Sacudida sin sangre en el pavés
Tony Martin atacó a 3 km, ganó en Cambrai y es el nuevo líder de la carrera. Nibali arrancó varias veces en el adoquín, pero Froome, Contador y Nairo resistieron su empuje.
Nuevo líder y último obstáculo hasta el próximo sábado (Muro de Bretaña). Tony Martin ganó en Cambrai y alcanzó el liderato que se le resistió por un suspiro en las dos etapas anteriores. Su victoria nos indica que la vida es justa (de tanto en cuanto) y que hay escapadas que llegan a buen puerto, aunque resulte de gran ayuda ser tres veces campeón del mundo contrarreloj.
La resistencia de Tony Martin ante el infortunio (pinchó y acabó con la bicicleta de su compañero Trentin) fue tan admirable como su celebración. Ni chupetes, ni mensajes cifrados, ni utensilios ortopédicos. El alemán cruzó la meta salpicando felicidad y agitando el puño, como un goleador de los 80, como si nunca hubiera ganado nada (52 victorias en su carrera profesional).
Superado el pavés, la aparente tranquilidad de los próximos tres días no apacigua el debate abierto sobre la cara de Contador. La observación es permanente desde que alguien dio el aviso en la etapa de Zelanda. El rostro de Alberto refleja más padecimientos que en otras ocasiones, enseña más los dientes, frunce el ceño, crispa el gesto. Lo confirmamos en Huy y quedó ratificado en el pavés. La alarma está encendida porque no recordábamos a un Contador tan sufriente, tan descompuesto por momentos.
Es probable que nos traicione la memoria. La evocación de los campeones siempre es triunfante y gloriosa, sin gota de sudor. Otra posibilidad es que la televisión francesa incida en los primeros planos de los favoritos y la última opción es que la carrera esté resultando extraordinariamente dura. Tal vez ocurra todo lo anterior y al mismo tiempo.
Si Contador nos lee (las horas son largas en los hoteles y los ciclistas terminan por hojear cualquier cosa) le rogaríamos que sonriera a la cámara en cuanto tenga ocasión. Que disimule. Que finja que no le duelen las piernas, que bromee con los compañeros. Incluso que silbe y haga tamborilear los dedos sobre el manillar. Su guiño nos proporcionará tanta tranquilidad como desconcierto causará entre sus rivales más feroces. Y zanjará el debate. Al menos, hasta el próximo sábado.
Quien mantuvo su gesto hierático en los adoquines del norte fue Nairo Quintana. El colombiano salvó la prueba y en teoría ya no le quedan más peligros: el resto del Tour lo correrá cuesta abajo aunque sea cuesta arriba. Nibali sí estuvo más expresivo: el italiano recuperó en el pavés su cara de tiburón, de ciclista voraz. De hecho, se llevó el premio al ciclista más combativo. De Froome, qué decir. Tiene mejores piernas que ideas. Pudo caerse por tocar un bordillo y fue capaz de rodar junto a los mejores. Su semblante es tan indescifrable como su psique; el ganador de 2013 vive al filo de la tragicomedia.
Piedras. Al final, el tan temido adoquín cayó en forma de lluvia sobre el francés Pinot, que sufrió averías y desgracias de todo tipo. El resultado es que se dejó en meta 3:23, al igual que Rolland, otro rostro pálido. Por tierras de la Galia, el único galo que resiste entre los mejores es Barguil (23 años), un chico con la cara de Virenque y el talento de algún campeón por determinar.