sitio para entrar a morir, sino para entrar a vivir. Entonces, por supuesto se criba, y se cribará siempre. Hay criterios y se tienen que respetar porque también es absurdo prolongar la agonía de la gente. Cuando no hay camas para todos hay que priorizar. Pero ahora mismo nosotros todavía tenemos camas libres, no estamos seleccionando quien vive y quien muere”.
Una dura rutina
Beatriz Martín es supervisora de la unidad de reanimación quien asegura que “el día a día es muy estresante” porque “antes de entrar en los boxes el enfermero se tiene que vestir de arriba abajo con un mono, un EPI, unas gafas antisalpicadura o una pantalla. Además, debe proveerse de guantes y mascarilla FFP2 o FFP3 si hay riesgo de aerosoles”. Este estricto protocolo tiene el objetivo de proteger lo máximo posible a los sanitarios, que se enfrentan a pacientes muy contagiosos: “Son enfermos muy inestables, cuya enfermedad se puede complicar en cualquier momento. Los primeros días están fatal, muchos con un compromiso respiratorio importante”.
“Estar con los EPI durante dos horas es una pesadilla”, reconoce, por su parte, Pestaña. En ocasiones, los sanitarios van de un sitio a otro también con una gran placa de plástico que sirve para dar masajes cardíacos. “Hay que tener una plancha dura para ponerla debajo del paciente”, detallan. Los profesionales se echan gel por casi todo el cuerpo, en las zonas expuestas.
Parte del material que emplean es reutilizable, pero también hay otra parte que se desecha. Monos y batas tienen que ser eliminados, mientras que otros elementos como las gafas se sumergen en agua caliente durante horas para desinfectar.
Golpe psicológico para sanitarios, pacientes y familiares
“Aquí de vez en cuando hay que darse ánimos. Hacemos todo lo que la ciencia nos explica y aun así hay gente que no mejora", explica el máximo responsable de la UCI. Para quienes sobreviven, las secuelas psicológicas que deja la COVID-19 pueden ser igual de duras: “Depresiones, estrés postraumático, pérdida de funciones cognitivas…”.