Nadie hubiera dicho que Tom Dumoulin había subido porcentajes por encima del 22% al salir de la carpa del podio: impoluto maillot blanco de la combinada, peinado perfecto, sonrió y se permitió bromear cuando consultó las clasificaciones con los periodistas: “Good, very good”. El neerlandés se encuentra a 1:51 de Purito y a 1:50 de Aru, distancias totalmente recuperables para él en una contrarreloj de 38 kilómetros como la de Burgos. Así que Dumoulin se lo tomó con calma, sacó el rodillo, soltó la musculatura y atendió amablemente a la prensa: “Con esa crono, puedo coger el maillot rojo”.

Sabedor de su situación privilegiada, amplió sus pensamientos: “Que el trazado me favorezca no quiere decir que vaya a resultar fácil. Primero tenemos que competir en la contrarreloj, ahí debo sacar diferencias, y luego faltarán tres días complicados hasta llegar a Madrid. No se ha ganado nada aún. Está complicado y hay que pelear al máximo, como hasta ahora”. Cuando se le pinchó, asumió su condición de favorito número uno: “Sí, la situación es favorable dadas las circunstancias. No me puedo quejar”.

Para la Ermita de Alba, aplicó la misma estrategia que ha seguido hasta la fecha con excelentes dividendos: “Regulé, me impuse mi propio ritmo y me desentendí un poco de lo que hicieran los escaladores, más explosivos que yo”. Con nueve metas en alto, no deja de ser chocante que un contrarrelojista disponga de más opciones de conquistar la Vuelta: “Trabajé muy duro este invierno para mejorar mis prestaciones en la montaña. Aun así, y pase lo que pase, me siento realmente satisfecho con mi rendimiento. Wiggins mostró el camino a los especialistas contra el crono. Me da confianza para el futuro, ya que no imaginaba estar así tras caerme en el Tour”. Y, harto de traslados, celebró su top-ten: “¡Toca helicóptero!”.