Prensa, peste y omertá
Permítanme el yo durante estas primeras líneas para condenar lo que hacemos nosotros y ellos. Hace ahora diez años no me importó morir por primera vez. Fue en una entrevista para estrenarme como becario. El hombre que debía seleccionar a un puñado de estudiantes para las prácticas quiso impresionarnos. Y lo logró con su discurso: “Esta profesión se ejerce por devoción. Hay que estar cerca de la noticia. Sin horarios. Lo crucial es estar donde suceden las cosas. Si un equipo tiene un accidente y se cae su avión, hay que estar dentro de él para intentar contarlo”. Me pareció una metáfora demasiado entusiasta tras la tragedia del United en Múnich en 1958 en la que fallecieron ocho periodistas junto al grueso del equipo, aunque lo vi también como un ejemplo motivador. Quería ser uno de los masocas elegidos. Y, por suerte, lo fui. Pero ahora, tras una década de sospechas, veo que me (nos) han engañado y esto no es lo que pensaba. El Real Madrid, hace tiempo, y el Barça estos días, han prohibido tajantemente a la prensa viajar con sus equipos una vez que ya han conseguido sacarla de los entrenamientos y del día a día de los deportistas. Un derecho inmoral promovido por sus entrenadores y poco solidario con una profesión tan necesaria y castigada por el paro (11.300 despedidos desde 2008 y 28.300 parados en la actualidad), cuando hasta el Papa, el mandamás para un informador, vuela con ‘plumillas’ de uno a otro lado.
Aquí no se pretende defender a ultranza y santificar a una profesión que cometió, comete y cometerá mil fallos. Se intenta reflejar una realidad que sólo trae pobreza. Intelectual y material. El gremio periodístico estaba acostumbrado a otra clase de relación con los equipos. Unas veces para beneficio propio (exclusivas). Otras para satisfacción de los deportistas (reivindicaciones). Y siempre para el provecho de los aficionados, receptores principales de las respuestas de los protagonistas. La prensa, en una época no tan lejana, interactuaba con los presidentes, entrenadores y jugadores, compartía el transporte, veía y analizaba los entrenamientos íntegros y hasta entraba a los vestuarios en busca de opiniones. De Jesús Gil guardarán mil imágenes. Maguregui, por poner un ejemplo que nos vaya acercando al mundo de los entrenadores (objetivo de este blog), daba las ruedas de prensa improvisadas en Santander mientras se enjabonaba en la ducha. Alguno citaba al redactor en su casa para responder a un simple cuestionario. Y otros, créanme, hasta pedían favores en días clave (sin éxito) para confundir en las previas al entrenador rival con un sistema inventado o con un delantero que no iba a jugar. Ahora, eso se ha acabado. Y en parte es normal porque el trato estaba desfasado y porque mantener cierta distancia, además de necesario, es saludable. Se refleja en las informaciones. Pero se han pasado. Los periodistas saben más de los protagonistas por su twitter que por sus charlas, viajan por su cuenta siguiendo tan sólo sus huellas y se limitan a esperar en una rotonda fuera de la Ciudad Deportiva de turno. Como si el periodista fuera un apestado.
En Inglaterra esta medida de aislar a la prensa fue un mecanismo de defensa de los técnicos contra el sensacionalismo. Ferguson vetó hasta a la BBC. Cuando, por contra, los clubes deberían plantearse el mundo al revés: el espacio reservado en periódicos, radios y televisiones siempre suele ser el mismo, y cuanta menos información haya más se tirará de imaginación, estadísticas incómodas y una ración de morbo para sobrevivir. La Premier fue el ejemplo a seguir. Allí sólo habla los viernes el entrenador y de los jugadores no hay ni rastro. En España, Capello fue quien lo copió en su segunda época en el Bernabéu. Y tras unas primeras y repetitivas quejas, nadie volvió a sacar el tema. Es más, hay periodistas (los peores) que han visto las ventajas de esta censura al no tener que ir a los entrenamientos y al ver rebajada la presión: como no pueden acceder a las fuentes, nadie tiene por qué exigirles información. Así, desde aquel 2006, se ha ido perfeccionando el modelo en los clubes, levantando más los muros y puliendo las actitudes dictatoriales. Ahora ya no es que sea complicado entrevistar a Cristiano, es que es imposible preguntarle a Mayoral. Los herederos de Capello han seguido sus pasos beneficiados por la comodidad de trabajar sin ser vigilados. El resto de equipos, poco a poco, han ido adaptando esa idea. Y los periodistas, más y más, han dejado de pelear por sus derechos entregando la cuchara. El resultado ya lo saben: el aficionado, ya no los medios, no conoce ni los partes médicos de sus ídolos, el desempleo sigue apuntando a muchos periodistas que ya no son necesarios con este panorama, mientras los clubes hacen crecer exponencialmente sus medios oficiales (y serviciales) a la vez que relacionar en sus asambleas a la prensa con el enemigo.
Será mejor mirar otros ejemplos para no caer en la desesperación. Alemania, espejo para todo, trata al periodista con otro respeto. Mientras aquí se le reduce su espacio de actuación en una miserable zona mixta, se le identifica más por peligro que por seguridad y se le da acceso a voces restringidas, en la Bundesliga, y más cuando llega la Champions, se les deja trabajar como personas formadas que son, se les facilita el ejercicio de la profesión y hasta incluso se les ofrecen privilegios gastronómicos al término de los partidos sabedores de que los textos más agrios se escriben con el estómago vacío. Incluso si es necesario, como en el caso de Guardiola, hasta le convencen para rectificar sus principios inquisitorios e invitarle a adaptarse al lugar y no al revés. En Italia, donde también se van cerrando poco a poco por influencia de los Benítez y compañía importados de la Premier, queda al menos otra costumbre impuesta por la Juve: cuando más se habla es cuando peor van las cosas. El aficionado merece mil explicaciones. En Francia, aunque la selección echó a la prensa porque un periodista colgó una foto desde dentro del avión hace tres años, se puede viajar todavía con los equipos. Y en Portugal aún continúa en muchos clubes el método de andar por casa.
En España, resumiendo, hay excepciones que La Liga debería inculcar al resto ahora que anda tan preocupada por los aficionados y sus derechos. En los modestos es más fácil. Lo sé. Pero otros que compiten en Europa son ejemplos. El Villarreal funciona como un reloj en la relación plantilla-prensa. Y el Sevilla hasta hace cenas de confraternización cuando viaja en Champions. Pero los males son mayoría y van en aumento, y en ellos la culpa y la solución se reparte entre todos. En España, queridos periodistas, nada funcionará en esta profesión mientras haya omertá, no se denuncie, se sonría al que reconoce ser un ‘cabroncete’ con los medios, se acuda a ruedas de prensa de un presidente a través de una pantalla de plasma y se dé cobertura a mil actos publicitarios sin rédito con tal de coger dos declaraciones de una estrella que se niega a conceder una entrevista y que sólo responde preguntas pactadas. En España, queridos lectores, escucharán o leerán a Benítez donde le diga el presidente. Escucharán o leerán a Simeone antes en Argentina que aquí. Y escucharán o leerán a Luis Enrique únicamente en ruedas de prensa o en entrevistas pagadas como las que daba Guardiola con el Banco Sabadell. Y en España, queridos entrenadores, -y sobre todo querido Luis Enrique, que ha sido el último en señalar a la prensa-, entiendan que para intentar ganar un partido y no recibir críticas, siempre será más fácil bajar del avión a Mathieu que prohibir a los periodistas que se suban en él.
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