Que parezca un accidente
Pasan los días y uno no termina de creer que Pablo Laso ya no sea el entrenador del Real Madrid. La situación se fue de las manos, como en una comida de Navidad en familia en la que comienzan a aflorar viejos rencores, rencillas y egos hasta que se llega a un punto de no retorno. Cuando por fin parecía que la tormenta amainaba y que el barco llegaba a buen puerto tras una temporada exitosa pero no exenta de adversidades, todo vuelve a sacudirse de nuevo. Y esta vez la grieta en el casco es irreparable.
La maniobra ha sido clara y no hace falta tampoco ser Sherlock para unir los puntos: esperar a que Laso ya no tuviera opción de irse a otro equipo, con todos los banquillos Euroliga ocupados, e intentar mandarle una temporadita a la nevera, como se hace con los periodistas incómodos o con los espías que saben demasiado. Para bajarle los humos, apartarle del foco y quitarle galones delante de todos. Debilitar su imagen. Y todo disfrazado de un buenismo estomagante.
La sección siempre se ha caracterizado por dar la información a cuentagotas (con el caso Carroll, con los jugadores apartados, con las lesiones o con la marcha de Campazzo a la NBA en diferido). Salvo, curiosamente, con el estado de salud de Laso, del que ya casi sabemos hasta su índice de colesterol, su recuento de glóbulos blancos y si le operaron o no de apendicitis de pequeño. La razón está clara: algunos deben de haber visto en Chus Mateo a un Laso 2011. Un Laso light y bajo en problemas. Una versión fresca y más maleable. Alguien sin tanto poder y sin ganas de discutir. Y se vio la oportunidad clara del relevo. Pero nadie quería mancharse.
Este sainete da un balón de oxígeno al Barça justo tras haber recortado una distancia que parecía insalvable a base de esfuerzo, sudor y lágrimas. Y todo por un tema de egos y de juegos de poder. De intrigas palaciegas más propias de políticos en tiempos de declive que de un exitoso club.
Los madridistas no nos cansamos de repetir que dejar a Heurtel en tierra en el aeropuerto de Estambul fue un trato vejatorio por parte del Barça. Ahora a Laso se le ha abandonado en la gasolinera en verano, como a los perros que incomodan en vacaciones. O como a un viejo cargador del iPhone que ya no sirve y se le deja apartado en un cajón “por si acaso”.
Laso ha demostrado que la dignidad no se negocia y que los principios son principios porque hay aros por los que uno nunca ha de pasar. Sobre todo cuando el domador no es de fiar. Algunos llevaban tiempo con ganas de limpiar a Laso del banquillo y han tenido que esperar a que un infarto hiciese el trabajo sucio por ellos. Ahora se entiende, mejor que nunca, cuando se dice eso de que los asuntos coronarios son el “asesino silencioso”.