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Tour | Quinta etapa

El barro, de nuevo leyenda

Froome abandonó tras otra caida. Alberto Contador perdió 2:35 y Valverde, 2:09. Esa es la ventaja que tiene Nibali, ganador de la Vuelta 2010 y del Giro 2013.

COLOSAL. Nibali supera uno de los tramos de pavés en cabeza del grupo. El italiano dio una exhibición sobre los adoquines de la París-Roubaix.
Reuters

Lo que nos gusta del ciclismo es la aventura, la acumulación de amenazas, la importancia descarnada de la suerte y la respuesta imprevisible del cuerpo humano al límite. Lo que nos gusta del ciclismo es que la cancha sea el paisaje. Todo eso que nos gusta se dio cita en la etapa de ayer. La calificamos como temible, pero las palabras, como el amor, se gastan de tanto usarlas. Citamos mil veces la París-Roubaix, pero pasamos por alto una diferencia fundamental. Cada año, esa carrera, la disputan un puñado de locos enamorados del infierno. Los que ayer transitaron por esos adoquines lo hicieron, en su mayoría, rezando y maldiciendo. Mal asunto. Tener miedo es más cansado que montar en bicicleta. Hasta las piedras quieren oír cosas bonitas.

La jornada fue un tobogán de emociones. De inicio, la lluvia torrencial obligó a suspender dos tramos de adoquín, los más duros. Si nos sentimos decepcionados es porque los caníbales somos nosotros. Pronto advertimos que el agua sería un enemigo del mismo calibre que el pavés. Por no hablar de las rotondas, invención del británico Frank Blackmore en 1960 para aliviar el tráfico y torturar a los ciclistas.

La luz roja saltó en la primera caída de Froome, segunda en 24 horas, tercera en un mes. Las siguientes luces fueron de ambulancia. Froome se había vuelto a caer. El sudafricano miró hacia arriba y entendió la indirecta. Lo siguiente que le arrojarían sería un piano. Con la cadera dañada y las muñecas heridas, se metió en el coche de su equipo.

La conmoción que nos causó dio paso a un incontenible sentimiento de superioridad: la carrera se entregaba a Contador servida en una bandeja de plata. Hasta llegamos a pensar (pido perdón) si no sería demasiado fácil, si el paseo hasta París no resultaría aburrido.

La respuesta del cielo fue casi inmediata. Primero se descolgó Valverde y, tras la pena inicial, concluimos que no se puede tener todo. Poco más tarde comprendimos que estábamos cerca de no tener nada. Sucedió en el primer tramo de adoquín. Contador lo afrontó con una cautela excesiva, como si el triunfo fuera no caerse. El pelotón se rompió y Nibali se marchó por delante.

Creímos que sólo sería un susto. Luego nos conformamos con perder un minuto. Después dimos por bueno perder dos y al final hasta hubiéramos firmado perder tres y seguir vivos. Por momentos nos sentimos brasileños contra Alemania. Nada de lo que pasaba era suficientemente malo: siempre podía ocurrir algo peor. Y ocurrió: Contador, exhausto, también se descolgó del grupo perseguidor.

Por delante, Nibali se comportaba como un tiburón animado por el olor de la sangre, como un clasicómano, como un campeón en blanco y negro. Con la colaboración de Westra y Fuglsang, fundió a todos los integrantes del primer grupo (Cancellara, Sagan…), excepción hecha Lars Boom, holandés explosivo.

Recuento. El resumen es el siguiente: Contador perdió 2:35 y Valverde, 2:09. Esa ventaja tiene Nibali, ganador de la Vuelta 2010 y del Giro 2013, tercero en el Tour 2012. Será complicado, extenuante, incierto, agónico a ratos. Justo como nos gusta el ciclismo.