Tour | Cuarta etapa
Un favorito que no tiene ángel
Chris Froome se cayó, continuó en carrera, y hoy sufrirá en el temible pavés. Marcel Kittel ganó al sprint (van tres); la noticia es que esta vez sudó un poco.
Hay quienes lo sostienen con absoluta certeza: caerse no es cuestión de suerte. Caerse de una bicicleta, se entiende, aunque el asunto podría tener una prolongación existencial: caerse en la vida. Ocaña se cayó mucho e Indurain apenas se fue a tierra. Armstrong atracó siete veces la Reserva Federal del Tour sin contratiempos reseñables. Zülle era otro que se caía con fruición. Por no hablar del mítico Robic, “cabeza de cuero”, que corrió con chichonera desde que se fracturó el cráneo en la París-Roubaix de 1944.
Valga la introducción para decir que Froome se cayó ayer, su segunda caída en menos de un mes. Si en el Dauphiné (13 de junio) metió su rueda delantera en un bache, y saltó por los aires (era líder), ayer discurría el kilómetro 3 cuando tropezó con un ciclista antes de iniciar otro vuelo sin motor. Como entonces, el dorsal 1 se volvió a golpear la cadera izquierda. En esta ocasión, además, se lastimó la muñeca derecha.
Froome continuó en carrera, como Izagirre o Mollema, que también rodaron por el suelo. Sin embargo, a partir de ese momento le acompañó la sombra de la duda, concretamente de la nuestra: tal vez nos encontremos ante uno de esos campeones que se caen demasiado. Hoy, en el temible pavés, comprobaremos el grado de infortunio del ciclista sudafricano. Mal día para saltar sobre los adoquines con una muñeca maltrecha.
Mientras todo esto sucedía, un marbellí de nombre Luis Ángel Maté intentaba sacar ventaja al pelotón. Su equipo, el Cofidis, tiene su sede en Lille (fin de etapa ayer) y hay ciertas tradiciones que el ciclismo se niega a perder, como adelantarse para saludar a la madre o para honrar al patrón. Junto a él se escapó Voeckler, que es un corredor con sucursales en toda Francia.
Nunca acumularon demasiado tiempo, pero se llevaron bien y charlaron de la vida. Hasta que el mal fario se cebó con Maté. Primero sufrió una avería menor; Voeckler le esperó. Después, pinchó y fue engullido por el pelotón. Suerte que su ánimo es a prueba de bomba porque ayer fue bombardeado.
Voeckler se aplicó, desde ese instante, a tragar viento y a chupar cámara. Su ambición deportiva (cuatro etapas del Tour) se adereza con un peculiar narcisismo que le lleva a hacer todo tipo de morisquetas cuando se sabe observado. Así se pasó la tarde hasta que fue atrapado a 17 de meta.
En el pelotón no se aburrieron. Un acelerón del Cannondale (Sagan) dejó atrás a un grupo con Kwiatkowski (ojo con el chico) y Purito, que siguió silbando. Al rato se hizo la paz. Poco después, tres ciclistas del Lotto se cayeron al aproximarse a una rotonda y uno de ellos se vio obligado a abandonar: Henderson. Trabajaban para el forzudo Greipel, inédito todavía.
Penas. Estaba claro que la tesis de la etapa eran las caídas: lo confirmó Sagan al probar la textura del asfalto. Lo supimos a primera hora al conocer el abandono de Andy Schleck por una caída camino de Londres. Peor que caerse es no levantarse nunca.
Marcel Kittel ganó al sprint (van tres); la noticia es que esta vez sudó un poco. La novedad para hoy es que la suerte será sólida y no gaseosa: tendrá forma de adoquín.